Un diálogo necesario entre la ciencia y el arte
La semana pasada tuve el honor de ser invitado al VI Congreso Internacional de la Lengua Española que se realizó en San Juan de Puerto Rico. El panel en el que participé llevó por nombre "Ciencia, pensamiento y comunicación en lengua española", y lo compartí con el mexicano Mario Molina, premio Nobel de Química en 1995, el físico uruguayo Daniel R. Altschuler y el escritor mexicano Jorge Volpi, autor de Memorial del engaño, entre muchísimos otros libros. La oportunidad de esta sesión fue una manera de repensar el "clásico" entre ciencia vs. humanismo.
Complejas discusiones (y también evidentes) son saldadas a través de la revelación que permite un caso específico. Para esta controversia, quizá el ejemplo ilustrativo de mayor reconocimiento universal sea el de Leonardo Da Vinci. Vida y obra del "polímata" florentino dejan ver que el desarrollo científico impacta en la obra artística y viceversa. A pesar de eso y del tiempo transcurrido, muchas veces se siguió considerando a las artes y a las ciencias como campos enfrentados con procedimientos, pareceres y modos adversos de reflexionar y de hacer (hasta con personas encaramadas en sus propios bandos).
En el Congreso de la Lengua intentamos hacer un breve recorrido por algunos de estos abordajes. Uno de ellos fue el que realizó el físico y novelista inglés C. P. Snow en 1959 en la Universidad de Cambridge. Llamó a esa conferencia "Las dos culturas y la revolución científica", y ahí subrayó que esta división férrea entre arte y ciencia era muy perjudicial para resolver los problemas del mundo. Esta separación, según él, se debía a la mutua desconfianza que se tenían ambas disciplinas y los sujetos dedicados a estas. Aunque también agregaba que, hasta cierto punto, esta incomprensión era más bien unidireccional ya que los científicos eran más propensos a disfrutar de un gran pintor o escritor, mientras que algunos humanistas tenían gran dificultad para aproximarse a la mecánica cuántica o a la física. En la misma conferencia, él sugería tender puentes, fomentar la interdisciplina y la apertura de unos y otros a la sociedad. Como era de esperar, esta postura fue puesta en cuestión, sobre todo en lo que respecta al supuesto desequilibrio de confianzas entre científicos y artistas. Una de las voces críticas más representativas fue la de Susan Sontag en su ensayo "Contra la interpretación".
Aún en la actualidad, ciencia y arte muchas veces siguen siendo delimitadas por una frontera improcedente. Una primera cuestión que debemos volver a reformular tiene que ver justamente con esa delimitación del campo. ¿Dónde termina la ciencia y dónde empieza el arte? ¿Por qué se habla de humanismo como algo diferente de la ciencia? ¿Por qué se liga el arte a las musas y al espíritu si en el mismo gesto se deja a un lado la consecuente reflexión razonada, el esfuerzo y el método que conlleva la creación estética?
Y otro asunto con el que debemos insistir tiene ver con la interdisciplina. El presente (y cada vez más el futuro) está dado por la interdisciplina y transdisciplina. Hoy, los mayores logros del conocimiento se logran en el diálogo entre esferas, prácticas, instituciones, tradiciones teóricas.
La presentación que hemos podido brindar en Puerto Rico y estos breves renglones no pretenden clausurar sino aportar un grano de arena a la reflexión permanente sobre estos temas. Y también celebrar la invitación a físicos, químicos y neurólogos a un encuentro sobre la lengua española junto con escritores, críticos y lingüistas. El diálogo es lo que permite poner en consideración las convicciones individuales, de las propias circunstancias y de las representaciones que tienen de estas la sociedad. La diferencia también es virtud.