Un fanático de la moderación
Binner no parece un político argentino. No es cuestión de apellido (porque este país tiene políticos con todos los gentilicios de la inmigración) ni de que sea rubio, alto, de ojos azules, no un galán sino un gringo de Rafaela. Diferente del típico político argentino porque no lo tocaron las tradiciones populistas del peronismo ni las tradiciones de elocuencia tribunera del radicalismo, que también sabe ser populista.
Tampoco tiene el estilo campechano, inteligente y zorro del fundador de su partido, Guillermo Estévez Boero, el único socialista con cualidades oratorias y gestos que lo revelaban sensible al populismo. Binner no es un buen orador espontáneo. Cauteloso hasta la parsimonia, cuida cada uno de sus dichos. Difícil que se deje arrastrar por el fervor de un acto de masas. En agosto de 2011, cerró la campaña del FAP en el Luna Park con un discurso tan contenido que parecía la intervención en un panel universitario. Si los periodistas buscan un título, no será de Binner de quien lo obtengan.
Es un nacionalista convencido. Se emociona con la celeste y blanca; se enorgullece de que en Santa Fe se haya cosido la bandera más larga del país, un récord patriótico; es un malvinero para quien las islas son un territorio nacional tan histórico como las provincias unidas por los "pactos preexistentes" de los que habla el Preámbulo de la Constitución. Es también un político de quien jamás se ha tenido una sospecha de corrupción; un reformista moderado que cree en la buena administración. Su ideal es una burocracia de Estado honesta, técnicamente hábil, laboriosa y transparente.
El pasado agosto ganó las PASO con el 47% de los votos. Fue dos veces intendente de Rosario y una vez gobernador de Santa Fe (donde no hay reelección). Construyó un frente con radicales, demócratas progresistas, ARI y otras fuerzas que se mantiene desde hace años. En 2007, ese frente realizó una hazaña, llevando como candidato al radical Mario Barletta: ganarle por primera vez al peronismo en la ciudad de Santa Fe. El día de aquellas elecciones, la provincia se movía con centenares de fiscales dispuestos a garantizar el resultado, jóvenes que viajaban de una ciudad a otra, terminales de ómnibus repletas. El Frente Progresista construido por Binner puede reclamar los laureles de esa victoria.
Cuentan que maneja con mano muy firme el Partido Socialista, del que es presidente; en Santa Fe, su liderazgo partidario es indiscutido y le va mal a quien se le ocurre cuestionarlo. En elecciones internas de su partido, Binner le hizo sentir la derrota a quien se le puso enfrente. Esto no es incompatible con el diálogo hacia afuera de los límites de la propia casa política. A diferencia de los peronistas y de los radicales, feligreses en iglesias donde abundan las herejías y se recibe a los réprobos y a los traicioneros como si hubieran pasado por las aguas del Jordán y salido de allí nuevitos, es difícil que los socialistas de Santa Fe reciban a quienes, en la provincia de Buenos Aires, se hicieron kirchneristas. Esto les pone límites a las tentaciones de aventuras personales y también alambra con cinco hilos los espacios partidarios.
Pese a su nacionalismo, Binner no es un político criollo. No puede serlo: desde fines del siglo XIX, los socialistas fueron los primeros en denunciar ese folklore del negocio, el fraude y el toma y daca. Sin embargo, algunos socialistas, como Alfredo Palacios o Estévez Boero, tuvieron estilos más folklóricos. Binner nada, ni un rastro. Ésta puede ser su mayor virtud, y también su mayor límite. Hay modos del guiño, la exageración, el trato confianzudo, la proximidad del cuerpo a cuerpo, de los que Binner carece y, además, no desea aprender.
Su prudencia es extrema. Nunca da la impresión de ser un hombre políticamente audaz ni arriesgado, sino la de alguien que se esmera por ser calmo, respetuoso, correcto y ecuánime. Construcción planificada y a largo plazo, sumar y sumar, evitar el peligro del salto, pero perder al mismo tiempo la vibración carismática de quien juega su destino, alguna vez, en una sola movida (Raúl Alfonsín, lejos de ser un aventurero, supo hacerlo, ganó y perdió). En esta campaña electoral, procuró no cruzar demasiadas veces los límites de su provincia; no ofreció su buena imagen, con mano abierta, para apoyar a Margarita Stolbizer y Ricardo Alfonsín, los candidatos del Frente Progresista en Buenos Aires. Administró su capital político. Binner quiere ser candidato a presidente de la Argentina. La generosidad política lo ayudaría sin ponerlo en demasiado riesgo.
No busca fascinar con destellos. Cumple un ceremonial que puede volverse solemne y aburrido. Nadie lo imagina en "Bailando por un voto" ni cualquier otro engendro de la teleingeniería audiovisual. Por eso solamente Binner, incluso cuando no es generoso con sus aliados, incluso cuando dice menos de lo que debería decir, sólo por eso es mejor que los símiles políticos construidos por asesores de medios y encuestadores. Prefiere hablar con técnicos y él mismo, médico sanitarista y anestesiólogo, es un técnico.
Quien busque emociones fuertes que ponga el rumbo hacia otra parte. Binner no busca apasionar, sino convencer. Por eso, la palabra "programa" es tan frecuente en sus intervenciones y dedicó todo el pasado verano a una construcción nacional, donde las reuniones con dirigentes y los documentos escritos fueron una prueba más de su modo poco espectacular de hacer política. Ignoro si los ciudadanos quedan fascinados con quien les asegura que tiene "programas". Pero al menos los santafecinos siguen votando a un hombre que ofreció "programas" cada vez que fue elegido. Hay un riesgo que no puede eliminarse: la moderación puede ser tan peligrosa como el desborde.
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