Un equipo económico ahogado por la coyuntura
Varios motivos permiten ser optimistas respecto del futuro de la economía. Por un lado, la transición política se produjo sin alteraciones importantes en las reglas de juego económico. Por el otro, tanto el paquete fiscal de diciembre como la propuesta de reforma laboral responden a un diagnóstico correcto de la situación y ayudan a consolidar la credibilidad de la economía.
Sin embargo, existe preocupación creciente sobre la manera como el equipo económico parece estar encarando la resolución de algunos problemas de la política económica. Temas esenciales como el de la coparticipación federal y la evasión tributaria no parecen ser prioritarios, mientras que la resolución de conflictos sectoriales recibe toda la atención del equipo y parece estar agotando la agenda de trabajo. Más preocupante aún es la excesiva discrecionalidad que se observa en las decisiones que se toman. Los casos más llamativos son los subsidios diferenciados (se otorgaron reintegros de exportación a algunos sectores y a otros no, y para algunas regiones y no para otras), la orientación del crédito hacia algunos segmentos productivos o tipos de empresa y el aumento de impuestos según las características del producto.
El problema de este tipo de decisiones sectoriales y discrecionales es que, generalmente, se resuelven mediante transferencias que, de una manera o de otra, termina pagando el conjunto de la sociedad, que es la que tiene menor capacidad de lobby para contrarrestar y desactivar estas demandas sectoriales. Más allá de las distorsiones crecientes que esto genera en la economía, permitir que este fenómeno se generalice podría ser fatal para la efectividad del equipo económico. En poco tiempo dejaría de pensar en las líneas rectoras de política económica y estaría plenamente concentrado en atender reclamos sectoriales. También revelaría una concepción equivocada de lo que es una buena política económica, que consiste en establecer reglas de juego claras y generales, en el marco del cual cada uno deberá encontrar la manera de producir mejor y a menor costo. Pretender escuchar a todo el mundo reaviva peligrosamente la cultura del empresario y sindicato cortesano, a los que tan infelizmente acostumbrados estuvimos en el pasado. Pero mucho peor aún es que cada reclamo que el Gobierno atiende y cada concesión que otorga es el preludio de mayores y más peligrosas demandas futuras. Para un equipo económico que tiene que ganar reputación y que debutó con un paquete fiscal que implicó cambiar ex-post las reglas de juego establecidas para el año fiscal 1999, el camino de la discrecionalidad no parece el adecuado para llevarlos a buen puerto.
De alguna manera, las expectativas de la gente reflejan esta alarma, ya que los consumidores están hoy sustancialmente más pesimistas que cuando asumió el Gobierno. Tan sólo en marzo, el Indice de Confianza del Consumidor generado por la Universidad Torcuato Di Tella cayó el 8%, indicando el escepticismo de la gente respecto de las perspectivas futuras de la economía. Esta visión más pesimista es compartida por un amplio grupo de analistas en Wall Street, que también insiste en subrayar el problema de la competitividad de la economía.
Sobre el tema de la competitividad, el gráfico permite poner algunas cosas en perspectiva.
Muestra el tipo de cambio real desde 1993 a marzo de 2000 y corresponde al tipo de cambio real multilateral, que toma en cuenta los tipos de cambios bilaterales con todos los países ponderados, cada uno de ellos por su participación en el comercio argentino. Una suba indica que se gana competitividad, y una baja que se la pierde. En el gráfico, la línea gruesa corresponde al tipo de cambio real con todos los países, mientras que la línea punteada presenta nuestro tipo de cambio real excluyendo a Brasil.
Como se observa en el gráfico, excluyendo a Brasil, la Argentina no ha perdido competitividad en estos últimos años. Por un lado, esto indica que la hipótesis de que la apreciación del dólar norteamericano estaría desequilibrando la situación de competitividad de la Argentina no parece estar suficientemente fundada.
Discrecionalidad
Por otro lado, el gráfico muestra cómo la devaluación del real (la fuerte caída en la competitividad argentina, que se observa a principios de 1999) sólo alcanzó a revertir la apreciación que el real había sufrido en el período 1994-1998. Esto implica que si las empresas no se mudaban a Brasil en 1993, a menos que se hayan producido cambios importantes en la productividad relativa, tampoco deberían querer hacerlo ahora. Y hace verosímil la hipótesis de que la discrecionalidad demostrada por el Gobierno es lo que puede haber incentivado las múltiples amenazas de traslado de empresas a Brasil, que probablemente exploraban la posibilidad de obtener alguna concesión del Gobierno.
También es claro en el gráfico que Brasil somete a nuestra economía a una importante volatilidad, ya que los movimientos más importantes en el tipo de cambio real durante este período se deben a variaciones del tipo de cambio brasileño. Esto también debería tenerse en cuenta a la hora de dar prioridad a nuestro comercio con este socio, ya que lo que en gran medida estamos comprando con el Mercosur es riesgo e inestabilidad.
Aquí aparecen entonces los absurdos que puede generar una política discrecional. Por un lado, se defiende el Mercosur, que tiende a alentar el comercio con Brasil, cuando al mismo tiempo se otorgan reembolsos para estimular las exportaciones fuera del Mercosur. Esta duplicación y mutua cancelación de políticas económicas también nos recuerda, desagradablemente, los errores del pasado.
Reglas de juego
Más allá de que la apreciación con Brasil está revirtiéndose rápidamente y de que se anticipa un crecimiento de las exportaciones del 13% este año, si el Gobierno quisiera atacar el problema de competitividad debería, a toda costa, evitar la discrecionalidad en la política impositiva y comercial, pero sí debería avanzar en la consolidación del equilibrio fiscal en pos de reducir el costo del capital.
De hecho, no se entiende bien por qué toda la discusión sobre competitividad se ha centrado en el costo del trabajo y los efectos paliativos que tendría una devaluación, sin ponderar en igual medida el efecto de una reducción de la tasa de interés sobre los costos.
El equipo ha comenzado con un buen diagnóstico de la situación macroeconómica, pero no ha entendido que para hacer buena política económica hay que evitar la discrecionalidad y el cortoplacismo, para así poder concentrarse en pensar "las reglas de juego" que sí puedan crear las condiciones necesarias para lograr el tan ansiado crecimiento.
El autor es director de la Escuela de Economía Empresarial de la Universidad Torcuato Di Tella.
El próximo domingo: el columnista invitado será Jorge Remes Lenicov.