Ucrania, ¿primer episodio de una nueva lucha por la hegemonía global?
Desde el inicio de la invasión a Ucrania por parte de Rusia, surca en mi cerebro el dilema de si debo seguir pensando como un diplomático formateado para eventos o situaciones de paz o para la afanosa búsqueda de no perder la paz; o si, cuando la guerra ya se ha declarado y muestra su más cruenta cara, contraponer a ese belicismo manifiesto un pensamiento en esos mismos términos bélicos o, por lo menos, de mucha y férrea determinación y firmeza.
De acuerdo a algunas enseñanzas históricas -entre muchas otras, también a las que han tenido como principal personaje a la Rusia zarista, a la de la Unión Soviética, o a la actual de Putin- frente a esta “operación militar especial rusa”, eufemismo que intenta enmascarar esta guerra declarada, esa disyuntiva se presenta todo el tiempo y por ello, dado el carácter nuclear de uno de los contendientes -la Federación Rusa- y la amenaza de su uso, en palabras del Presidente Putin, del Canciller Lavrov o del vocero presidencial Peskov, en diferentes ocasiones, parece razonable que Occidente tenga dudas de cuál es la mejor manera de oponerse a tan “insensato” ofensor.
No obstante, y a pesar de que Occidente obviamente debe sopesar debida y calificadamente estas cuestiones, el desarrollo de los acontecimientos en Ucrania han mostrado que Rusia, en tanto y en cuanto más se demora en obtener reales triunfos militares sobre el terreno (no estoy hablando de la destrucción de ciudades o de los innumerables crímenes de guerra sobre la población ucraniana, sino la toma concreta de ciudades o áreas importantes del territorio ucraniano) más se acerca a la mesa de negociaciones en peores condiciones y, además, más acerca a Ucrania a esa misma mesa con mejores y mayores posibilidades de lograr una paz justa, valedera y permanente, que le permita a este país seguir su derrotero como país democrático, libre y soberano y como parte integrante del Occidente que tanto anhela.
Por todas esas razones es que el conflicto está en un punto en el cual Occidente debe seguir sosteniendo el esfuerzo bélico de Ucrania, con la provisión de más y mayores armamentos que le permitan sostener la defensa de las ciudades del Donbas, las del sur y del este de su territorio, las de los puertos que dan al Mar de Azov y la de su puerto clave en el Mar Negro, la ciudad de Odesa.
Ucrania no puede perder esta guerra y Occidente no puede permitir que Ucrania pierda, porque Ucrania es Occidente y así lo ha venido manifestando permanentemente desde su independencia en 1991 y porque el efecto dominó o de contagio que podría tener sobre otros importantes actores, dentro y fuera de Occidente, sería de resultados muy lamentables.
Desafortunadamente, a pesar de esa permanente búsqueda de ser reconocida como parte de Occidente, el conglomerado de países que se define como Occidente no le ha prestado la necesaria o debida atención -muchas veces por mezquinas razones económicas y energéticas- sin darse cuenta de la miopía y la cortedad de plazos de esas posiciones, llegando ahora a tener que enfrentarse con la dura realidad que les muestra la “rusodependencia” autoinfligida.
Así fue como Occidente no prestó atención al envenenamiento del candidato ucraniano pro europeo Yuschenko en 2004, ni a la Revolución Naranja de ese mismo año, tampoco a la secesión de Abjasia y Osetia del Sur de la República de Georgia en 2008, y ni siquiera a la anexión de Crimea y la toma e invasión de parte del territorio del Donbas, en 2014. Porque a fuer de sinceros, la implementación de lo que se ha dado en llamar el “Cuarteto de Normandía” (Rusia, Ucrania, Francia, Alemania) y que trajo como resultados los acuerdos de Minsk I y Minsk II, solo sirvieron para demorar verdaderas y concretas decisiones, incluso hasta en temas humanitarios.
