Triángulo de hierro: el poder terrenal de las fuerzas del cielo
El Presidente decidió delegar la administración en Caputo, asesor a quien atribuye un coeficiente intelectual “varias veces por encima de la media”, y que, en ocasiones, choca con el organigrama
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“Con vos nunca se pudo, Mario: esto lo manejo yo”. Fue lo más concreto y casi lo último que Mario Russo, ahora exministro de Salud, le escuchó decir en la tarde de anteayer a Santiago Caputo, asesor presidencial. Estaban en la oficina de Lisandro Catalán, vicejefe de Gabinete del Interior, y eran ya más de las 19.30. Russo acababa de hablar ahí minutos antes con Guillermo Francos, jefe de Gabinete, que había intentado sin éxito resolver el conflicto en cuestión: le dijo a Russo que Javier Milei lo respaldaba y que quería que siguiera en el cargo, pero que debía entenderse mejor con el equipo político del ministerio, que ya conducían en los hechos, desde el inicio de la gestión, Caputo y Mario Lugones, el funcionario que finalmente lo reemplazó. “¿Querés hablar con Santiago?”, propuso Francos, y convocó entonces a Caputo en persona. Cuando el asesor apareció, se dio entonces la conversación definitiva. Russo se tuvo que ir. El triángulo de hierro parece indestructible.
Es el modo en que funciona el poder terrenal en el Gobierno de las fuerzas del cielo: desde lo inorgánico. Una administración que el Presidente ha decidido delegar en Caputo, asesor al que atribuye un coeficiente intelectual “varias veces por encima de la media”, y que de vez en cuando choca con el organigrama, en ocasiones también de buena relación con el líder libertario. Por ejemplo, con Sandra Pettovello, ministra de Capital Humano, enfrentada desde hace tiempo con Caputo y quien mejores vínculos tenía con Russo, que se incorporó al Gobierno por recomendación de la funcionaria. Ella admite en privado estas internas, que en su momento llegaron a incluir al exjefe de Gabinete Nicolás Posse. No bien se conformó en diciembre su ministerio, y al advertir la influencia de Lugones en el ámbito de la Salud, Pettovello tomó precaución de pedir que esa área, pensada inicialmente como secretaría bajo su mando, tuviera vida institucional propia. ¿Instinto de supervivencia? Tal vez.
Porque conoce ese entorno con el que ahora vuelve a tener fricciones. “No renuncies”, llegó a aconsejarle anteayer en medio del conflicto a Russo y, horas más tarde, no bien supo del alejamiento, le propuso que contara todo. “Contar todo” no solo es describir una situación de poder extraña, donde un ministro no toma las decisiones más elementales, sino acaso aclarar un malentendido que empezó a trascender desde la Casa Rosada a partir de la reunión que la ministra de Capital Humano tuvo en Roma con el Papa. Horas después, delante de referentes de movimientos sociales, sin identificar nombres, cargo, área y ni siquiera el gobierno del que estaba hablando, el Papa contó una anécdota que le habían referido sobre un funcionario argentino que habría pedido coimas. Vale la pena detenerse en los detalles. Dijo que una “emprendedora internacional” le había contado que, al llegar a la Argentina para ofrecer un servicio, se había reunido con el ministro en cuestión, que le había dicho “déjemelo” y le anticipó que la llamarían después. Al día siguiente, siguió Bergoglio, la emprendedora recibió una llamada del secretario del ministro, que le dijo: “¿Usted dentro de dos días puede pasar? Así ya le entregamos el permiso y todo”. Según el Papa, cuando eso ocurrió y ella entregó todos los papeles, la persona que la recibía, a quien no identificó ni tampoco el cargo, volvió a preguntarle antes de que se levantara: “¿Y para nosotros cuánto?”.
