Un autor de estos tiempos. Las grandes catástrofes de László Krasznahorkai
En un mundo que parece privilegiar la liviandad, el escritor húngaro se ha convertido, con sus exigentes y oscuras novelas, y gracias a su amplia difusión en inglés, en uno de los autores más leídos de la literatura europea que vino del Este tras la caída del Muro
Cuando alguna vez le preguntaron qué diferencia encontraba entre la Hungría comunista y la poscomunista, el novelista László Krasznahorkai (Gyula, 1954) respondió con una variación de acidez perfecta: en la primera, dijo, la vida era anormal e intolerable; en la segunda, normal e intolerable.
Krasznahorkai, un creador sarcástico y oscuro que en la última década viene siendo considerado uno de los narradores más originales de la literatura europea en curso, sabe de qué habla. Su primera novela, Tango satánico, llegó a ver la luz en una Hungría gobernada por la censura más férrea: ¿cómo pudo alcanzar la imprenta esa trama que gira y gira alrededor de una granja colectiva rural a punto de cerrarse y que parece una referencia directa a otro colapso que se avecinaba? El libro se publicó en 1985. Krasznahorkai, entregado al desorden alcohólico de los sentidos que, huérfanos de libertad creativa, cultivaban tantos artistas del otro lado de la Cortina de Hierro, sospecha que fue por pura carambola kafkiana: su novela, dice, debe haber sido el botín de algún funcionario burocrático dispuesto a probar que tenía más poder que otro.
La caída del Muro de Berlín auguró una oleada imparable de autores venidos del este. El vaticinio no contaba con algunas astucias de la historia con mayúscula: las mafias, los rápidos reflejos del capitalismo para saturar mercados, los placebos que pronto proveería Internet fueron más ladinos que la lenta liberación del arte. Sobran autores, pero más allá de sus fronteras esa relegada y sufrida ala de Europa solo dejó traspasar unos pocos nombres de generaciones nuevas: el rumano Mircea Cartarescu, los rusos Ludmila Ulítskaya y Vladimir Sorokin, la polaca Olga Tokarczuk. Entre ellos, figura Krasznahorkai, que, como no es inusual que suceda, es más conocido fuera de su país que dentro: en 2015 ganó el Booker Prize por el conjunto de la obra, antes de que cambiaran las reglas del premio, y cada año suena como candidato para darle nuevos aires a un Nobel boqueante de desconcierto. El centro de irradiación de sus obras es, sobre todo, Londres, gracias a la acción de un traductor talentoso: George Szirtes, también húngaro y poeta. El último de esos libros, Chasing Homer, una versión homérica de un fugitivo contemporáneo, se publicó el año último y no salió todavía en castellano. Hay una buena noticia, sin embargo, y es que en nuestro idioma se conocen todos los demás, traducidos en gran nivel por Adan Kovacsics.
Tango satánico, aquella primera novela, propone un mundo con reglas propias, pero también una estética sombría y grotesca. Los seguidores del cine tal vez conozcan la versión de Béla Tarr, el director con el que Krasznahorkai hizo tándem artístico durante gran parte de su carrera. La película, de siete horas y en blanco y negro, es formidable, pero carece, claro, de una de las dimensiones narrativas: la prosa espiralada, de frases interminables, sin puntos y aparte. Si Tango satánico es una alegoría, es una alegoría que supera el paralelismo de coyuntura: la entropía es social, pero también cósmica. Un grupo de personajes –hombres y mujeres, algunos chicos– aguardan en su comunidad agrícola la llegada de Irimiás y su fiel escudero –sospechosos personajes, renegados informantes de la policía secreta– que los rescatarán de ese amasijo de lluvia y barro. Un doctor borracho se dedica a registrar, con arrebatos líricos, todo lo que ocurre. Sin embargo, a diferencia de Godot, a Irimiás no habrá que esperarlo de manera indefinida. Llega, y como un iluminado, con grandes discursos, terminará por arrancar a alguno de los desahuciados habitantes fuera de ese espacio condenado y llevarlos a un viaje con destino incierto. No solo los personajes parecen a punto de caer en algún trance: también los paisajes, la tierra, el mundo, toda la materia se ve infectada por una locura apocalíptica. Un lector poco habituado a las repeticiones de Thomas Bernhard o a las errancias de Samuel Beckett quizás encuentre asperezas en los torbellinos del escritor húngaro. Pero como ocurre con la literatura más inesperada lo primero es dejarse llevar: el modo en que Krasznahorkai destila esas frases, arrastrándolas en un vaivén vagamente etílico, es una experiencia de por sí.
Melancolía de la resistencia (1989, todavía tiempos del comunismo) participa del mismo humor negro (también la filmó Béla Tarr bajo el título Las armonías de Werckmeister), pero el clima totalitario es todavía más evidente en esa historia de un circo que llega a un pequeño pueblo húngaro, portando una ballena muerta, y que terminará habilitando una inédita violencia catártica. "Melancolía de la resistencia es casi un buen libro, pero solamente casi –dice Krasznahorkai, declarándose discípulo tácito de Beckett–. Ese es siempre el proceso, porque puedo imaginar un buen libro, pero no escribirlo. Es mi vida: después de cada libro una desilusión, y después de eso, volver a intentarlo, seguir intentando".
En Guerra y guerra (1999), su primera novela extensa tras la caída del Muro, se produce un desplazamiento. Korin, un suicida en potencia, descubre un manuscrito épico (dos combatientes tienen que retornar a casa tras la guerra) y, obsesionado por el texto, toma la decisión de tipearlo y subirlo a la red. Para eso, se traslada a Nueva York, donde piensa dar a conocer su tesoro y luego quitarse la vida. El cambio de época habilitó para Krasznahorkai un traslado geográfico, pero el aura trágica permanece como trauma.
En libros posteriores como Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río (2003) o Y Seiobo descendió a la tierra (2008), hay notas de redención: abordan el imaginario japonés, en el que el húngaro es un erudito autodidacta, para huir de una cultura atrofiada, que se volvió irrespirable.
El crítico James Wood dio con una gran imagen para explicar cómo funcionan las novelas de Krasznahorkai. Es como si a lo lejos el lector divisara un grupo de gente –describe para elogiarlas–, en un día frío y lluvioso, calentándose alrededor de un fuego, pero al acercarse descubriera que donde debería estar el fuego en realidad no hay nada. Imposible explicar de qué tratan: simplemente son. Wood se olvidó, sin embargo, de un detalle clave: alrededor de ese vacío, de los personajes, repica una música insólita que –extraño milagro– suena bien en otros idiomas, otros ámbitos.
GUERRA Y GUERRA
László Krasznahorkai
Acantilado
Trad.: A. Kovacsics
328 págs./ $ 2750
TANGO SATÁNICO
László Krasznahorkai
Acantilado
Trad.: A. Kovacsics
304 págs./ $ 2990