Un debate del que nadie debe escapar
Cuando el 4 de octubre los principales candidatos inicien el primer debate presidencial de la historia argentina, tal vez empecemos a dejar atrás las descalificacionesy podamos recorrer el camino que va del odio y la intolerancia a la confrontación de ideas
Uno de los malos hábitos de la política argentina es la insistencia en mirar el futuro con el espejo retrovisor. El primer debate presidencial de nuestra historia, el próximo 4 de octubre, debe ser aceptado, en este sentido, como una gran oportunidad no sólo para ayudar a reparar la destrucción de valores perpetrada en estos años y la forma brutal con la que se practica la política, sino también como una convocatoria cívica para levantar la mirada y reflexionar acerca del país que les estamos dejando a las próximas generaciones. Todos lo saben: convivimos en una sociedad en la que se queman urnas; se disimula el avance de la corrupción y del narcotráfico desde lo más alto del poder; desde la cadena nacional se miente sobre los índices de inflación y de pobreza, y hasta se inscribe en el padrón de manera irregular a miles de votantes, algunos de los cuales, todo un milagro, rondan los 120 años de edad. ¿Por qué sorprenderse entonces cuando el jefe de Gabinete habla de la diputada Elisa Carrió y dice: "En algún momento la voy a tener que embocar, la voy a buscar hasta debajo de la cama"? ¿O cuando el ministro de Economía le aconseja a la diputada Victoria Donda que "si quiere salir en los diarios se ponga plumas, se vista de algo, grite"?
Éste es el contexto y no otro, entre el agobio y la crispación colectiva, en el que debatirán los seis candidatos que se postulan para llegar al sillón que hoy ocupa Cristina Kirchner. Será en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, ámbito más que adecuado para recuperar uno de los instrumentos de la convivencia democrática que habíamos olvidado. El primer simulacro de debate político como el que hoy conocemos –la decisión de sentarse a dialogar entre quienes piensan distinto en términos políticos y económicos, o de los aciertos y errores con los que se comporta la sociedad– hay que rastrearlo en Suecia, pocos años después de finalizada la Segunda Guerra. Como sugirió Borges en "Los conjurados", lo hicieron posible hombres de distintas estirpes, que tal vez profesaban distintas religiones, hablaban tal vez diferentes idiomas, pero que tomaron la extraña resolución de ser razonables.
El propósito de defender la tradición del debate no es otro que hacer más transparente y genuina la democracia, permitiendo al votante disponer de más y mejor información que la que ofrece un candidato en la urgencia de la campaña o cuando llama a la puerta con una sonrisa y la promesa de un futuro mejor. Fue la televisión, en los años sesenta, con el duelo Nixon-Kennedy, la que transformó los debates en un espectáculo masivo, al poner al alcance de 76 millones de personas la posibilidad de ver cómo los candidatos formulaban sus propuestas, qué visión de los problemas del país describía cada uno, qué temas priorizaba y cómo reaccionaba en tiempo real a las diferencias y a las refutaciones de su adversario. El papelón de la "silla vacía" que dejó a último momento Carlos Menem para no confrontar en televisión con el radical Eduardo Angeloz es una anécdota menor, mezcla de cálculo electoral y mezquindad, pero que, sin embargo, buena parte de la clase dirigente evaluó en su momento como si hubiese sido el comienzo y el fin de una historia, algo que no volvería a repetirse en el país.
Organizar un debate presidencial desde cero, como el del próximo domingo 4 de octubre, demanda la paciencia de un ajedrecista y, algo más difícil, estar predispuesto a escuchar al adversario y a no tratarlo como enemigo. El mérito de esta iniciativa plural y multisectorial es responsabilidad de Argentina Debate, que, después de meses de trabajo, consiguió unificar criterios con gran parte del arco político y logró el apoyo de más de cuarenta ONG; de la mayoría de los líderes de los sectores público y privado; los medios de comunicación; las organizaciones de la sociedad civil; fundaciones; mesas de diálogo, y los equipos técnicos que acompañarán a los candidatos.
