Un film hecho de huellas y fragmentos
Además de una excelente película, La grande bellezza refleja algunos aspectos centrales del mundo contemporáneo. Ya se ha dicho que es un film ligado a La dolce vita, de Federico Fellini, y que de esta manera le rinde homenaje a lo mejor del cine italiano. Pero es en la manera de filmar de Paolo Sorrentino, en sus planos extraordinarios, en la velocidad que toma la cámara en alguna toma, en la minuciosa mirada sobre los monumentos y los edificios romanos, donde el film se convierte en una experiencia estética decisiva. El director condensa el pasado y el presente e ilumina algunas de las conductas esenciales de los seres humanos valiéndose de una cámara omnipresente y con ansias de narrarlo todo. No es que el hombre romano de la época de los césares sea como el que camina hoy por la ciudad eterna; lo que es cierto es que padecen, en esencia, los mismos problemas: la vida, la muerte, el amor, el vacío, la decadencia y el nuevo comienzo de cada generación.
¿Quién es Jep Gambardella en la película de Paolo Sorrentino? El personaje es un periodista cultural que alguna vez ha escrito una novela valiosa. Pero sobre todo es un flâneur de la Roma actual. Un hombre que quizás ame el amor, pero a ninguna mujer en particular. Un eterno conquistador de cuerpos que enseguida desecha, como si detrás de cada una de las mujeres que frecuenta sólo existiera un vacío insoportable, una suerte de asomarse a cierto abismo cotidiano al que le tiene pánico.
Jep Gambardella anda por el mundo construyendo escenas dionisíacas en las que la verdad aparece más en el juego que en el sarcasmo. La mayor parte de la película se desarrolla en celebraciones y reuniones en las que se habla de todo y de nada al mismo tiempo. Su visión de la vida es tan cínica e irónica que a menudo se acerca a la hipocresía. Pero en su deambular entre fiestas y amables excesos, en la liviandad de sus acciones, en los juegos de palabras a los que es propenso, encuentra algunos momentos de felicidad que sustentan su vida y lo alejan de la soledad. En cierto sentido, construye su existencia como las novelas que no escribió. Y su mirada, que es el hilo conductor del film, es la del caminante a la manera de Walter Benjamin, alguien capaz de intuir en el fragmento las huellas de la totalidad. Gambardella ve a los religiosos que deambulan a diario a la vuelta de su casa, ve a los sesentones jugando a ser jóvenes en desgastantes competencias de virilidad, ve a los artistas de vanguardia jugando a que todo lo pueden, ve a los consumidores de drogas destruyéndose con entusiasmo, ve a hermosas mujeres contando lo que fueron, ve a los nobles venidos a menos alquilándose para animar reuniones y, sobre todo, ve a todos bailando por ocupar un lugar en el devenir de la bella Roma. La ciudad está poblada de las huellas de sus antiguos habitantes, de la misma forma que nuestra conducta presente está preñada de huellas pretéritas y de ancestros que nos hablan como el espectro le habla a Hamlet. El pasado que regresa como presente es también una huella de lo que fue y de lo que fuimos. El amor juvenil que evoca Jep en la película no es más que el vestigio de algo que alguna vez fue una experiencia de vida. Sin embargo, en la búsqueda por retener una imagen de aquel encuentro hay toda una reflexión sobre el tiempo. El tiempo que no es lineal y que está invadido por restos, ruinas y fragmentos tanto de la historia personal como de aquella que es colectiva y social y que se transmite de generación en generación. La historia de Jep Gambardella es la de un viaje de aventuras. Y, como sostiene Benjamin, "…todo viaje de aventuras, para que realmente se pueda contar, debe devanarse en torno de una mujer, al menos de un nombre de mujer".
El protagonista de La grande bellezza, a los sesenta y cinco años recién cumplidos, sabe que el límite acecha la vida humana. Su celebración de la mediocridad tiene un horizonte definido por la propia temporalidad. Pero nada le impide, entonces, buscar en las batallas del amor aquel recuerdo de juventud donde todo indicaba que el presente y el futuro marchaban juntos. No importa que sea una fantasía o un sueño; para él es tan real que puede iniciar sus últimas caminatas por la bella Roma con la frescura de un adolescente que intuye que nada se detiene, que todo cambia y que en una misma ciudad conviven distintas épocas. Mientras existan ruinas, fragmentos y huellas, otros retomarán el camino y descubrirán aquello que ya fue descubierto una y otra vez, pero lo harán con otros ojos, con otra mirada.
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