Un 17 de octubre patético
El autor del siguiente artículo es diputado nacional y candidato a renovar su banca en las próximas elecciones legislativas
No fue el estertor de un país sin futuro, sino la mejor expresión de una Argentina en pleno desarrollo que para 1945 llevaba doce años de crecimiento ininterrumpido en los que la producción industrial se había duplicado; un país cuyo PBI por habitante era el octavo del mundo, cuyos ciudadanos gozaban de una mejor legislación social y superiores condiciones de vida que toda Latinoamérica y la mayor parte de Europa. No estuvo Evita arengando a las masas, ni se movilizaron millones, ni hubo discurso del Coronel ante una plaza repleta; pero el 17 de octubre de 1945 encarnó sentimientos legítimos y nobles; las aspiraciones de un país que exigía más justicia social y más participación política. Sin embargo, a 76 años de aquellos hechos, lo que hizo el peronismo con las ilusiones que supo despertar constituye una cuestión muy diferente.
Este Día de la Lealtad encontró a todos peleados con todos. De manera que no hubo acto central ni oradores. Fue un 17 de octubre patético, para utilizar el adjetivo que usó el Presidente para describir a este peronismo. El 17 de octubre de un país devastado sobre el que se adensan negros nubarrones; con la economía juntando presión y el 31% de las PASO, mínimo histórico desde 1946, destinados a empeorarse. Parece el fin de un ciclo histórico que comenzó con el peronismo proclamándose representante único del pueblo y termina con el peronismo encarnando lo contrario a todas sus promesas.
Decían ser el subsuelo sublevado de la patria y han hundido a la patria en el subsuelo. Al final de estos últimos 32 años, de los cuales gobernaron 26 y no dejaron gobernar los otros seis, cada vez hay más pobres y más indigentes. Cada vez se van más jóvenes y más empresas. Cada vez hay menos que creen que el futuro puede ser mejor que este presente en que la corrupción crece, la pobreza explota y la inflación vuela. Venían a ofrecernos las dichas de la comunidad organizada, pero no se ha visto mayor caos que el que armaron en dos años de este gobierno incompetente.
Perón, el primer trabajador, llegó a decir que los únicos hombres verdaderos son los que trabajan. Hoy su partido tiene de jefe de bloque a Máximo Kirchner, campeón de PlayStation, y representa, sobre todo, a marginales. Su mejor porcentaje electoral lo consiguieron en las cárceles, donde pulula el subsuelo tumbero de la patria. Un gobierno de lúmpenes para lúmpenes con lumpenaje para todos los gustos: el alto lumpenaje de Cristina y Massa, el intermedio de los Grabois y los Navarro, y el bajo lumpenaje de sus víctimas, condenadas al pozo ciego, el subsidio y la polenta. Para unos pocos, Puerto Madero. Para los menos, Recoleta. Para quienes los votan, Fuerte Apache, Itatí y Puerta de Hierro.
Dicen ser el federalismo, la aspiración a un país más integrado; pero basta nombrar a Formosa, La Rioja, San Luis y Santa Cruz, en donde han gobernado con exclusividad desde 1983, para entender adónde nos llevan. Se dicen federales, pero su poder se basa en el conurbano: Almirante Brown, Berazategui, Ezeiza, Varela, Hurlingham, José C. Paz, La Matanza, Malvinas, Merlo, San Fernando; diez tierras arrasadas cuyos 5.700.000 habitantes solo han tenido intendentes peronistas. La mayor provincia argentina, con excepción de la que integran. Miseria. Crimen. Narcos, barras bravas y policías más bravas. Casas con reja de hierro, vecinos parapetados y entraderas. Una enorme Detroit periférica como las que supimos construir alrededor de las grandes ciudades del país durante los doce años de gloria sojera.