Construir la agenda final, la hoja de ruta para un programa de dos horas al que tendrán acceso todos los medios del país, fue uno de los mayores desafíos. Hubo que desestimar, por ejemplo, la opción de un escenario de debate restringido sólo a tres candidatos: Daniel Scioli, Sergio Massa y Mauricio Macri, los mejor posicionados en las PASO. La desigualdad que imponía esa limitación respecto de los otros presidenciables –Margarita Stolbizer, Adolfo Rodríguez Saá y Nicolás del Caño– los afectaba tanto a ellos como a quienes los habían votado. Era una iniciativa polémica, sensible, sobre todo para un proyecto que, como comentó el ex diputado José Octavio Bordón, se propone ser parte de "un cambio cultural que debe tener reglas claras después de 32 años de democracia". El coordinador de Argentina Debate, Hernán Charosky, despejó otra duda que podría haber llevado confusión a la opinión pública, y lo dejó por escrito: el debate se hará igual aunque uno o más candidatos decidan no participar.
Graciela Fernández Meijide, que desde el primer momento participó del proyecto, rescata una historia personal para explicar por qué un debate electoral no puede ser equiparado a la categoría de un espectáculo deportivo, un show de televisión en prime time o una competencia de egos que se dirime en un estudio de televisión. "No hay que confundirse –dice Meijide–: el mensaje de la silla vacía tiene un significado muy claro, y es que nada importa. Es una forma de desprecio de la política. Recuerdo que, cuando me tocó debatir para ser senadora con Jorge Vanossi y Erman González, mi prioridad no era si me convenía o no hacerlo. La cuestión de fondo nunca puede ser ésa. Lo que ocurre es que parte de nuestro pasado son los sistemas feudales, como el menemismo y el kirchnerismo, y ninguno de ellos parece comprender algo tan elemental como el hecho de que las mayorías son circunstanciales. Ésta es la razón, el verdadero argumento por el cual se debe dialogar y discutir en un ámbito de respeto como el que exige la democracia. Nunca debemos olvidar el papel de las minorías, de los que menos tienen, porque su deber es, precisamente, el de poder interpelar."
Sin rodeos, pragmática, Meijide calcula que tal vez sólo un 40% de los argentinos tenga interés por la cosa pública. "Seamos honestos y claros –razona–, ¿cuánta gente está dispuesta a cambiar hoy el programa de Tinelli por el debate?" Aclara, sin embargo, que ese porcentaje no puede ser utilizado por los candidatos como un argumento válido para evitar dar explicaciones acerca de la cuestión más importante que tiene en este momento la sociedad: qué proponen hacer con el país si llegan al poder.
Alejandro Katz, en una columna en LA NACION, interpeló con palabras duras a los candidatos que aspiran a ocupar la presidencia. Eligió tres problemas fundamentales con la esperanza de, tal vez, poder escuchar las respuestas la noche del debate. "¿De qué modo se ocuparán de la pobreza, no sólo la existente, que merece, sin dudas, acciones decisivas para mitigar el sufrimiento de quienes la padecen, sino también qué harán para evitar su transmisión intergeneracional? ¿De qué modo intentarán evitar que cada chiquito que nace hoy, ahora, en este instante, en una familia pobre no siga siendo pobre indefectiblemente el resto de su vida? ¿Hablarán acerca de los vínculos entre política, fuerzas de seguridad y crimen organizado, dado que se trata de vínculos cada vez más estrechos y cada vez más peligrosos? Katz advierte, además, que el silencio de los candidatos sobre cualquiera de estos temas, tanto como la autocomplacencia de una clase política moralmente débil e intelectualmente pobre, los vuelve a unos y otros cómplices de las miserias del presente.
Cada crítica corre el riesgo de ser interpretada como otro fracaso de la política, que es también la estrategia frecuente con la que las responsabilidades, en lugar de tener nombre y apellido, quedan reducidas a una categoría menos peligrosa: la polémica. Es el riesgo que acompaña toda búsqueda de transparencia. La importancia de recuperar el arte del debate, símbolo de tantas democracias maduras que también tuvieron su "grieta", pero que ya conocen la distancia que va del odio y la intolerancia a la confrontación de ideas, es que muestra algo diferente en el horizonte. Será un avance entre tanta descalificación, insultos y carpetazos.