Un examen a la izquierda en América Latina
La región necesita realismo, estabilidad, prudencia, honestidad, energía y audacia, no fantasías, ideología y discursos; ese será el desafío del verdadero progresismo
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América Latina podría convertirse este año en el más amplio territorio sobre la Tierra gobernado por la izquierda. Si en las elecciones previstas en Brasil, Colombia y Costa Rica se cumplen las previsiones de las encuestas, once países de la región estarán en manos de partidos que se consideran de izquierdas, incluidos los cuatro de mayor extensión, más población y de mayor peso político: Brasil, la Argentina, México y Colombia. Es, por tanto, una oportunidad histórica de comprobar lo que esa corriente política tiene que ofrecer a los ciudadanos, qué modelo aporta y qué soluciones sugiere para problemas que ha estado denunciando con insistencia durante años y que atribuye a los malos gobiernos de la derecha. Es la hora de demostrar que la izquierda no es solo el espacio para el activismo, sino que también es una buena opción para promover prosperidad.
Hubo en el pasado otros momentos de predominio de la izquierda en América Latina, pero fueron protagonizados por partidos tradicionales más situados en la centroizquierda o bien, a comienzos de siglo, por un conjunto de aliados de Hugo Chávez. Ahora, hay de todo sobre el terreno: desde la satrapía fundada por Daniel Ortega en Nicaragua hasta la izquierda radical, pero con el propósito integrador y conciliador que promete Gabriel Boric en Chile, pasando por el régimen narcocorrupto que ha montado Nicolás Maduro en Venezuela. No incluyo en la lista a Cuba porque poco puede ya esperarse de una dictadura fracasada que se sostiene con respiración asistida con la intimidación como único argumento.
Cuba sí será, sin embargo, un factor a considerar al analizar el rumbo que la izquierda tome en cada uno de los países latinoamericanos, tanto porque el gobierno de La Habana intentará aprovechar las circunstancias para ganar influencia política y ayudas económicas como porque algunos de los actuales o futuros gobernantes de izquierdas siguen observando a Cuba como un ejemplo digno, si no de admiración, al menos de respeto. Huelga decir que cualquier reproducción del modelo cubano resulta incompatible, no solo con la prosperidad, sino también con la democracia.
Y esa es, precisamente, una de las dudas a despejar en los próximos meses: ¿supondrá la gestión de esa izquierda una involución democrática? La pregunta es oportuna porque algunos de los partidos que accederán al poder nunca han gobernado antes, como en los casos de Colombia y Chile; alguno de sus líderes tiene vínculos pasados con grupos violentos, como Gustavo Petro; otro, Pedro Castillo, puso al frente del gobierno en su inicio a un acusado de actividades terroristas, aunque rectificó meses después; otros, como Bolivia, Venezuela, Honduras y Nicaragua, han impuesto sistemas políticos tan dudosos que fueron excluidos de la Cumbre de la Democracia convocada a finales del año pasado por Joe Biden. Un interrogante especial merece la probable segunda presidencia de Lula, quien, si bien tuvo una actuación prudente en su primer ejercicio, se ha ido escorando en los últimos años hacia las posiciones mucho más radicales y populistas del Grupo de Puebla.
Así pues, el primer reto de esta nueva izquierda en el poder es asegurar que su gestión se desarrollará en un clima de libertad y de absoluto respeto a la actividad de la oposición y que, una vez concluido su ciclo en el gobierno, dará paso a nuevos gobernantes que resulten elegidos tras un proceso plenamente democrático. Ninguna de estas cosas ocurre ya en Venezuela y en Nicaragua, mientras que, en México, el presidente López Obrador ha coqueteado con la idea de su reelección –que oficialmente acabó por descartar–, en un contexto de acumulación de poder institucional por parte de su partido que hace mucho más difícil el desarrollo de una verdadera alternativa de gobierno.
El segundo desafío tiene que ver con la necesidad urgente en América Latina de un mayor desarrollo económico. Sin eso, es imposible abordar el combate de la desigualdad que la izquierda promete y que, sin duda, es una tarea pendiente en la región. Si muchos de los candidatos de izquierda han ganado en los últimos años y tienen posibilidades de ganar en los próximos meses es, precisamente, porque la población está frustrada por el continuo deterioro de sus condiciones de vida, agravadas recientemente por la pandemia de Covid. La izquierda se confundiría si cree que la votan por sus postulados ideológicos; la votan porque los partidos en el poder han fracasado en la labor de mejorar la situación económica y la gente está cansada de trabajar por salarios miserables y de esperar horas un bus que la traslada a una escuela pública mediocre o a un centro de salud deficiente. Si la izquierda que ahora gana las elecciones no corrige o atenúa esos males, perderá las elecciones sucesivas. Todo lo demás es retórica. Por muchas arengas que escuchemos sobre el giro progresista en América Latina, solo lo será de verdad si, en efecto, contribuye al progreso de una mayoría de la población.
Y no va a ser fácil conseguirlo. Las circunstancias actuales son peores que las encontró la izquierda que llegó al poder a comienzos de siglo. Ya no está Chávez con la manguera para regar dólares entre sus amigos. Y, sobre todo, el entorno económico ha empeorado notablemente. Tanto el Banco Mundial como la Comisión Económica para América Latina (Cepal) pronostican crecimientos para este año y 2023 inferiores al 3%, lo que se une a una mayor presión inflacionaria y de deuda pública.
El tercer frente en el que es necesario observar la conducta de la izquierda latinoamericana es el de su política exterior. Las dificultades económicas y la supuesta afinidad ideológica pueden empujar a los gobiernos de la región a estrechar sus relaciones políticas y aumentar sus lazos económicos con los principales enemigos de Estados Unidos: China, Rusia e Irán. Ninguno de los tres es un desconocido en el área. China, por ejemplo, incrementó su comercio con América Latina en un 45% el año pasado, según datos de la XIV Cumbre de Empresarios chinos y latinoamericanos. Aunque Estados Unidos ha perdido interés en su propio continente y carece de una política convincente hacia la región, es indudable que un florecimiento de gobiernos de izquierdas aliados a sus grandes rivales en el mundo complicaría el panorama político en general y dificultaría las relaciones de los países con los organismos internacionales.
Está en manos de los nuevos y ya no tan nuevos gobernantes de izquierda despejar de forma favorable estas dudas y consolidarse como alternativas democráticas y eficaces. América Latina necesita realismo, estabilidad y prudencia, no fantasías, ideología y discursos. Requiere también la honestidad, energía y audacia que la derecha no ha sido capaz de aportar. Pero si, en lugar de eso, nos encontramos con las viejas utopías revolucionarias y los socorridos pretextos sobre las amenazas del imperialismo, todos lo lamentaremos, la izquierda más que nadie.