Decían ser la modernización, pero son la reencarnación del medioevo. Las provincias feudales del norte. Los califatos petroleros del Sur. Las baronías conurbanas. Se decían heraldos de la participación popular, pero rompieron la República transformando, hasta donde pudieron, el Congreso en una escribanía, la Justicia en una cloaca y el periodismo en una agencia de publicidad de sus gobiernos. Llegaron para acabar con el Partido Conservador y son el gran partido conservador de la Argentina corporativa que crearon. Un país de sindicalistas ricos y trabajadores pobres, de empresarios riquísimos y empresas quebradas, de gerentes de la pobreza que en las marchas toman asistencia.
Parieron los peores monstruos salidos de un partido que se dice democrático. Los Montoneros y la Triple A. Los Osinde, los Firmenich, los López Rega. Los Herminios y los Aldo Rico. Los Moyanos, los Aníbales, los D’Elía, los Moreno. Una colección de fascistas violentos. Se escudan en las atrocidades cometidas por las dictaduras y son el único partido nacido de una dictadura, del golpe de Estado que dieron las Fuerzas Armadas con Perón en 1943 y contra Perón en 1955. Responsables, junto al Partido Militar, del golpe contra Illia. Autores del derrocamiento de Alfonsín y De la Rúa mediante la aplicación de ese manual peronista de saqueos, violencia y desestabilización que denunció Cristina por cadena nacional el 27 de diciembre de 2012.
Dijeron que venían a acabar con la oligarquía y son la peor de las oligarquías: la del vacunatorio vip y las fiestas en Olivos. La que desbarrancó a la Argentina del esfuerzo y el mérito. Si durante los 70 años transcurridos de 1945 a 2015 hubiéramos crecido al modesto ritmo de Latinoamérica, nuestro PBI por habitante sería similar al de España o Italia. Al ritmo de México, superior al de Francia y Japón. Al ritmo de Brasil, seríamos el cuarto país más rico del mundo, por delante de Suiza. Decime qué se siente, compañero.
Y lo peor. Los que han hecho del culto a sus muertos una marca de su historia desde los 16 días que duró el velorio de Evita, el crespón negro obligatorio y el anuncio radial reiterado diariamente por años a las 20.25, hora de su fallecimiento, culminaron este 17 de octubre patético pisoteando las piedras y arrancando los carteles con los que los argentinos homenajearon a los más de cien mil muertos por Covid que no habían sido vacunados. No vieron en esos símbolos el dolor de todo un pueblo, sino la expresión de la antipatria. Y ninguno de sus principales dirigentes, que siguen hablando de consensos y de cerrar la grieta, repudió ese infame atropello.
La patria justa, cada vez más injusta. La patria libre, con las libertades recortadas. La patria soberana ya no tiene energía ni moneda. ¿Qué se hizo el rey don Juan? Los soldados de Perón ¿qué se hicieron? ¿Qué fue de tanto galán? ¿Qué fue de tanta invención, como trajeron? A tres cuartos de siglo de la digna epopeya de los trabajadores con los pies en la fuente solo quedó una cáscara vacía, un discurso hueco que se contradice con las acciones del peronismo en el poder. Su expresión caricaturesca es la última publicidad electoral del Gobierno, en la que se compromete a decirle sí a la educación, al trabajo, a bajar la inflación, a la seguridad y al diálogo; es decir: a todo lo que le dijo no durante estos dos años.
Este 17 de octubre patético alienta, por eso mismo, una esperanza: la de un fin de ciclo no solo kirchnerista, sino peronista. El sueño posible de una Argentina en la que la justicia social y la república, el mercado interno y las exportaciones, los morochos y los rubios, el consumo y las inversiones, el campo y la industria, el equilibrio macro y el crecimiento, el interior y la Capital, la productividad y los salarios, la moneda y el crédito dejen de constituir opciones excluyentes y sean lo que son en todo el mundo civilizado: aspectos complementarios de una realidad que no conduce a Venezuela, Formosa o Santa Cruz, sino a un capitalismo avanzado y a una democracia plena.
En un mes se vota. La puerta de salida está entreabierta.