Reseña: Falcó, de Arturo Pérez-Reverte
Falcó, espía y contraespía cínico y cabrón, conquistador huidizo, es una nueva pieza en el universo de Arturo Pérez-Reverte. La literatura de este español que vio de cerca la sangre en las guerras europeas de los años 90, ha viajado por muchos y diversos universos, algunos de ellos extremadamente violentos. Todos vienen de su imaginación, que se encendió en los libros de su abuelo y se recalentó hasta la incandescencia en esas guerras grandes o chicas que cubrió como periodista.
De esos lances nacieron, sucesivamente, novelas como El húsar, El maestro de esgrima, El Club Dumas, La piel del tambor, la serie de Alatriste e incluso El pintor de batallas, la más melancólica de sus creaciones.
Pero nada tiene tanto que ver con su literatura como esa autobiografía de combatiente periodista: a él no hace falta contarle la guerra, ni que se la cuenten los escritos de otros. Esa sabiduría hallada en el mundo real es la que le ha servido, también en esta ocasión, para retratar en Falcó esa pieza que le faltaba a su obra. Lorenzo Falcó, el protagonista de esta trama, aparece en la España de Franco, en plena guerra civil, para ayudar a los nacionales a ganar la contienda, con igual eficacia y dedicación con que hubiera actuado para hacer que la ganaran los republicanos.
Ese cinismo básico del contraespía profesional, esa maldad con la que adorna perversamente su elegancia, viene de algo que quien conoce las guerras, incluso como periodista, percibe muy fácilmente, y muy dramáticamente: dentro de todo hombre habita su contrario. No hay buenos y malos: en esas circunstancias el malo y el bueno se intercambian. Esa maldad concéntrica de las guerras, ese cinismo con el que actúan los que aspiran a héroes y son en realidad villanos, domina en Falcó como si fuera una medalla de cianuro que guardan los malos y los buenos para cuando conviene desaparecer.
Falcó es el que no desaparece, él es el superviviente; sobrevive a amores violentos, sobrevive burlándose de sus enemigos y de sus jefes. En El puñal, el argentino Jorge Fernández Díaz también ha dibujado seres así, con la pistola escondida en el alma y con la capacidad de amor en la punta de la lengua. Aquí, en Pérez-Reverte, lo que florece también es el diálogo que acerca al lector a las sombras eficaces, casi diamantinas, de Ernest Hemingway o de John Dos Passos. Reverte no escribe tan sólo para que le lean las palabras, sino para que los lectores escuchen el sonido de la metralla, de los bofetones o de los coitos. Hasta la música que no se toca sobresale en esta novela de sensaciones.
Una novela de este género necesita la distancia del narrador que, como un pistolero más, aguarda su turno, pero deja hacer. De modo que los personajes se van haciendo su sitio hasta que se adueñan de la acción y de la historia. Lo que no ha hecho Pérez-Reverte es tomar partido en la guerra que cuenta, en primer lugar porque no tendría sentido en una novela; pero además porque cuenta precisamente la historia de un tipo que no toma partido ni siquiera por el lado que ha elegido para acometer las hazañas bélicas de un contraespía.
Como no es bueno adelantar acontecimientos, baste decir que la historia de amor que sucede y que cruza la novela, con la eficacia de un guión de Clint Eastwood, es la metáfora mayor de ese desapego moral que exhibe Falcó no sólo como personaje sino como paradigma del hombre en guerra. El viento puede soplar oscuro haga lo que haga, y Falcó sabe, como Pérez-Reverte, que quien más quiere más hará llorar. Él no llora.
Cómo va a llorar Falcó. Es de acero, y será inmortal hasta que el novelista Pérez-Reverte quiera, porque el aliento del libro parece adelantar que aquí hay tela para rato.
FALCÓ
Por Arturo Pérez-Reverte
Alfaguara
296 páginas, $ 399