Tsunamis silenciosos
Por Bernardo Kliksberg Para LA NACION
WASHINGTON
Una de las maneras concretas de rendirle homenaje al papa Juan Pablo II y de recordarlo es prestar la mayor atención a sus continuos llamados y advertencias sobre el drama de la pobreza. “El género humano está enfrentando formas de esclavitud que son nuevas y más sutiles que las del pasado”, advirtió en una ocasión, refiriéndose a los pobres, y agregó: “Para muchísimas personas la libertad permanece como una palabra sin significado”.
La pobreza denunciada constantemente por el Papa no es neutra. La pobreza mata.
Algunas de las estrellas más famosas del planeta –entre ellas Brad Pitt, Cameron Diaz, Emma Thompson, Bono y George Clooney– acaban de lanzar una campaña televisiva internacional para llamar la atención sobre esto. En un aviso que llegará a 70 países, las celebridades hacen chasquidos con sus dedos cada tres segundos: los últimos datos indican que cada tres segundos está muriendo un niño en el mundo por extrema pobreza. Son 30.000 por día. Una tragedia muy superior a la horrorosa catástrofe del tsunami, pero silenciosa.
El drama de la pobreza toma múltiples formas. Informes recientes indican que más de mil cien millones de personas no disponen de agua potable. Esa carencia, según Unicef, es la causa de 4000 muertes de niños por día.
Por otra parte, 2600 millones de personas no tienen conexión a una red de cloacas, elemento imprescindible de salud preventiva. Cada mes mueren 150.000 niños africanos de malaria, enfermedad prevenible. Bastarían dos o tres dólares de aporte anual de los ciudadanos de los países ricos del mundo para enfrentarla efectivamente. A pesar de los progresos, el sida sigue matando en gran escala en las áreas más pobres. En 2004, murieron por sida tres millones de personas, de ellas, 2,3 millones en el Africa subsahariana. El tratamiento con medicamentos antirretrovirales sólo llega a 700.000 de los 5,8 millones de personas que lo necesitan urgentemente. Los demás no tienen forma de acceder a estos medicamentos.
La pobreza esta convirtiendo en infernal la vida de muchos niños, forzándolos a trabajar. Unicef llama al problema “una cicatriz en la conciencia mundial del siglo XXI”. Uno de cada doce niños trabaja bajo las peores formas de explotación. El 97 por ciento de ellos se halla en las naciones en desarrollo. Ciento ochenta millones de niños y jóvenes menores de 16 años son sometidos a trabajos peligrosos, esclavitud, trabajos forzados y reclutamiento. Sólo en Africa, la mitad de los niños de cinco a catorce años está trabajando. En América latina, según Unicef, el 17 por ciento de los niños trabaja, “empujados por la pobreza y la falta de educación”.
Los pobres son, asimismo, los que pagan los costos principales por las catástrofes naturales. Representan un porcentaje muy importante de las víctimas y de los afectados. Tienen un índice de vulnerabilidad mucho más alto, porque viven en los lugares más expuestos, en viviendas precarias, y los sistemas de prevención y protección son muy débiles en esas áreas.
Como los efectos de éstas y otras expresiones de la pobreza son letales, hay una brecha creciente entre las esperanzas de vida en diferentes regiones y grupos sociales. Mientras que en los 26 países más ricos llega a los 78 años, en los 49 más pobres es de sólo 53 años. Mientras que la mortalidad infantil para menores de cinco años en Suecia fue de tres por mil en 2004, y en Noruega de cuatro por mil, en el Africa subsahariana llega a 168 por mil, y en América latina, al 71 por mil. A su vez, las disparidades entre grupos en cada una de las regiones son muy agudas. En el 20 por ciento más pobre de Haití, la tasa es 163 por mil, y en Bolivia, 146 por mil.
No cabe ningún fatalismo frente a estas cifras. Los fenomenales avances científico-tecnológicos en múltiples campos simultáneos, como la biotecnología, la genética, la nanotecnología, la ciencia de los materiales, la informática y otros, han terminado con los pronósticos sombríos sobre la imposibilidad de alimentar a la población mundial. Según los estimados, con sus capacidades actuales el mundo puede abastecer al doble de habitantes. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, declaró recientemente que el planeta está en condiciones de garantizar su pleno desarrollo a todo niño que nazca en este momento.
El tema tiene que ver con prioridades, solidaridad, realización de esfuerzos concretos de todos, pero especialmente por parte de quienes más pueden ayudar. Una proyección de Onusida dice que si se hiciera lo apropiado en todos esos ámbitos, incluyendo la duplicación de la ayuda externa, se evitarían 43 millones de nuevos casos de sida en los próximos veinte años.
Según el Proyecto del Milenio de la ONU, se necesita, entre los aspectos principales, que los países más ricos eliminen barreras aduaneras, aumenten sus inversiones en los países pobres, reduzcan la deuda y otras medidas similares. Un punto clave es que crezca su solidaridad. En la reunión mundial del milenio, de 2000, se comprometieron a aportar no menos de un 0,70 por ciento de su producto bruto para combatir la pobreza en el mundo. El aporte promedio actual de los 22 países más ricos sólo llega a la tercera parte de ello, el 0,25 del producto bruto. Sólo cinco países han cumplido con la meta: Suecia, Dinamarca, Luxemburgo, Holanda y Noruega.
Mientras que los cambios necesarios no se produzcan, los tsunamis silenciosos de la pobreza seguirán cobrándose vidas a diario, a ritmo creciente. Son noticias escasamente difundidas. Como lo destaca Jeffrey Sachs, no se suele publicar que 20.000 personas murieron ayer de extrema pobreza. Tampoco que, según refieren las estadísticas de la Organización Panamericana de la Salud, 190.000 niños mueren anualmente en América latina por causas evitables vinculadas con la pobreza.
Frente a estas realidades, resuena con mucha fuerza la voz del papa Juan Pablo II, cuando subrayó, poco tiempo atrás: “En el mundo de hoy no basta con limitarse a la ley del mercado y a la globalización. Hay que fomentar la solidaridad”. Dijo además: “Un modelo de desarrollo que no tenga presente estas desigualdades y que no las afronte con decisión no podría prosperar de ningún modo”.