La revelación fue una bomba. Por lo pronto, por la ausencia de nombres y funciones. ¿De qué ministerio hablaba el Papa? Pettovello se comunicó en las últimas horas con Russo para aclararle que el protagonista del cuento no era él. Consultada por LA NACION, la ministra sostuvo que no habló de ningún funcionario o caso de corrupción con el Sumo Pontífice. “Tengo testigos, no me reuní sola”, aseguró. Pero las dudas persisten. ¿La operaron desde algún sector detractor suyo en la Casa Rosada? ¿Fue otra persona la que pidió? ¿De qué área? La respuesta es decisiva en un ministerio que viene con problemas e internas desde el mismo momento de su constitución, y donde siempre ejerció el poder Mario Lugones, un cardiólogo con trayectoria en el sector de la medicina privada, presidente de la Fundación Güemes y de llegada a Enrique Nosiglia y a Luis Barrionuevo. Además, padre de Rodrigo Lugones, consultor político muy cercano a Santiago Caputo.
Lugones padre, que ahora asumirá al frente de la cartera, fue desde el primer momento el verdadero ministro. Pero lo hacía a través de dos funcionarios afines: María Cecilia Loccisano, secretaria de Gestión Administrativa, y Pablo Enrique Bertoldi, secretario de Acceso y Equidad en Salud, un otorrinolaringólogo con experiencia y contactos en la política y exdirector del Hospital Posadas. Ambos se convirtieron anteayer en el detonante del alejamiento de Russo, luego de una discusión por el reparto de vacunas para el dengue en las distintas jurisdicciones, todas ellas adquiridas a Takeda, el laboratorio más grande de Japón.
Un tema sensible, sin dudas, y que remite en la realidad a la primera intervención concreta de Lugones sobre el ministerio no bien arrancaron, casi en simultáneo, el gobierno de Milei y los brotes de dengue. Ya en ese momento Russo tuvo que resignar dos funcionarios: Gustavo Panera, secretario de Gestión Administrativa, cuyo lugar fue ocupado por Loccisano, y Andrés Scarzi, reemplazado finalmente por Bertoldi.
Por eso el choque era inevitable, desencadenado esta vez por una partida de la campaña de inmunización para la ciudad de Buenos Aires. De acuerdo con los lineamientos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Comisión Nacional de Inmunizaciones (Conaim), que recomiendan focalizarla por zona y segmentarla por edad hasta que aparezca más información sobre una vacuna todavía en desarrollo, en el Ministerio de Salud de la Nación tenían ya distribuidas las primeras dosis para las regiones noroeste, nordeste y centro del país. Una decisión discutida, porque en las propias administraciones provinciales admiten que cuesta vacunar. El ministro de una provincia del norte, por ejemplo, admite en privado que tiene que hacer el esfuerzo de ir casa por casa porque falta interés.
En medio de esos dilemas, y por pedido de Fernán Quirós, ministro porteño, Russo aceptó entonces cederle transitoriamente 15.000 vacunas a la ciudad de Buenos Aires para acompañar el proceso. El compromiso era que, una vez obtenidas las 60.000 dosis acordadas entre la Capital Federal y el laboratorio, la partida le fuera devuelta a la Nación. Pero en el peronismo lo objetaron. El tucumano Pablo Yedlin, diputado de Unión por la Patria, acusó esta semana al Gobierno de estar discriminando en favor de Pro. “El sistema de salud no tiene rectoría y pasan cosas… Está mal que Mario Russo, del @MinSalud_Ar, le dé GRATIS a Jorge Macri vacunas contra DENGUE, y a TUCUMÁN no y a Provincia de BsAs tampoco, etc. Mientras provincias endémicas pagan sus vacunas, CABA NO”, publicó el miércoles en X, y arrobó a Quirós.
Esa insinuación desencadenó el resto. Y anteayer, cuando Russo convocó a Bertoldi y a Loccisano para que le firmaran la cesión de esas 15.000 vacunas, ambos se negaron con el argumento de que lo mejor sería tener esa partida de reserva. Discutieron. “Ustedes parecen Kreplak y Gollán, que quieren incorporarlas al calendario nacional”, les cuestionó. Loccisano y Bertoldi se subieron enseguida a un auto y fueron a la Casa Rosada. Minutos después, Russo recibió un mensaje de Santiago Caputo que no quiso atender. Después quien lo llamaba era Francos. Ahí sí aceptó y, a las 19, se dirigió a la Jefatura de Gabinete, donde tuvo su última conversación. El triángulo de hierro volvió a imponerse.