Donald Trump repite la fórmula del ataque distractor
La ejecución del general iraní Soleimani fue decidida cuando se trata en EE.UU. el impeachment al presidente y en un año electoral
El uso de la fuerza por parte de un Estado contra otro suele llevar a los internacionalistas a ponderar las condiciones estructurales y contextuales de las relaciones entre las partes, las consideraciones diplomáticas y estratégicas que informan el comportamiento de los actores involucrados, la dinámica geopolítica vigente en los planos global y regional, las dimensiones legales involucradas y el sentido ético que subyace al recurso del instrumento bélico. Esa aproximación integral y entrelazada es indispensable pero no suficiente y es fundamental incorporar el factor doméstico.
En ese sentido, la literatura de las relaciones internacionales ha examinado lo que se denomina ataque distractor (diversionary attack), en el que se destacan aspectos tales como el vínculo entre el tipo de diseño institucional interno y la configuración de la política exterior; la relación y los contrapesos entre los poderes del Estado; la singularidad del líder, el estilo y el empeño por asegurar su interés personal, electoral y/o ideológico; los niveles de cohesión del grupo gubernamental y la búsqueda de su preservación; la centralidad del apoyo ciudadano para la continuidad en el poder y los medios disponibles para lograrlo; la coyuntura interna que puede facilitar el lanzamiento de ese tipo de ataque; y los incentivos de los mandatarios para recurrir a acciones de distracción en el exterior.
En ese contexto, es posible sumar una lectura adicional a la internacional para evaluar la ejecución de Qassem Soleimani; una lectura que incorpore la dimensión doméstica. Como lo han mostrado algunos autores (ver Efe Tokdemir y Brendan Skip Mark, When Killers Become Victims: Diversionary War, Human Rights, and Strategic Target Selection, en International Interactions, 2018) el objetivo escogido sigue un parámetro ya utilizado por previos presidentes estadounidenses para asesinar criminales y no ser cuestionados por la opinión pública nacional: cada vez que "hay problemas en Estados Unidos", como señalan Tokdemir y Mark, se atacan blancos que han violado masivamente derechos humanos. Por ejemplo, dos días antes del inicio de su juicio político, en diciembre de 1998, Bill Clinton desplegó la Operación Zorro del Desierto; una campaña de bombardeo durante cuatro jornadas contra el gobierno de Saddam Hussein en Irak.
Trump repite una vez más un ataque distractor. Pero hay en este caso una innovación de enorme repercusión para la paz y el orden globales.
Con George W. Bush, EE.UU. inició, en 2003 y respecto de Irak, el recurso de lo que se llama ataque preventivo, en el que antes que la inminencia o la evidencia que justifiquen el uso de la fuerza, se busca aprovechar la debilidad de un país para atacarlo. Washington asumió, dada la unipolaridad del momento, que esa doctrina militar no sería fácilmente emulada. Poco tiempo después un importante número de naciones sumó esa doctrina a su arsenal militar.
Con Barack Obama en la presidencia, Estados Unidos legitimó el uso de drones para llevar a cabo el llamado targeted killing (un nombre adicional para el magnicidio), que también había sido usado por algunos países con anterioridad a la existencia de los vehículos aéreos de combate no tripulados. Se trataba (como hoy se trata) de ejecuciones extrajudiciales de actores no estatales o gubernamentales; presuntos o reales terroristas. Pero Trump decidió cruzar una línea roja. Lo de Soleimani implica la validación (dudosa en la legislación estadounidense y contraria al derecho internacional) de ejecutar a un representante oficial de un Estado, en este caso en un tercer país: se trató de una orden presidencial para asesinar a un funcionario de alto rango. Eso nada tiene que ver con la autodefensa.
No es de extrañarse que ahora se abra una Caja de Pandora y este tipo de práctica se empiece a repetir en otros países. Sería importante que las naciones de América Latina que asistirán a la III Conferencia Hemisférica de Lucha contra el Terrorismo el 20 de enero en Bogotá no avalen e impugnen dicha práctica.
Ahora bien, ¿en qué dinámica interna se produce este ataque distractor? Se produjo en medio del impeachment a Donald Trump y en un año electoral con múltiples temas candentes. Un conjunto ideológicamente homogéneo (el presidente Trump; el vicepresidente Pence; el secretario de Estado, Pompeo; el secretario de Defensa, Esper; el jefe del Estado Mayor Conjunto, Milley, quien logró su ascenso cortejando a Trump, y varios otros importantes funcionarios) sabe que su supervivencia institucional exige el respaldo al mandatario y que la unidad de los republicanos está en juego ante la elección próxima. Recurrir a una estrategia distractora le permite al ejecutivo asegurar una coalición electoral fundamental en un escenario de creciente polarización política.
Asimismo, los altos mandos del Pentágono que presentaron las opciones de ataque -entre las que incluyeron la muerte de Soleimani-están muy satisfechos con un presidente que les ha ido aumentando el presupuesto militar, que para 2020 será de US$738 billones de dólares (US$22 billones más que en 2019). Precandidatos presidenciales demócratas tales como Bernie Sanders y Elizabeth Warren han indicado que el presupuesto de defensa debe recortarse.
A su vez, la maniobra del presidente se produce después de la muy prolongada abdicación del Legislativo en sus atribuciones para la declaración de guerra y frente a un Poder Judicial que, por motivos de seguridad nacional, no ha cuestionado el poder presidencial en la iniciación y perpetuación de confrontaciones bélicas. Desde hace tiempo se ha producido un inquietante desequilibrio de poderes del Estado en EE.UU. en cuestiones de paz y guerra, que es aprovechable por quienes no conocen ni aceptan límites como Donald Trump.
Finalmente, una opinión pública cada vez más desinteresada de los asuntos internacionales y más proclive a aceptar la muerte de los "otros" en las intervenciones militares de Estados Unidos, como ya lo mostrara John Tirman, apenas si objeta a un presidente que mantiene la economía con buen crecimiento y bajo desempleo. Los actos de distracción bélica en tales circunstancias no generan grandes movilizaciones contra el ejecutivo.
En suma, solo una mirada que ligue lo doméstico con lo global permite entender la decisión de Trump y sus graves efectos internos y mundiales.
Vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella