Un bastión de independencia La BBC vs. Tony Blair
La reciente denuncia sobre Irak que pone en apuros al gobierno laborista británico no es la primera ocasión en que la célebre emisora tiene enfrentamientos con el poder. Historia de un multimedios estatal, pero no oficialista, y sus diferencias con los medios públicos argentinos
El primero que chocó con "ella", como un bicho contra la luz, fue el mismísimo Winston Churchill. Corría mayo de 1926 y quien sería el más poderoso y legendario primer ministro de la historia británica contemporánea, entonces sólo a cargo de la cartera de Hacienda, pretendió usarla para desbaratar una huelga general. No pudo.
Treinta años después, ya en la cima máxima del poder, se encontró con la misma negativa cuando quiso manipularla a favor de la expedición francobritánica a Suez. Otra vez no pudo por más Churchill que fuera.
La tercera crisis, nos es del todo familiar: fue en 1982, en plena Guerra de las Malvinas, cuando mandaba Margaret Thatcher. El alto mando inglés aplicaba una férrea censura de prensa. "Ella" igual se las arregló abasteciéndose de imágenes e información en la línea enemiga. Ofuscada, la Dama de Hierro la acusó de alta traición, pero "ella" no se amilanó aduciendo que no estaba dispuesta a "malbaratar su representación de imparcialidad en el extranjero perdiendo la objetividad".
"Ella" tiene las agallas de una mujer corajuda y la fuerza de un hombre impetuoso: es la BBC, que ahora registra la cuarta crisis, quizá la peor de su historia, porque involucra a un hombre muerto en confusas circunstancias y a un gobierno que tambalea por culpa de un inesperado coletazo de la guerra contra Irak desatado por esta corporación mediática que no se calla nada.
Desde que el cuerpo del científico David Kelly apareció sin vida, el 18 de julio último, no hay otro tema del que se hable en el circunspecto Reino Unido: ¿fueron los datos de ese ex funcionario del Ministerio de Defensa los que constituyeron la columna vertebral de la explosiva noticia dada por la BBC que afirmaba que los informes de inteligencia del gobierno de Tony Blair sobre la capacidad de fuego de Saddam Hussein habían sido "inflados" premeditadamente nada más que para precipitar el ingreso británico en la alianza bélica junto a Estados Unidos contra Irak? ¿Quién tiene la culpa del suicidio de Kelly? ¿Quién lo presionó más: el gobierno, la BBC o ambos?
La descripción de encontronazos entre el poder y el grupo multimediático a lo largo de las décadas, hasta la actual grave controversia, parece responder más a los patrones de un medio opositor. Sin embargo, en todos los casos se trata de la muy oficial British Broadcasting Corporation, fundada en 1922 como radio y que incluye también a la televisión desde 1936. Caso único de independencia a través del tiempo de un medio estatal que ha sabido mantenerla muy por arriba de sus conocidos pares europeos, como la italiana RAI o la española RTV.
En su Historia de la televisión, Werner Rings explica que la proverbial equidistancia de la BBC se funda "en la tradición británica de no permitir la acumulación de poder en pocas manos, así como su costumbre de repartir al máximo sus responsabilidades, en las que deben participar hasta el colaborador de menos categoría. En Gran Bretaña, las relaciones del ciudadano con el Estado adoptan un doble significado. Se caracterizan por un afectuoso acatamiento a la corona, así como también por la conciencia de que la auténtica autoridad se encuentra en manos del Parlamento. A este hecho corresponde la extraña disconformidad entre la ley escrita y la política práctica, así como la importancia decisiva de las formas de transacción tradicionales, que pueden tender un puente entre ambos conceptos antagónicos. En este juego de fuerzas, incomprensible para los no británicos, se encuentra también el poder de la televisión".
Cara y ceca
John McCormick, responsable de la filial escocesa, explica que "la BBC es una entidad autónoma, independiente y el servicio lo debe prestar al público y su responsabilidad es sólo hacia él".
En la Argentina, por el contrario, la organización estatal de medios se ha caracterizado siempre por su desorden y servilismo al poder de turno, con mayor o menor aplicación, fluctuando entre una centralización política absorbente, una supuesta neutralidad, un peligroso afán expansionista y una suerte de caos de conducción precariamente cubierto por funcionarios frágiles e intercambiables.
