Ucrania: el dolor y la guerra narrativa
Los sentimientos y la identidad juegan un papel fundamental en el desarrollo del conflicto bélico
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A esta altura, nadie cree que las cosas hayan ocurrido como Putin las planeaba. El principal error de diagnóstico parece haber sido el creer que la identidad narrativa que unía a los ucranianos era débil.
Benedict Anderson en su libro Comunidades Imaginadas, describe cómo la identidad nacional está ligada a la producción de una historia común, a relaciones y conexiones imaginadas, relatadas y abrazadas por los individuos.
La idea de nación es un artefacto cultural complejo que además de contener diversas cuestiones, como la idea de territorio o la de un lenguaje común, contiene una serie de sentimientos compartidos, acumulados y traspasados en el tiempo. Implica un cierto principio espiritual.
Homi Bhabha, un teórico del poscolonialismo, señala que, para ser tal, una nación precisa poseer un legado común de recuerdos, el deseo de vivir juntos y el anhelo de perpetuar esa herencia. Así, el pasado heroico y la voluntad común de transitar el presente y el futuro son los capitales sociales de una nación.
No sorprende, pues, que el presidente Zelenski y muchas autoridades ucranianas, al terminar de dar entrevistas digan enfáticos: “¡Gloria a Ucrania!”. Es un grito que encierra pasado, presente y futuro. Funciona como memoria, pero también como arenga.
Los sentimientos son claves para una épica nacional. La sensación visceral de “ser parte de” es muy difícil de explicar con palabras, pero es bien clara debajo de la piel de quienes la sienten.
Es esa base emocional de la comunidad ucraniana la que Putin ha avivado de un modo grandioso.
La violencia rusa tocó esa epidermis ucraniana pensando que se rendiría fácilmente, pero el efecto ha sido el contrario. Ese efecto se fue engrosando con el correr de los días, con los edificios residenciales exterminados, con las iglesias y mezquitas abatidas, con los hospitales bombardeados y con los colegios destruidos. Cada impacto, produce identidad.
Allí surge algo central en toda narrativa nacional: la idea de sacrificio. Sufrir juntos une a las sociedades más que la alegría. En buena medida, porque el sufrimiento implica realizar esfuerzos conjuntos, ceder en pos de una necesidad común. El altruismo y la generosidad son grandes conectores emocionales.
Como muestran los estudios científicos ligados al Storytelling, cuando los seres humanos nos vemos involucrados en una situación que nos toca y moviliza, secretamos una hormona llamada oxitocina. Nuestras lágrimas, nuestra solidaridad y empatía no son sólo sentimientos, son cambios químicos poderosos en nuestros cuerpos.
Esa solidaridad y esa actitud de donación pujan y articulan a los ciudadanos de una nación de un modo profundo. Ese storytelling común está amalgamado por el horror transitado juntos. La bronca ante el invasor intensifica los vínculos y genera comunidad.
Además, en la actualidad, ese sacrificio está siendo percibido hoy en tiempo real en cada teléfono celular de cada refugio a lo largo y ancho de Ucrania, pero también alrededor del mundo. Esa identidad se fortalece en vivo de modo inmediato, segundo a segundo.
Esto aumenta la recompensa física y emocional del “estar juntos” en pos de una causa común. Cada bomba rusa que destruye una maternidad, recrea un “nosotros”. Este proceso emocional es mucho más hondo que cualquier vericueto racional.
Podría decirse que el amor de una comunidad imaginada a su propia identidad está vinculado al sacrificio que han realizado sus miembros frente a los males padecidos. El sacrificio es el cemento que une los ladrillos: es un pueblo y no un conjunto de individuos.
El sacrificio de esa comunidad conlleva per se la idea de un antagonista, de un agresor: alguien que nos privó de lo que merecíamos o nos quitó lo que era nuestro.
Este lunes murió una mujer embarazada que había sido rescatada días atrás de una maternidad de Mariupol, bombardeada por los rusos. Ella y su bebé, ambos fallecidos, son parte de la unión social de la resistencia ucraniana que podría resumirse así: Putin vino a matar a nuestros hijos. Para un padre o una madre, no hay nada más potente que este oráculo.
El impacto de ese dolor, consiguió dar la vuelta al mundo. Esto abre otra agenda: ¿cómo sostener esa pasión e ira frente a este antagonista para no caer en la Tercera Guerra Mundial? Tamaña delicadeza.
Ya decenas de niños y miles de civiles murieron por los ataques rusos. La retórica de Putin que dice que Ucrania no es una nación independiente sino un invento, solo fortaleció la imagen de valentía, coraje y dignidad de Ucrania alrededor del mundo. Calculó que defender a Ucrania no le importaría ni a los ucranianos. Su calculadora andaba mal.
Putin tocó los resortes de una identidad que no para de robustecerse con decenas de miles de soldados voluntarios extranjeros que se acercan a defender a Ucrania, hoy símbolo de las sociedades libres.
Frente a esta ayuda voluntaria por dar la vida, el presidente ruso contrata milicianos sirios, pagándole hasta 3.000 dólares mensuales (cincuenta veces el salario de un militar en Siria). Parecer tratarse de un error simbólico enorme. Con ello, Putin demuestra que la invasión no pende del honor patriótico de soldados rusos peleando por lo que consideran que les pertenece. Si esto no se trata de honores y tradiciones nacionales en pugna, entonces la narrativa primigenia era falsa y esto es solo una pantomima para la debacle global.
No son pocos los testimonios de jóvenes soldados rusos desmotivados y confundidos, que se sorprenden al ver que no hay un avance nazista en Ucrania, como les hizo creer quien los envió. Muchos de ellos no tienen ningún interés emocional en invadir y aniquilar a sus vecinos. Del otro lado, quienes sostienen la defensa ucraniana tienen tantos motivos profundos para luchar que parecen infinitos.
Todo esto, en cierta medida, desgasta la identidad de la ciudadanía rusa que no está cohesionada como en eventos militares del pasado. Putin insistirá por la fuerza y usará a sus aliados. Pero la guerra narrativa parece estar quebrada desde adentro.
Invadir un territorio es mucho más fácil que ocuparlo. Con el avance de cada tanque ruso sobre sus ciudades, los ucranianos sienten cada día más convicción, fruto de las atrocidades.
El fuego de los cañones consiguió pulverizar lo externo, pero encendió deseos profundos dentro.
Nicolás José Isola es filósofo y PhD. Coach Ejecutivo y especialista en Storytelling.