Trump, el rey de las redes, que vuelve a sorprender
El presidente electo de los Estados Unidos convierte en obsoletos a los encuestadores y al periodismo predictivo
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La aparición de la fotografía revolucionó el mundo del arte y puso patas arriba el concepto, hasta entonces lineal, de la imagen. De los surrealistas en adelante, los artistas plásticos lo probaron todo y lo siguen haciendo. En lo social, tardó un poco más: por décadas, la foto fue un hábito exclusivo de las elites que inmortalizaba sus recuerdos más preciados ante la cámara manejada por un experto de una casa especializada en esos menesteres.
El periodismo gráfico la popularizó y la irrupción de camaritas económicas democratizó la costumbre de registrar la intimidad familiar, también en la clase media, aunque de manera restringida ya que el revelado continuaba siendo muy oneroso. El cambio copernicano es el celular como cámara instantánea de foto y video, sin gastos extras, que rompe dos paradigmas al mismo tiempo: la imagen estática y en movimiento al alcance de todos y su uso ya no es excepcional, sino que se vuelve cotidiano y obsesivo, también en los sectores más humildes.
Pero la verdadera revolución es la combinación de ese dispositivo con las redes sociales. Se rompe otro paradigma más: la comunicación ya no circula solo verticalmente desde unos pocos emisores poderosos a toda la población, sino que toman cada vez más auge las interacciones horizontales entre los ciudadanos. Los políticos presidenciables que antes se aliaban, o padecían, a los medios de comunicación tradicionales encontraron en las redes sociales un nuevo socio, más visceral y caprichoso. También más fácil de manipular. Lo más novedoso en la materia es que también ganan elecciones si saben surfear las picadas aguas de ese nuevo entorno, cuya disrupción constante desorienta y vuelve obsoletos los parámetros de los encuestadores y del periodismo predictivo.
No hubo tal “reñida elección”, como se anticipaba, entre Donald Trump y Kamala Harris. El mapa de los Estados Unidos se tiñó de rojo republicano, apenas con unos pocos manchones azules demócratas. Una vez más, todos los pronósticos fallaron. Ni el cambio climático. Ni el feminismo de última generación. Ni la diversidad sexual. Ni la reivindicación de los pueblos originarios. Ni el lenguaje inclusivo. Ni el veganismo. Ni la persecución y/o cancelación de lo políticamente incorrecto. La agenda woke y los candidatos que la ponen en primer plano por sobre las urgencias diarias del ciudadano de a pie encuentran cada vez más dificultades para ser legitimados en las urnas.
Acaba de suceder otra vez en los EE.UU. que, por si fuera poco, le volvió a cerrar el paso a una mujer en su camino hacia la Casa Blanca. Prefirió otorgarle una segunda oportunidad a un multimillonario, casi octogenario, histriónico, malhumorado, incorrectísimo y multiprocesado. Que supo empatizar mejor con las pulsiones profundas del electorado norteamericano, incluso de minorías por las que no guarda demasiado cariño, está a la vista.
Trump lo hizo de vuelta: en 2016 dejó por el camino a Hillary Clinton y ahora le pegó el portazo a Kamala Harris. Ni su sexo ni su ascendencia india y afroamericana fueron suficientes argumentos para detener la amplia adhesión de mujeres, latinos y personas de color que votaron por Trump. Aunque, por primera vez, una mujer será jefa de Gabinete (Susie Wiles).
En su sitio en la web, el estratega político digital Daniel Vico hace un anuncio prometedor: “Ayudo a ganar elecciones con las redes sociales”. Vico, que tiene su propia consultora desde 2019 y sumó su expertise desde la esfera pública cuando trabajó en ese campo para el gobierno de Mauricio Macri, consigna que la red que más utilizó el flamante presidente electo de los Estados Unidos durante su campaña fue X, con gran apoyo de Elon Musk. Trump estuvo prohibido por su connivencia con el asalto al Capitolio en 2021 en esa misma red cuando se llamaba Twitter y estaba en manos de su anterior dueño, Jack Dorsey. Pero tampoco se quedó atrás en TikTok, donde sumó 925 millones de views con una estrategia de replicadores. El streamer Adin Ross le enseñó a dar unos pasitos ridículos y a mover sus brazos mecánicamente en coreografías elementales y precarias, pero muy rendidoras y viralizadas.
En YouTube, Trump tiene 3.700.000 seguidores y en Twitch, que usó para acercarse al público joven, cuenta con más de 300.000. Y bate récords en Instagram, con 29 millones de seguidores. Solo en el día de la elección hizo 14 posteos y 69 en una semana, sin permitir comentarios, en tanto que en Facebook solo replica contenidos de su Instagram.
Quien introdujo a Trump en el mundo virtual fue el menor de sus cinco hijos, Barron, de 18 años. Cuando, en 2016, su padre aceptaba la primera nominación presidencial por el Partido Republicano, se quedó dormido.