Dos presidentes y una peligrosa invitación a profundizar las purgas y las generalizaciones
“Todas esas personas involucradas en esa decisión (el voto contra el bloqueo a Cuba en la ONU) estoy para echarlos a todos, son traidores a la Patria. Estamos viendo el formato legal por el cual echarlos y hacerles pagar. La política exterior la fija el presidente, no podés votar cualquier cosa porque a vos te parece”, aseguró el presidente Javier Milei, y agregó: “monitoreamos mucho las redes todo el tiempo, porque a la velocidad que bajan las redes en caso que aparezca un problema se puede resolver muy rápido. El imperdonable error de Mondino le costó el puesto a los 30 minutos”.
De esta manera el Presidente argumentó como llevarán adelante la “purga” (así la llamó) en el cuerpo diplomático de Cancillería. Lo dijo en una cálida entrevista que le realizó su pareja Amalia “Yuyito” González para su programa de TV que, paradójicamente, luego de relatar como iba a detectar y despedir a “un conjunto de imbéciles”, culminó con los dos tomados de la mano cantando “Libre” de Nino Bravo.
Obviamente Milei, como presidente, es quien señala el rumbo de la política exterior, y es su derecho colocar en los puestos claves del Ministerio de Relaciones Exteriores a hombres y mujeres de su confianza, que respondan a sus lineamientos. Pero no todos los puestos en el ámbito público corresponden al “orden político”, hay muchos cargos menores pero importantes que suelen ser ocupados por funcionarios de carrera y hasta, en no pocos casos, son concursados. Lo curioso de esta arremetida de Milei contra el libre pensamiento de los diplomáticos es que asegura que se “monitorean las redes” para controlar a quienes se desvían del pensamiento que el poder de turno impone, sin otorgar la oportunidad a algunos de cambiar de posición o ideas por diferentes circunstancias. Pocos cambiaron tanto de posturas, y las redes sociales son testigos, como el mismo Presidente. Se lo hicieron notar en este momento de gloria cuando disfruta el triunfo de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, al recordar un posteo suyo de mayo de 2017 cuando decía “es mucho más probable que el mentiroso de Solari (el Indio, líder de la banda Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota) se lleve bien con Trump que un libertario. Creer que Trump es liberal es de zurdo burro”, sentenciaba en su cuenta de Twitter.
Evidentemente Milei cambió su postura y mirada sobre Donald Trump, pero tiene a su favor que es él quien “monitorea” las redes para llevar adelante “purgas” en el estado y nadie puede cobrarle sus propias contradicciones.
Se nota también que, por un lado, pasaron por alto las posturas de Gerardo Werthein, el flamante canciller, cuando empapaba de almíbar sus elogios a Cristina Kirchner. Y por el otro, ya sabemos lo que opinaba Milei de algunos adversarios en la campaña electoral, por ejemplo, de Patricia Bullrich, hoy destacada funcionaria de su gobierno. ¿Hay mayor contradicción en acusar a alguien de poner bombas en jardines de infantes y luego designarla ministra de Seguridad? Cuesta entender que no, pero el poder no paga costos mientras se ejerce contra quienes no lo tienen, y ahí está lo peligroso de la situación.
Milei suele generalizar en sus acusaciones y para desprestigiar una profesión o un núcleo de opinión mete a todos en la misma bolsa, no ahorra agravios y no cuida las palabras. El Congreso puede ser “un nido de ratas”; le educación pública “un adoctrinador socialista”; los periodistas “uno hijos de p…” y los que no piensan como el Presidente “traidores a la patria”. Estamos entrando en el peligroso terreno de “naturalizar” este comportamiento, algunos porque lo comparten y otros porque comienzan a sentir miedo de perder su trabajo.
