Ucrania, Taiwán y los “boomerang” geopolíticos
No caben dudas de que la decisión de James Carter, en diciembre de 1978, de hacer una ruptura con tres décadas de política norteamericana hacia China, estableciendo relaciones diplomáticas plenas -a partir de 1979- con la República Popular de China, poniendo fin a la tradicional alianza de Washington con el reducto nacionalista de Taiwan, ha sido una de las bases de dos cuestiones que en su momento han sido beneficiosas para Estados Unidos.
Por un lado, en lo geoestratégico, EE.UU. dividió así a los dos gigantes comunistas permitiéndole enfocarse en su lucha y posterior triunfo frente a la entonces Unión Soviética. Por el otro, en lo económico empresarial, le permitió una enorme expansión del comercio e inversiones estadounidenses en China, mediante sus también gigantescas corporaciones empresariales que “descubrieron” al enorme mercado chino -con su población, en aquellos tiempos la demográficamente más grande del planeta, pero también con su mano de obra, por entonces la más barata del mundo.
Esa decisión y esos momentos fueron coincidentes con la llegada al poder del Comité Central del Partido Comunista de China de Deng Xiaoping, sin dudas el padre de la China moderna y pujante de estos días, que intenta disputar la hegemonía mundial económica y política a Estados Unidos y, como se analizará más adelante, también la militar.
En 1989 se produce la caída del Muro de Berlín y en 1991 ocurre la implosión y el desmembramiento de la Unión Soviética. Es así como 14 de las 15 exrepúblicas soviéticas se independizan del poder central de Moscú. Por su parte, la Unión Soviética es continuada como ente jurídico internacional por la Federación de Rusia.
Los países que formaban parte del Pacto de Varsovia discontinúan su membresía de dicho Pacto y llaman a elecciones libres luego de 45 años de dictaduras comunistas de diverso pelaje.
Al mismo tiempo, Alemania encara el proceso de unificación, tarea descomunal a ser llevada a cabo, y como se vería después, con señalado éxito.
Simultáneamente, la próspera y radiante Alemania Federal encara una profunda etapa de expansión en comercio e inversiones hacia los “nuevos” países del Este, incluidas las ex repúblicas soviéticas, con Rusia como la gran frutilla del postre, siendo ésta, por tamaño y escala, el objetivo primordial. También Alemania (y todo Occidente) “descubren” los mercados euro asiáticos, los países del Cercano Oriente y los del sudeste de Asia, como filones a ser “invadidos” por las florecientes economías occidentales.
En 1994, Rusia y Ucrania firman el Memorándum de Budapest, en el cual se establecía que Ucrania deberá ceder sus misiles nucleares a la Federación Rusa, a fin de salvaguardar las seguridades sobre “No proliferación de armas nucleares” en muchos países, obteniendo a cambio Ucrania las seguridades de su integridad y la soberanía de su territorio. Los garantes fueron Estados Unidos y Gran Bretaña, además de la propia Rusia.
En julio de 1997, se produce la devolución por parte de Gran Bretaña a China de la isla de Hong Kong, colonizada por la primera durante 155 años. La devolución se había pactado bajo un régimen conocido como “un país, dos sistemas”, durante el transcurso del traspaso de soberanía en una transición de 50 años, prometiéndose a Hong Kong un alto grado de autonomía y el estilo de vida capitalista de la que ya gozaba por entonces la isla, pero lo más importante, mantendría durante esos 50 años de transición el régimen legal y democrático que había vivido Hong Kong desde siempre.
Los boomerang
¿Qué fue y qué pasó desde esos hechos mencionados hasta el día de hoy?
Respecto de 1979 (reconocimiento de China Popular y asunción de Deng Xiaoping), la decisión estadounidense le permitió a Washington enfocarse geoestratégicamente solo en su principal rival o adversario por entonces, la Unión Soviética, quitándole además a Moscú un aliado que, aunque con vaivenes, obligaba a Estados Unidos a distraer sus esfuerzos político-militares. Las reformas neoliberales (a la usanza china, hay que decir) se detuvieron por un tiempo desde 1989 por las protestas populares y estudiantiles, pero fueron luego retomadas con mayor fuerza aun, a partir de 1992. Eso llevó a que ya en 2010, China pasara a ser la segunda economía del mundo. Como ya dijéramos, las corporaciones empresariales estadounidenses contribuyeron en gran medida para ello. Por lo tanto, solo era una cuestión de tiempo para que el “gigante dragón dormido” disputara las hegemonías, no solo la económica sino también la político-militar.
Con Taiwán, Estados Unidos firma en 1979 (en simultáneo con el reconocimiento internacional de la China continental) un Acta o Acuerdo en el que se establece que proporcionará a Taiwán los medios para defenderse. Así, práctica y concretamente, Taipei ha recibido armas estadounidenses desde los primeros años del Acuerdo para “defenderse de una eventual invasión china a la isla”. No obstante ello, EE.UU. siempre se ha cuidado de no colisionar jamás con su reconocimiento de la China Popular como único sujeto de derecho internacional.
Esa ambigüedad americana (reconoce a China pero defiende a Taiwan) ha tenido sus altos y sus bajos, fundamentalmente desde que Pekín comenzó a incumplir de manera total y absoluta lo firmado en el Acuerdo de cesión de soberanía de Hong Kong a China por parte de Gran Bretaña.
Con la llegada de Xi Jinping al poder en 2013, pero sobre todo con su decisión de terminar con la cláusula implementada por Deng Xiaoping, por la cual no se permitían reelecciones luego de dos períodos consecutivos en el poder, Xi se encamina así a permanecer de manera vitalicia como líder chino. En simultáneo, comenzaron a percibirse deterioros en la particular “democracia” del gigante asiático, principalmente en la ya mencionada Hong Kong, pero también en la persecución a las minorías uigures en la provincia de Xingiang, eso hablando en términos de “puertas adentro” de China, y fuera de ellas, con algunos acuerdos económicos comerciales firmados aparentemente de manera poco confiable y cristalina respecto de inversiones chinas en países africanos y asiáticos, y también en América Latina. Sin dejar de mencionar, movimientos militares agresivos en el Sudeste asiático, principalmente en el Mar de la China.
Mientras esto ocurría con China, desde 2008 se produce un marcado cambio de rumbo de la Federación Rusa en sus estrategias geopolíticas. Si bien Rusia ya había tenido anteriormente dos guerras en Chechenia y otra un poco menor en Daguestan, se podría decir que las mismas fueron “puertas adentro” de la Federación. Pero en 2008, Rusia invade Georgia, país independiente desde hacía 17 años, y ayuda a secesionar a las regiones de Abjasia y Osetia del Sur, declarándolas artificialmente como repúblicas independientes.
En 2014 anexa unilateralmente Crimea y ayuda a la secesión de dos provincias del Donbas Ucraniano, constituyendo la primera invasión a Ucrania, la cual es continuada con la segunda invasión, esta vez en gran escala al territorio ucraniano, iniciando así la primera guerra en tierras europeas desde los fines de la Segunda Guerra Mundial en 1945. Ciertamente, Rusia rompe además con las instituciones creadas por el Derecho Internacional de posguerra y desata un conflicto aun hoy de muy difícil e incierta dilucidación.
Tratando de efectuar una prospección a futuro para intentar prever si estas movidas actuales de Rusia y China tendrán su correlato y consiguiente “boomerang” a varios años vista, hay que adentrarse en los hechos relatados supra. Así, dicha prospección se puede dividir en varios aspectos claves: el geopolítico, el económico y el militar.
1. Geopolítico
- Relación EEUU-China: la decisión de Carter de 1978 estableció una dinámica que, en retrospectiva, puede considerarse un “boomerang”. China ha pasado de ser un aliado táctico contra la URSS a un competidor estratégico de EE.UU. La política de “una sola China” y el apoyo ambivalente de EE.UU. hacia Taiwán seguirán siendo un punto de tensión en las próximas décadas. La creciente asertividad de China bajo Xi Jinping, combinada con su rechazo e incumplimiento a los acuerdos previos sobre Hong Kong, podría llevar a un mayor conflicto con EE.UU. y sus aliados en la región Asia-Pacífico.
- Relación EEUU-Rusia: con la caída de la URSS, Rusia ha evolucionado hacia un nuevo tipo de desafío geopolítico para EE.UU., especialmente bajo el liderazgo de Putin. Las intervenciones rusas en Georgia, Ucrania, y su influencia (o intentos de) en otros países de la ex-URSS, indican el objetivo de restaurar su poder regional e imperial de siempre. Esta tendencia podría intensificarse, llevando a una nueva Guerra Fría entre Occidente y Rusia (ahora con el concurso real de China por otras razones) exacerbada por los conflictos en Ucrania y la expansión de la OTAN hacia el este, no por voluntad de la OTAN, valga decir una vez más, sino por el expreso deseo de los ex países de la “cortina de hierro” y ex soviéticos que, caída la URSS, prontamente reclamaron la membresía por fundados temores sobre su seguridad.
2. Económico
- Crecimiento de China: la integración económica entre EE.UU. y China ha sido beneficiosa para ambos, pero también ha facilitado el ascenso del gigante asiático como potencia global convirtiéndola en competidora cada vez más acérrima del país americano. El desafío para EE.UU. será gestionar la competencia económica, ya que China busca dominar sectores claves como la tecnología, la inteligencia artificial, y las energías renovables. Las tensiones comerciales y las disputas por la propiedad intelectual podrían intensificarse, afectando las cadenas de suministro globales y llevando a una posible desaceleración del comercio mundial.
- Energía y Recursos Naturales: con el colapso de la URSS, los recursos naturales de Rusia se han vuelto cruciales para Europa, especialmente en Alemania. La dependencia de Europa del gas ruso es un arma de doble filo: Rusia podría intentar seguir utilizándola como una herramienta de presión política mientras que Europa buscará diversificar sus fuentes de energía (como ya está intentando hacerlo, sobremanera luego de la invasión rusa a Ucrania). Este contexto podría llevar a que se acelere la transición hacia energías renovables en Europa y un mayor y peligroso enfriamiento en las relaciones entre Rusia y la UE, el cual ya es a todas luces visible.
