Un empate pírrico
No hubo nadie que se interpusiera entre Jorge Lanata y Víctor Hugo Morales para poner fin a la encarnizada batalla
Una semana atrás, Diego Armando Maradona, ese inclasificable referente nacional que fluctúa entre la lucidez deslumbrante y la opacidad mental, saltó al medio del ring para separar al gobernador Scioli de la Presidenta. Mátense si así lo desean – propuso -, pero no le hagan pagar el costo al pueblo que los mira desde afuera.
Esta semana, en cambio, no hubo nadie que se interpusiera entre Jorge Lanata y Víctor Hugo Morales para poner fin a la encarnizada, vergonzosa e indefendible batalla en la que se trenzaron.
- La Mole de Barracas y el Carnicero de Cardona abandonaron el cuadrilátero de la inteligencia para, paradójicamente, unirse en el fomento de la crispación, la violencia y el alineamiento automático que con tanta razón cuestionan cuando se tranquilizan.
- Es así, Ferretti. Y sus seguidores, privados de todo espíritu crítico, corrieron a encolumnarse detrás de sus ídolos, sin advertir o, lo que es peor, advirtiendo las contradicciones que esto encerraba.
- Lanata se ha pasado los últimos tiempos irritando a sus opositores con la idea de que no se puede seguir hablando de la dictadura; piensa –y dice- que el Gobierno ha utilizado políticamente la defensa de los derechos humanos con el fin de compensar y justificar los actos de corrupción que enturbian su gestión.
- Y, sin embargo, a la hora de arrojar la primera piedra, cruza el charco, retrocede casi cuarenta años, tropieza con un libro y revela que Víctor Hugo comió un par de asados con un militar de la represión uruguaya.
- Lo que, como todo el mundo imaginará –se hace el irónico Ferretti-, muda para siempre la historia política de América Latina.
- Lo que, si me disculpa, se inscribe –haya sido o no la intención del imprevisible Lanata- en una campaña sucia de desprestigio de Morales, que tiene menos que ver con su pasado que con su presente ultraoficialista.
- Para colmo, Víctor Hugo salió a pegar como un defensor charrúa en una final de Copa Libertadores. Arrancó bien, explicó con credibilidad el pecado que se le imputaba, elogió sorprendentemente el trabajo de Lanata en el teatro de revistas, hasta que...
- ...Hasta que la ira pudo más, Ferretti, y se lanzó a una agotadora diatriba contra su atacante, al que casi terminó por augurarle una muerte cercana y plagada de sufrimientos. Eso sí, rodeado de señoras reaccionarias con los labios hinchados de botox.
- Lo que se dice un debate adulto y respetuoso entre dos intelectuales.
- Nadie les pedía tanto, pero convengamos que esta vez los dos periodistas más famosos de la Argentina estuvieron a la altura de Matías Alé y Silvina Escudero.
- Y de paso nos privaron de reflexionar sobre temas bastante más enriquecedores que subyacen obviamente debajo de esta riña callejera: periodismo y compromiso político, dependencia de los dueños y los anunciantes, libertad de expresión, derechos de las audiencias.
- Ahora que lo dice, Ferretti, no creo que la pelea por las audiencias haya sido la que encendió la hoguera de las vanidades. Sí, tal vez, el choque entre dos egos que se autoerigen una coherencia histórica de la que quizás carezcan.
- Si me permite la imagen: un empate pírrico
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