“Son sus formas, lo importante es el contenido” señalan sus seguidores y aliados, con mucho temor de equivocarse y caer en el “grupo de sospecha” que antecede al purgatorio. Además, y este es un aspecto en el que debemos reparar, al generalizar se da por cierto algo no comprobado, que la acusación que le cabe a uno, con demostraciones empíricas, debe caberles a todos, solo por compartir una profesión o un determinado sector. Dentro de esa lógica autoritaria y de notable pobreza intelectual, si un periodista es “ensobrado”, todos tienen que serlo, si en una facultad en una universidad pública hay cuentas pocos claras toda la educación superior debe ser una caja de corrupción, si un diplomático escribió un artículo u opina distinto al Presidente lisa y llanamente todos son catalogados como “traidores a a la patria”. Porque el buen manual del populismo autoritario indica que el líder es y habla por la patria y el pueblo, no hay lugar a otras opiniones ni se le otorga el pueblo la posibilidad del debate, se le impone una forma de pensar, de lo contrario es imposible pertenecer a la esfera pública.
Cuando se encasilla a un grupo de personas, instituciones o determinada situación de manera general, se deshumaniza la razón de ser, se borran sutilezas y diferencias que hacen que cada elemento del conjunto o situación sea único porque convierte a las personas en infinidades no identificables porque dejan de ser únicos, pasan a ser reducidas en categorías. Pero Milei cree que ejercer la libertad es aplicarla de acuerdo con sus modos, ideas y acciones. Y nada más intolerante y generador de violencia dialéctica que eso.
Existe en este gobierno un modo de ejercer el poder que nada tiene que ver con la libertad que tanto se pregona, lo cual, para una democracia como la nuestra, no deja de ser riesgoso. Hoy son los diplomáticos, pero ¿y si mañana son los docentes, que ante dichos del Presidente con los que no coincidan pueden sentir la necesidad de autocensurarse para no perder su empleo? (Recordemos que pueden ser monitoreados hasta en sus redes sociales). O los militares, que para pertenecer y hacer carrera en la fuerza que componen deberían adaptarse y demostrar que piensan como el Presidente, de lo contrario su vida útil como militar sería irremediablemente corta. Todos los empleados públicos de distintos organismos pueden sentir esa presión. ¿Es algo así lo que propone el gobierno libertario? Parece que sí, lo que parecía una bravuconada de campaña hoy termina siendo una preocupante realidad.
Hay que alertar sobre este comportamiento del Presidente, no entrar en pánico ni hacer comparaciones absurdas ni desmedidas, como hicieron muchos adversarios políticos al aludir a situaciones trágicas de nuestra historia solo porque en ellas encajaba la palabra “purga” Eso solo baja la calidad del debate. Es caer en la trampa que propone Milei, cuando para justificar sus acciones dice ver y reconocer la existencia de más comunistas en la Argentina que los que soñó en su momento más optimista el mismo Athos Fava, aquel histórico secretario general del Partido Comunista en los 80. No los hay, solo existe la fanática idea de creer que quienes no piensan como el Presidente deben ser estigmatizados como “zurdos”.
Esta manera de actuar se torna más peligrosa y preocupante porque el triunfo de Donald Trump, que en campaña amenazó con “represalias y venganzas” si volvía a la presidencia, puede alentar al gobierno de Milei a imitarlo y profundizar sus “generalizaciones” necesarias para aplicar sus “purgas”. Trump tuvo y tiene una impronta y unos modos que no condicen con la historia y la vida política de Estados Unidos, pero los populismos autoritarios parece que vienen a corregir las deudas que las democracias republicanas no solo no solucionaron, sino que ellos mismos crearon. El problema argentino es único, porque fue otro populismo, con discurso progresista pero también con modos autoritarios, como el kirchnerismo, quien creó gran parte de nuestros problemas actuales. No en vano ambos se necesitan para confirmar el valor y la existencia del otro.
La economía atraviesa uno de sus vaivenes más cambiantes de su historia reciente. Los especialistas señalan que la macroeconomía tiende a ordenarse pero tardará en derramar. De esto se habla mucho, y está muy bien. Pero también es necesario abordar el comportamiento republicano del poder de turno que, como antes, sigue ausente, pero esta vez, con aviso y proclama. Aún estamos a tiempo de recordar que cuando el poder político siente que se puede jactar de poder detectar y castigar a quien piensa distinto, la democracia retrocede al punto de partida.