En el primer esquema se inscriben los dos primeros gobiernos de Juan Domingo Perón y el menemismo, con los particulares matices que los distinguen; en el segundo, la sucesión de gobiernos que van desde la Revolución Libertadora hasta Alejandro Agustín Lanusse, en cuyo lapso ni Radio Nacional ni Canal 7 prevalecieron en su protagonismo, más allá de ser cabeceras de la entonces muy usada "cadena nacional", aunque tampoco supieron ser mínimamente críticos de los gobiernos que se fueron sucediendo. En cuanto al tercer formato, el de la expansión gubernamental, debe anotarse la violenta estatización de los canales de televisión el 1º de agosto de 1974 por parte del gobierno de María Estela Martínez de Perón y la adopción del sistema cromático, la construcción de una ambiciosa planta de televisión y el remozamiento integral de Canal 7, convertido en ATC, en tiempo de los militares del Proceso, que lo pusieron a competir comercialmente. Finalmente, el último formato -el del manejo inestable y contradictorio-, con un oficialismo apenas menos acentuado, se inscriben los gobiernos de Alfonsín, De la Rúa y Duhalde. El actual, de Néstor Kirchner, aún no definió cuál será su planteo de fondo al respecto, aunque ciertas indecisiones en cuanto a la conducción de Canal 7 permitirían vislumbrar inicialmente algunos chisporroteos entre diversos sectores en pugna y que no es prioridad aún dar a esta democracia, ya de veinte años, una ley de radiodifusión que reemplace a la vigente, que lleva la firma de Jorge Rafael Videla.
La conformación de la BBC debe ubicarse exactamente en las antípodas del aquelarre argentino. En su libro La crisis de la televisión pública, Pere-Oriol Costa da cuenta de ella: "La designación del Consejo de Administración de la BBC se regula por una ordenanza del año 1964. Según se establece, el Consejo está compuesto por doce miembros que son nombrados por la reina", previa consulta al ministro de Correos y Telecomunicaciones hasta 1974 y desde entonces al titular de Interior, que es quien los nombra de hecho. "El Consejo de Administración -agrega Pere-Oriol Costa- resulta, en su conjunto, representativo de una gama lo más extendida posible de intereses políticos, culturales, religiosos, profesionales y regionales. Este Consejo -a diferencia de lo que ocurre en otros países europeos- no emana del Parlamento, aunque el ministro rinde cuentas a éste, anualmente, de su gestión. También depende del gobierno el nombramiento de los nueve governors que componen el órgano directivo del ente".
Los miembros del Board of Governors tienen un mandato de cinco años y resuelven sobre programación, finanzas y servicios exteriores de la BBC. Además existe un Consejo Consultivo General (General Advisory Council) integrado por sesenta personas y los Consejos de las Nacionalidades para Escocia, el País de Gales e Irlanda del Norte. Dos textos fundamentales rigen su destino: la Carta Real que fija la estructura y objetivos del servicio público y la licencia de explotación, que dispone cómo la BBC debe usar sus centros emisores.
"Los recursos de la BBC -afirman Pierre Albert y Andre-Jem Tudesq en Historias de la Radio y Televisión- provienen de impuestos, subvenciones del Estado por las emisiones hacia el extranjero y de la venta de sus publicaciones impresas y de la reventa de sus emisiones. La BBC no puede difundir publicidad."
La confusión nacional
Lo más cerca que estuvo la Argentina de disponer algo lejanamente parecido fue cuando Raúl Alfonsín prometió en su plataforma preelectoral que crearía un Ente Público No Estatal para el manejo de los medios oficiales y una comisión bicameral que entendería en la materia. Nada de esto, como se sabe, ocurrió. El gobierno de la Alianza concentró dichos medios en un sistema público, más burocrático que eficaz y, además, manejado por funcionarios nombrados a dedo.
La confusión entre "lo estatal" y "lo gubernamental" ha sido una constante nacional marcada a través del tiempo a pesar de la diversidad de regímenes democráticos y de facto que hemos tenido. Ningún gobierno hasta el momento ha querido disponer de un esquema de administración autárquica del aparato de medios estatales que no dependa de los vaivenes de la política y responda más a la comunidad.
Por todo ello, un enfrentamiento de las proporciones que están sosteniendo en estos momentos la radio y la televisión oficiales británicos con el gobierno del que finalmente depende, no habría tenido posibilidades de desarrollarse por estas latitudes.