Un gobierno maleducado y perdido apunta contra el futuro
El oficialismo planteó una batalla imposible con la educación. No puede ganar, pero fiel al decálogo kirchnerista se aferra a su capacidad de dañar a los adversarios que él mismo creó. El futuro -víctima favorita del populismo- nuevamente en jaque.
Los acontecimientos de los últimos días confirman la predilección del presidente Fernández y compañía por un ingrediente político que suele escurrirse de los análisis cotidianos. Me refiero a la confusión. En todas sus formas: la que evidencia una gestión desorientada y también la que introducen deliberadamente en la agenda para distraer, ocultar y postergar.
El desorden tiene un encanto muy particular para quienes hacen agua a la hora de planificar. La disputa por la decisión de cerrar las escuelas del AMBA está atravesada de punta a punta por la incompetencia de los funcionarios, pero también por el empeño del Gobierno en confundir a la gente y desviar el foco de atención.
Poco más de un año atrás Alberto Fernández expuso su tesis ficticia de una gestión escindida de la pandemia: había un momento sanitario y un momento económico. El momento educativo ni siquiera tenía lugar la visión del Gobierno. No existía. La sociedad puso el tema en agenda y obligó a las autoridades a abrir las aulas cerradas.
Hoy vivimos la reedición de una historia cuyas consecuencias todavía están frescas. La deserción escolar, la angustia y la ansiedad en niños y jóvenes, la brecha entre las familias con recursos y las que no pudieron seguir con la virtualidad. Otra vez desde el poder le dicen a la gente que no es tiempo de enseñar ni de aprender.
Dije al principio de estas líneas que el Gobierno de ninguna manera puede triunfar en esta cruzada ridícula. Más allá de las provocaciones, de las resoluciones judiciales y de los vaivenes de una situación que cambia minuto a minuto. ¿Por qué? Muy simple. Porque se metió con un asunto que desborda futuro equipado únicamente con las armas propias del cortoplacismo miope: chicanas, individualismo e imprevisión. En otras palabras, ni por asomo están a la altura del problema que crearon.
La defensa de la educación no la encabeza la oposición política ni el Poder Judicial, sino los padres y las familias que se organizaron para reclamar un derecho que les garantiza la Constitución. Aquí no hay especulaciones de ningún tipo. La ciudadanía exige lo que le corresponde y le negaron demasiado tiempo el año pasado. Las escuelas, con los protocolos adecuados y mientras la situación epidemiológica de cada jurisdicción lo permita, deben permanecer abiertas.
Como bonaerense comprometida y orgullosa de mi tierra, no puedo dejar pasar la situación especialmente frágil de la provincia. Los municipios del Gran Buenos Aires tienen los índices de pobreza e indigencia más altos del país (51% y 15,2% respectivamente). En este escenario demoledor, el gobernador Kicillof defiende a capa y espada el freno a la educación, la herramienta de promoción y transformación social por excelencia.
Párrafo aparte para su triste evolución personal: hace unos años como ministro de Economía amenazaba a los ahorristas que salteaban el cepo al dólar; hoy promete sanciones a los colegios que se atrevan a abrir sus puertas y esquivar el cepo educativo que concibió junto a la Nación.
Alberto Fernández más de una vez dijo que la resolución 125 le enseño que “cuando uno va por todo corre el riesgo de quedarse sin nada”. Él era jefe de Gabinete de su actual vicepresidenta durante ese enfrentamiento que forjó la grieta que todavía sufrimos hoy. Lejos de haber aprendido, como Presidente se aferra aún más al miedo y al conflicto para gobernar. Con un agravante mayúsculo: esto no se trata de una disputa económica circunstancial sino del futuro de nuestros chicos y de la Argentina.
Diputada provincial y vicepresidente UCR Nacional