Un estrategia de desarrollo
Ha comenzado la transición entre el sistema de poder surgido en la Argentina a partir de 2003 y una nueva estructura de decisiones capaz de guiar al país en la segunda década del siglo XXI, con rasgos acordes con la época y con la fisiono. Esta transición implica que, a partir de ahora, la cuestión central es la orientación y el sentido de lo que viene, en su doble dimensión nacional e internacional.
La Argentina es un país con alto nivel de participación y movilización social y política -uno de los más elevados del mundo-, dotado de una historia intensa de luchas y conflictos, que tiene, como consecuencia, un bajo nivel de institucionalidad. Es un país con tendencia a la acción directa por parte de todos los sectores sociales, donde el poder político, que es escaso en relación con la capacidad de movilización de la sociedad, está concentrado en la autoridad nacional, que tiende a adquirir un carácter hegemónico.
Por eso, una estrategia de crecimiento económico sostenido es inseparable de una política deliberada de inserción internacional, destinada a colocar al país en los espacios y mercados en los que pueda desplegar sus extraordinarias ventajas competitivas como productor mundial de alimentos.
Estamos en una etapa de ascenso histórico del capitalismo en la que no hay estrategia económica efectiva fuera del contexto internacional. Ha ocurrido al mismo tiempo un giro espacial y una nueva revolución tecnológica. En este nuevo cuadro mundial -con el traslado del eje de la acumulación a los países emergentes y la aparición en Estados Unidos de una nueva revolución de la técnica más allá de Internet ( cloud computing )-, el desarrollo económico de los países de América del Sur consiste en el aumento de la productividad y del ingreso per cápita por encima de los niveles del país-frontera del sistema, que es Estados Unidos.
Para la Argentina, la estrategia de desarrollo económico que le permite desplegar todo su potencial productivo tiene un triple signo: ante todo, acentuar su especialización agroalimentaria como uno de los grandes productores mundiales de alimentos; luego, y en el mismo movimiento, reconvertir su industria para tornarla globalmente competitiva, para lo cual la inversión de las empresas transnacionales es el factor estratégico decisivo. Por último, profundizar el aspecto intelectual del desarrollo económico a través de la calificación sistemática del capital humano.
En esta nueva etapa del desarrollo capitalista, lo fundamental es el papel del Estado, a través de su visión estratégica. En este sentido, el aspecto central de una estrategia de desarrollo en el mundo de hoy es la capacidad de atracción de la inversión extranjera directa de las empresas transnacionales.
El papel estratégico del Estado no es administrativo ni de intervención económica, sino que se basa en la comprensión de las tendencias centrales de la época, ante todo las que establecen su dinamismo tecnológico, como fundamento de su capacidad de previsión de largo plazo.
Hoy, el poder político del Estado se funda en la fortaleza -y en la clarividencia- de su visión estratégica, por definición, de alcance global. Lo que ocurre en el mundo actual es que el cambio tecnológico ininterrumpido, que es el sustento de la revolución del procesamiento de la información, revaloriza cada vez más los recursos naturales.
Por eso, han mejorado estructuralmente las posibilidades de crecimiento para la Argentina, cuya dotación de recursos es auténticamente privilegiada. El paso de las ventajas comparativas a las competitivas es propio de una economía que cambia en forma permanente y a gran velocidad y en donde la competencia se exacerba, porque la característica de la globalización es la apertura generalizada de los mercados y la multiplicación de los actores que compiten en ellos.
Una regla central de la globalización es que las ventajas competitivas se logran en la medida en que las ventajas comparativas se especializan, y en las condiciones de la economía mundial del siglo XXI sólo se puede sostener la especialización si la pujanza de éstas atraen una masa de inversiones extranjeras capaz de diversificar la economía e impulsar la industria, ante todo la manufacturera.
Para la Argentina, esto significa que la especialización y la diversificación de su economía tienen lugar alrededor del eje de la producción agroalimentaria. Pero de inmediato la sobrepasa, para proyectarse al conjunto del sistema económico, a través de una variada gama de actividades que florecen al calor del efecto multiplicador del constante incremento de la productividad agroalimentaria, convertida en el punto central de la inserción de la Argentina en el sistema mundial.
Así, al incorporar valor agregado y complejidad tecnológica, las ventajas naturales se tornan ventajas competitivas y la mejora continuada de la producción se convierte en la regla insoslayable para mantener las ventajas comparativas.
Por último, en esta estrategia de desarrollo del siglo XXI, el factor fundamental en el largo plazo, y por lo tanto esencial en el actual momento histórico, es la mejora en la calificación sistemática de la fuerza de trabajo y en general de la educación en la sociedad. Esta necesidad, que puede calificarse de nueva revolución educativa, coincide con la conversión del sistema capitalista en un mecanismo de producción guiado por el conocimiento avanzado, en el que tanto el capital como la fuerza de trabajo pierden relevancia.
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