Un freno a Cristina Kirchner: las nuevas y las viejas razones del campo para enfrentarla
El campo encontró los datos que buscaba para confirmar que Cristina Kirchner volvió para ajustar cuentas. El anuncio de la expropiación del grupo Vicentin no fue el primero, sino el segundo aviso que recibió de ese propósito.
Razones más profundas y más lejanas construyeron un enfrentamiento incubado en experiencias y creencias forjadas durante mucho tiempo.
Más acá, en el final del lejano verano en el que estalló la pandemia y empezó la cuarentena, Alberto Fernández ya había aumentado las retenciones a las exportaciones de granos. Y una protesta les había sido poco menos que impuesta a los gremios de la Mesa de Enlace por los productores. Aquella reacción fue apenas el antecedente de este nuevo ciclo de choques que registró, el 20 de junio, la reacción más contundente desde el generalizado levantamiento del otoño de 2008.
El choque con Cristina se explica por lo que la vicepresidenta representa. Y para la memoria colectiva de los productores la expropiación de Vicentin significa el riesgo de "perder el campo", una experiencia que en otros tiempos los padres o los abuelos de los actuales productores atravesaron frente a los endeudamientos bancarios.
A lo largo del siglo pasado, la combinación de tasas altas, mal tiempo, precios bajos y la intervención del Estado en esos precios instaló ese temor. Es por eso que se hizo tan transparente como infrecuente el reclamo en defensa de la propiedad privada en la protesta por Vicentin. Al oponerse a la expropiación de una empresa muy endeudada, están expresando el temor a perder sus propios bienes. Y, además, están manifestando el valor que les otorgan a los logros de cada pueblo y de cada zona. No es fácil comprender desde las grandes ciudades el orgullo que sienten los vecinos de cada pueblo por las empresas que vieron nacer, construidas por ellos mismos.
Los productores saben desde siempre que dependen de muchos factores para tener un buen año. Por muchas experiencias amargas conocen que las ganancias de hoy deben ponerse a salvo para capear una desgracia de la campaña siguiente. En ese sentido, son conservadores.
Los sucesivos saltos científicos y tecnológicos que absorbieron sin prejuicios le permitieron al sector agropecuario tener ventajas comparativas que le dan una competitividad global como casi ningún otro sector económico.
El campo no logró resolver dos problemas insalvables. Uno es el clima, con efectos que pueden predecirse cada vez con mayor precisión, pero cuyos cambios drásticos por el calentamiento global son una amenaza creciente. Y el otro escollo es la voracidad fiscal de los gobiernos (en especial los del kirchnerismo, aunque no los únicos) por tomar la mayor parte de su rentabilidad.
También forma parte del conjunto de ingredientes que el campo maneja como discurso la idea, hasta cierto punto equivocada y hasta cierto punto acertada, de que las ganancias del sector agropecuario siempre salvaron al país de sus angustias fiscales. Un siglo atrás, ya era popular la convicción de que "una buena cosecha" nos sacaba de cualquier crisis.
Esa vieja creencia se afianzó en la primera década de este siglo, cuando los precios extraordinarios de la soja aceleraron la recuperación del estallido de la convertibilidad, a fines de 2001. El gran choque de 2008, multiplicado por la intransigencia de Néstor y Cristina Kirchner, fue un límite que impidió cristalizar el proyecto de mantener en forma creciente la presión recaudatoria.
Más que la derrota al gobierno, el campo descubrió que era posible construir una unidad de acción en la diversidad de sus tamaños, geografías, actividades y pertenencias políticas.
Fue el desprecio de Cristina lo que impulsó a los productores a buscar hasta encontrar representantes políticos. Creyó encontrarlo en Mauricio Macri, a quien bancó aun en el fracaso de su política económica frente al regreso del cristinismo.
El apoyo a Macri puede ser transitorio respecto de convicciones permanentes que enfrentan al campo contra el populismo. De hecho, Santa Fe, Córdoba y el interior bonaerense nunca se llevaron mal con el peronismo, al que votaron y votan sin complejos. La frontera política es el desprecio y la revancha. Y en el campo a ambas cosas les pusieron un mismo nombre y apellido.