Un capítulo de la Argentina que se repite
La historia de los medicamentos, y más precisamente de los laboratorios en la Argentina, es un capítulo para prestar mucha atención y entender todo lo que está bien y lo que está mal, en un país esencialmente enfermo.
Arturo Oñativia fue ministro de Salud del presidente Illia. Los dos médicos, impulsaron la ley de medicamentos, con la sana convicción de quien ha hecho el juramento hipocrático y sabe mejor que nadie que salus publica suprema lex est (la salud del pueblo es la ley suprema). Ese acto valiente y republicano fue uno de los principales causantes del golpe de Estado asestado por Onganía. Demasiados intereses. No es casualidad que lo primero que hizo el golpista fue derogar la ley, con un decreto ley; lo segundo, entregar las obras sociales a los gremios. Ahí se entendió todo, especialmente quiénes tiraban la piedra y escondían la mano.
Pasaron muchos años y presidencias, con el statu quo blindado. El presidente Macri retomó la línea: abarató los costos de los medicamentos que con enormes sobreprecios cobraban algunos laboratorios al PAMI. El dispositivo no fue una ley, sino una acción antimonopólica que justificó la apertura y posterior baja de precios. Duró su presidencia; se instalaron luego las viejas prácticas, llegando al extremo en la pandemia, con importaciones plenas de sospechas y favoritismos.
Con estos antecedentes, lo que está promoviendo la provincia de Mendoza, a la que se sumó con apoyo decidido el Ministerio de Desregulación de la Nación, es de los actos políticos e institucionales más importantes. La provincia importaría ciertos medicamentos esenciales de la India, país que se ha convertido en polo de industria química de punta. La clave, sin duda, es el menor costo (muy menor) comparado con el que cobran los laboratorios en el país. El justificativo constitucional tan simple como potente, y que da cuenta de cualquier subterfugio burocrático: un medicamento es un bien social y tiene primacía; se impone ante cualquier excusa de segundo orden.
Como no podía ser de otra manera, aparecieron las resistencias y las ofertas. Palo y zanahoria, tan predecibles, tan lo de siempre. De un lado, los laboratorios ofrecieron sin mucha resistencia bajar sus precios, evidenciando la robustez de las tasas de retorno. Del otro, las excusas administrativas, que intentan instalar el miedo por la falta de control y posibles consecuencias. Una forma elegante de decir que no están dispuestos a competir, al menos tomando como referencia preponderante el precio. En las declaraciones off the record dejan traslucir una de las últimas balas: analizan acciones judiciales, seguramente con el forum shopping del caso que les asegure una cautelar.
El mismo dilema, los mismos intereses, la misma historia. Cicerón afirmó que la historia es maestra de la vida, de la que hay que aprender para no repetir errores. Shakespeare, a través de uno de sus personajes, decía que es un cuento que no significa nada, contado por un idiota. La Argentina parece encolumnarse obsesivamente en la segunda mirada. Esperemos que en este nuevo capítulo de los medicamentos se impongan por una vez los buenos. Y que dure. Está la salud de por medio. También la libre competencia y el federalismo. Casi toda la Constitución en un acto.