Trolebús y después: una historia de Saavedra
En un club de ese tranquilo barrio del noroeste porteño me encontré con un relato que explica el origen de un término muy frecuentemente de la lengua cotidiana: la palabra “trifulca”
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Me gustan las historias de barrio. Y hace algunos días, me contaron una que me pareció digna de reproducir. La escuché cuando me tocó visitar, gracias a esta profesión periodística, el Club Social y Deportivo El Tábano, un lugar que de verdad hace culto al espíritu barrial, que está ubicado en Coghlan pero que tiene un origen y una historia muy pegada a Saavedra, el arrabal del noroeste porteño donde manda el Calamar y donde pasó su existencia nada menos que el Polaco Goyeneche, tanguero eminente y, además, habitué del mencionado club.
Pero no quiero que esta descripción del contexto me lleve lejos del episodio que quería contar, relacionado, además, con una expresión de nuestra lengua que se escucha y se lee con bastante frecuencia. Fueron los dirigentes de El Tábano los que se encargaron de relatar esta perla. Resulta que, hace algún tiempo, traspasando los límites barriales, más allá del puente Saavedra, había una zona caracterizada por la presencia de burdeles, donde los hombres del vecindario y más allá llegaban a bordo del trolebús que circulaba por Cabildo. Era común que en ese ambiente un tanto reo y pasional, estimuladas quizás por el alcohol, surgieran rencillas entre los clientes del lugar, que, en ocasiones se apersonaban allí sin el dinero necesario para pagar por aquello que iban a buscar.
Era el momento en que intervenía, para poner las cosas en orden, la familia que regenteaba el lugar. Y ahí sí que se pudría todo. Para redondear el cuento vale decir que el apellido de ese grupo familiar dueño de las casas de citas era Trifulca. De modo que de allí surge la expresión que rige hasta el día de hoy cuando se produce una pelea, una discusión potente o una gresca donde intervienen varias personas: “Se armó la trifulca”. De hecho, para hacer la historia aún menos políticamente correcta, se dice en el barrio que a la líder de esa familia, que siempre andaba armada y tenía el desenfunde fácil, se la conocía como “la gorda Trifulca”. Incluso los vecinos refieren que esa mujer, que habría legado también el dicho “se armó la gorda”, tenía su domicilio en Roque Pérez, antes de llegar a Larralde, pleno corazón saavedrense.
No es que desconfíe de esta historia ni de sus cronistas, por supuesto, pero simplemente para conocer más detalles del relato de los Trifulca recurrí al buscador más famoso de la red de redes. Allí, para mi sorpresa, no encontré mucho acerca de lupanares y reyertas cerca del Puente Saavedra, pero sí otra historia sobre el origen de la trifulca. Una explicación más sesuda y añosa. Sucede que, según esta versión, la “trifurca” (con ‘r’ y no ‘l’) era una especie de horquilla de tres piezas utilizada para impulsar el fuelle que usaban los herreros para mantener vivo el fuego que hacía maleables sus metales. Y cuando se accionaba esta herramienta, hacía un chirrido insoportable al que se sumaban los golpes del martillo del herrero contra el yunque. Total, que a esta sonata de ruidos extremos se la relacionó luego con el alboroto producido en algún altercado violento y así habría nacido la expresión que hoy nos concita.
Esta explicación se encuentra en el libro Del hecho al dicho, del escritor español Gregorio Doval, y allí también se explica que el origen “se armó la gorda” no tiene que ver con la señora Trifulca, sino con un acontecimiento político relacionado con la España del siglo XIX. Entonces, cuando se aproximaba una inminente revuelta contra la reina Isabel II, la gente hablaba en clave y en lugar de decir “la revolución” se preguntaba: “¿Cuándo se va a armar ‘La Gorda’?”.
En fin. Hay una genealogía de las expresiones cotidianas, al menos en estos casos, que puede tener diversos orígenes. Una familia pendenciera de los suburbios de Buenos Aires o un instrumento para avivar la fragua de una herrería de algún lugar de España. En mi caso, por cuestión de cercanía y porque me gustó la historia, me quedo con lo que me contaron los vecinos de Saavedra.