Es así como deberíamos traer a colación, por ejemplo, que hasta incluso el derribo del avión de KLM con destino Kuala Lumpur, resultó muy complicado de resolver, ya que en un primer momento, a las autoridades de la OSCE (los supervisores del cumplimiento en el terreno de los Acuerdos de Minsk) y de Países Bajos no se les permitía verificar el terreno donde supuestamente se había disparado el misil que derribó el avión neerlandés, con 298 muertos como resultado. Finalmente, las autoridades neerlandesas junto con las de la OSCE, pudieron ingresar y verificar que el arma asesina había sido un aparato lanza misiles de fabricación rusa, manejado por tres separatistas prorrusos y un ucraniano prorruso, todos los cuales deberán ahora rendir cuentas ante el Tribunal Internacional de La Haya, ya que allí los ha llevado el gobierno neerlandés, a pesar de la férrea oposición de la Federación Rusa.
A pesar de todas las evidencias, incluso la relatada en el párrafo anterior, los países de Occidente del Cuarteto de Normandía, principalmente Alemania, eran renuentes, débiles, o timoratos en condenar a Rusia, temerosos de “perder sus conquistas” energéticas o económicas, dada su acentuada “ruso dependencia”. No puede extrañar, entonces, las palabras que le dirigiera hace pocos días el presidente Zelenski al canciller alemán Scholz, al decirle que Alemania “miró para otro lado respecto de este conflicto desde 2014, e incluso antes, privilegiando sus intereses económicos por sobre la resolución justa del mismo”. Esto sin mencionar la opinión que tienen las autoridades ucranianas sobre Steinmeier, el antes ministro de Relaciones Exteriores y ahora presidente alemán. Y estamos hablando de una situación bélica que, la de entonces comparada con la actual, para Ucrania era “un lecho de rosas”.
En ese orden de cosas, las declaraciones de Ángela Merkel, defendiendo haber jugado un papel determinante para el no ingreso de Ucrania a la OTAN en 2008, al señalar que “por aquellos tiempos no estaban dadas las condiciones para ese ingreso”, no parecen contribuir mucho a la tranquilidad de Ucrania. Alemania y Francia consideraron por entonces que era demasiado pronto para que Ucrania -una ex república soviética, vecina de Rusia- se sumara a la OTAN, debido a que “las condiciones políticas (de la época) no se daban para ello”, desconociendo que cuatro años antes (en 2004) ya habían sido admitidas Estonia, Letonia y Lituania, también ex repúblicas soviéticas y también países limítrofes de la Federación Rusa.
Contrariamente a esas declaraciones de Merkel, el presidente alemán actual, Steinmeier sí reconoce haberse equivocado y admitió errores en la política hacia Rusia en su anterior cargo como ministro de Relaciones Exteriores.
“Es cierto que deberíamos habernos tomado más en serio las advertencias de nuestros socios de Europa del Este, en especial en lo que respecta al tiempo posterior a 2014 y a la construcción del gasoducto Nordstream 2″ y que “aferrarse a ese proyecto fue un error que le costó a Alemania mucho crédito y credibilidad” en el este de Europa.
Sin dudas, este reconocimiento de la errada política alemana (y de Occidente, en general) hacia Ucrania podría resultar en que, aunque tardío (muchas muertes, destrucción y horror ya han sido causados en Ucrania), el mismo sirva de base para un involucramiento más unido, fuerte y pertinaz de todo Occidente para evitar que Ucrania pierda ésta, la quizás primera batalla (o episodio) de lo que podría ser llamada la Tercera Guerra Mundial o, en opinión del periodista Thomas L. Friedman, la Primera Guerra Mundial Conectada (World War Wired).
Como muchas analistas internacionales advierten, en Ucrania se está jugando la posibilidad de una nueva reconfiguración del orden político mundial y si Rusia vence en este “primer episodio” con métodos violentos -y hasta criminales- y con pocas consecuencias concretas para el agresor, cabría preguntarse si en el futuro cercano otros muy importantes actores de la comunidad internacional, que también intentan tener roles hegemónicos mundiales, no podrían llegar a pensar muy seriamente en utilizar las mismas maneras que Rusia.
El planeta ha sido compelido a asistir, con reglas desiguales, a una feroz batalla entre democracia y autocracia, entre la supervivencia de la libertad o la pérdida de ésta en manos del autoritarismo o incluso de la tiranía. Occidente puede dar batalla, pero no es con dudas, debilidades o dilaciones que podrá vencer. Ucrania lo sabe, lo vive desde hace varios años, y es por ello que interpela a Occidente a terminar con la procrastinación permanente.
Alberto Alonso fue embajador argentino en Ucrania