3. Militar
- Carrera armamentista y militarización: La competencia entre EE.UU. y sus aliados (Europa, Israel, Japón, Australia, Corea del Sur, inter alia) vs China y Rusia (con los soportes de Irán y Corea del Norte) muy probablemente intensificará la carrera armamentista, especialmente en el espacio y el ciberespacio. Las tensiones en el Mar de China Meridional y en la frontera entre Rusia y la OTAN podrían seguir escalando, llevando a una mayor militarización de estas zonas. EE.UU. podría aumentar su presencia militar en el Asia-Pacífico, lo cual llevaría a un irreversible enfrentamiento con la República Popular, mientras que Rusia buscará consolidar su poder en Europa del Este y el Ártico, sin dejar de apoyar (y ser apoyado) encubiertamente por su aliado oriental.
Ciertamente, las amenazas de utilización de arsenal nuclear por parte de Rusia complican cada vez más intensamente este proceso, desafiando a Occidente a evaluar qué haría en caso de que la Federación concretara sus, hasta aquí, tan solo amenazas. Putin volvió a utilizar esas amenazas en la última sesión de la Asamblea General de la ONU, advirtiendo que había decidido cambiar su doctrina de seguridad nuclear. La gran pregunta es: ¿puede EE.UU. permanecer callado a estas amenazas o debe devolverlas con la misma intensidad?
Por cierto, no estaría nada mal recordarle a Rusia que, ante un ataque nuclear, por ejemplo a Kyiv, la OTAN no permanecería impasible ante ese hecho y que la respuesta de Occidente sería de la misma gravedad o aun mayor a la empleada por Rusia. Ese sería un mensaje contundente para la Federación, así como también a aquellos países que la cobijan y apoyan de manera solapada o ambigua.
Conclusión
El panorama global que se proyecta es de creciente tensión entre grandes potencias, con China y Rusia (y sus aliados Irán y Corea del Norte) cada vez más desafiantes de la hegemonía estadounidense (con sus aliados europeos, Israel, Australia, y del G7) en diferentes frentes.
Las decisiones tomadas en décadas anteriores han sembrado las semillas de una competencia estratégica que se intensificará en los próximos años, con implicaciones económicas, políticas y militares de gran envergadura.
La multilateralidad de las últimas décadas, entendida ésta como un enfoque en las relaciones internacionales donde múltiples países colaboran a través de instituciones y organismos internacionales y acuerdos colectivos para abordar problemas globales, pareciera estar dejando paso a la multipolaridad.
La idea de que los desafíos globales, como por ejemplo el cambio climático, la seguridad o el comercio, se gestionan mejor a través de la cooperación internacional en lugar de acciones unilaterales o de grupo de países, pareciera estar pasando de moda, dadas las acciones cada vez más asertivas por parte de China y Rusia.
El planeta parece encaminarse hacia una nueva era de multipolaridad, donde las alianzas serían más fluidas y los conflictos, tanto abiertos como encubiertos, podrían ser más frecuentes. Seguramente, de ser ello así, se produciría un claro retroceso para el bienestar general del planeta y tendríamos un “nuevo boomerang” por acciones tomadas en tiempos pretéritos que luego repercuten de manera muy diferente a las intenciones de su momento.
Pero además, cabe preguntarse ¿estamos en las vísperas de la creación de un nuevo “boomerang” a futuro por acciones geopolíticas que se toman en el presente? Y por otro lado, ¿cuáles serían las consecuencias para la humanidad toda ante el desafío de dichas decisiones?
Lo que ocurra en las elecciones de las próximas semanas en los EE.UU. será el ejemplo concreto, tangible y real, y que cobra una relevancia singular -quizás como nunca antes- porque por primera vez, según quien resulte ganador, no solo podría tener una muy diferente ponderación sobre los deseos, influencias y relacionamientos de EE.UU. en la política internacional, sino que también podría ocurrir que la propia democracia norteamericana adquiera rasgos autoritarios como nunca antes percibidos, y que ponga en peligro interna y externamente, no solo a EEUU pero a Occidente todo y los países que conforman el llamado “mundo libre”.
La más clara referencia son las bravatas de “admiración encubierta” de Donald Trump en referencia a Rusia en general y Putin en particular, unido a su desdén respecto de Europa y la OTAN, supuestamente por razones económicas y presupuestarias del gigante norteamericano. No caben dudas que, de ser ciertas, no solo Rusia aplaudiría fervorosamente las decisiones del magnate estadounidense, sino también sus aliados estratégicos China, Corea del Norte y quizás hasta la mismísima Irán.
En tiempos aciagos como los que se viven en el presente, donde las palabras paz y cooperación entre países han perdido de alguna manera la significancia que tenían desde el fin de la Segunda Gran Guerra pero más aun desde el fin de la Guerra Fría, es de esperar que la inteligencia, sabiduría y buenas intenciones de los líderes globales prevalezcan por sobre las ambiciones, codicias y ansias de poder sin freno.