Un buen momento para la causa Malvinas
Ahora que la Argentina tiene frente a sí el mejor contexto histórico de los últimos 20 años para avanzar en la cuestión Malvinas -y cuando ha aparecido en el conflicto un tercer protagonista ineludible, que es la población de las islas a través de su autoridad política-, el análisis de la guerra de 1982 dejó de ser una tarea histórica de un acontecimiento del pasado. Sería un ejercicio inútil de crítica retrospectiva, con la lucidez confortable que otorga realizarla 30 años después. Lo que importa ahora es considerar lo que de esa empresa histórica vive en el presente. Así, la crítica de lo que entonces se hizo se convierte en una forma de asumir un acontecimiento vivo, de importancia crucial, referido al mayor conflicto externo de la Argentina en toda su historia.
En él, los argentinos actuaron, con todas las contradicciones y conflictos propios de una nación fragmentada y sumergida en una crisis crónica de legitimidad, como una unidad, incluso en términos operativo-políticos, frente a una potencia militar que integraba la reserva estratégica de la OTAN y que figuraba entre los triunfadores de la Segunda Guerra Mundial.
La derrota argentina no le otorga a ese resultado un carácter históricamente inevitable. Estimar perdida de antemano una campaña militar como resultado de una mera correlación negativa de fuerzas materiales es negarse a pensar en términos estratégicos. La estrategia no es un derivado de pautas estadísticas, sino el resultado de la previsión, la decisión, la iniciativa y el coraje de los protagonistas.
Malvinas no es una cuestión menor para la Argentina. En un país tan frustrado históricamente y dividido internamente, su realización como Nación depende de su inserción en el mundo, en unión con los otros países de América del Sur, ante todo Brasil, a través de un proceso de consolidación institucional y crecimiento sostenido.
Un aspecto esencial de la estrategia, que sólo puede ejecutar la autoridad política, es la caracterización de la naturaleza del conflicto. Es la respuesta a la pregunta crucial: ¿cuál es el tipo de conflicto que se enfrenta en un momento histórico intransferible?
Para la autoridad política de entonces, el 2 de abril fue una "invasión diplomática", una operación destinada a abrir un espacio y una oportunidad para las negociaciones con Gran Bretaña, no el del inicio de una guerra. En cambio, para el Reino Unido, gracias a la decisión y el coraje político de Margaret Thatcher, el 2 de abril fue el comienzo de una guerra, cuyo objetivo era para Londres la recuperación de las islas por las armas. Esta contradictoria caracterización de la naturaleza del conflicto realizada por ambos contendientes fue decisiva, debido a que determinó la estrategia militar utilizada por las partes. Por eso, porque para la Argentina el 2 de abril fue una "invasión diplomática", la isla Soledad, donde está Puerto Stanley/Puerto Argentino, no fue defendida.
La definición del conflicto que hizo la Junta Militar se fundó en dos premisas erradas. Por un lado, hubo una profunda subestimación de la voluntad política de Gran Bretaña de combatir en una guerra situada a 13.000 km de su territorio. Esto significa que se subestimó la capacidad de liderazgo y de decisión de Margaret Thatcher. Por otro, se produjo una sobreestimación de la capacidad militar del contingente británico, a pesar de la situación crítica que enfrentaba al intentar capturar una isla fuertemente defendida al caer el invierno en el Atlántico Sur.
La Argentina no sólo sobreestimó la capacidad militar británica, sino que desconoció el valor estratégico superior de la defensa, si es ejercida activa y enérgicamente, con voluntad de triunfar.
El mapa geopolítico de 1982 favorecía a la Argentina, a condición de que defendiera enérgicamente las islas tras la ocupación del 2 de abril. El rasgo central del mapa geopolítico de entonces era la retirada europea, ante todo de Francia y el Reino Unido, de su condición de potencias en el sistema mundial, después de haber perdido sus colonias; además, la recuperación de las islas ocurría cuando las ideologías hegemónicas no eran más ni el marxismo-leninismo soviético ni el capitalismo liberal estadounidense, sino la autodeterminación y la identidad nacional.
¿Por qué fracasó la Argentina en la guerra de 1982? Fue porque falló el único medio capaz de lograr la victoria, que era la defensa de la isla Soledad. Las Malvinas no fueron defendidas, en un sentido estrictamente estratégico-militar del término. El error estratégico argentino en la guerra de 1982 no fue el 2 de abril. La Operación Rosario fue un éxito operativo y una sorpresa estratégica para Gran Bretaña, una de las escasas en la historia de la guerra.
La Operación Rosario fue el único y breve plan de guerra (cinco días de duración) que tuvo la Argentina en los 74 días de combate en los que enfrentó a un integrante de la OTAN. No hubo en 1982 un plan estratégico para combatir en las islas.
Treinta años después, el contexto global es el más favorable para la Argentina en la cuestión Malvinas desde 1991. El eje del proceso de acumulación global ha pasado de los países avanzados a los emergentes, en primer lugar, China, la India y Brasil, y el Grupo de los 20 (G-20) es la nueva plataforma de gobernabilidad del sistema mundial.
El conflicto ha dejado de ser bilateral y se ha convertido, debido al apoyo de Brasil, Uruguay y Chile al negar el acceso a sus puertos a buques con bandera de las islas, en un fenómeno de naturaleza regional.
Lo fundamental que se ha modificado es el posicionamiento global de la Argentina con respecto al que tenía en 1982. Entonces, era un país aislado por la tragedia de la violación masiva de los derechos humanos, que lo había convertido en un paria internacional. Asimismo, la Argentina de 1982 carecía de forma prácticamente absoluta de inserción en la economía mundial.
Por último, el Atlántico Sur ha dejado de ser un "mar vacío", como en 1982, en que los únicos protagonistas eran la Argentina y Gran Bretaña, sin otros intereses en juego. Ahora es un "mar lleno", trasnacionalizado, en el que los actores son múltiples.
Lo decisivo de la segunda década del siglo XXI es que la Argentina se ha convertido en un país relevante, en su condición de gran productor mundial de alimentos, cuando la cuestión alimentaria se ha transformado en el punto principal de la agenda internacional, sobre todo en el G-20.
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