Tres preguntas: el "coso" de Peralta Ramos, según Zoe Di Rienzo
La primera idea de Zoe Di Rienzo (1974) para Zoetrope, la muestra actual en Miranda Bosch, era asociar las obras con un salón de belleza. A metros de la avenida Alvear, a ese local no le debía faltar un estilo refinado de otras épocas, acaso extravagante para el gusto contemporáneo, cada día más “alisado”.
Guiada por las indagaciones ontológico-estéticas (y algo bufas) de Federico Manuel Peralta Ramos, Di Rienzo exploró una categoría metafísica descubierta por el vanguardista marplatense: el “coso”. Ese elemento inasible que, según Peralta Ramos, “todos llevamos dentro” se convertiría en la divisa de la exposición de Di Rienzo.
Su tarea consistió en ingeniar maneras de expresar esa fuerza interior con elegancia, vitalismo o, lisa y llanamente, estilo. El frente de la galería de Montevideo 1723 desconcierta a los transeúntes. ¿De quién es ese rostro inmenso que lleva un tocado aristocrático? El “coso” de la artista cordobesa, sugiere Florencia Qualina en un texto breve y rotundo, “fue adquiriendo diversas formas, a veces ornamentales y fijadas en su cabello”, con bucles que se asemejan a nidos, a alas de cisnes, a rosas.
Performer experimentada (basta recordar su experiencia en el espacio Dixit de arteBA en 2016 o su “correo-performance” en el Centro Cultural Kirchner), Di Rienzo dio rienda suelta a la imaginación.
Un gigantesco potus de plástico, que medra sobre una pared de la sala, fue intervenido “plásticamente” por la artista con dedos de pintura. No hay salón de belleza argentino donde falten los potus. Es uno de los tropismos de Zoetrope, en donde lo inanimado cobra, si no vida, al menos cierto valor.
En otro sector, trofeos y medallas de utilería se acumulan en un mueble doméstico. Son los premios que Di Rienzo, vitalista empedernida, se concede a sí misma a medida que sortea obstáculos y pruebas. Al mismo tiempo, el carácter evidentemente “trucho” de los premios sugiere los límites de cualquier reconocimiento que proviene del exterior.
Un racimo de pinturas gestuales, hechas de brea y óleo, presenta otro semblante que el “coso” puede asumir: irracional, instintivo, iracundo. Varias piezas de ese conjunto, emparentadas con el arte de Alberto Greco (otro “hado padrino” de Zoetrope) ya fueron vendidas. Se puede decir que funcionan como postales de una interioridad en ebullición constante que sueña, como todos los “cosos” del universo, con el remanso de un oasis en curso
Tres preguntas a Zoe Di Rienzo
¿Qué obras reúne la muestra y cómo se conjugan las propuestas?
Reúne un año de trabajo traducido en diferentes lenguajes: fotografía, pintura, instalación, objetos y performance. La heterogeneidad está atravesada por la frase de Federico Manuel Peralta Ramos: “Tengo algo adentro que se llama ‘El coso´”. Al menos, desde allí partí para realizar las obras presentadas, sin reparo en seleccionar los medios, formas o soportes necesarios para poder llegar a lo que estaba buscando.
Obras como las pinturas de brea y pastel al óleo fueron sin duda el momento en que atravesé el desierto sin siquiera una Pepsi (en relación con la frase “Sólo consiguen un oasis aquellos que se bancan el desierto”, también de Peralta Ramos).
La muestra comienza en la vidriera de la galería, en la calle misma, con una obra de gran formato a blanco y negro, es “el coso” a modo de peluquería de Recoleta, que no se sabe bien si es peluquería o es arte. Cuando uno ingresa a la sala, se encuentra con un conjunto de pinturas sobre papel de brea y pastel al óleo. Esos dibujos son una antesala a las fotografías que nos esperan más adelante.
Los dibujos son desaforados, meticulosos. Podrían ser estandartes. Si pasamos a la salita del fondo, encontramos la serie El coso que se vio exhibida en la muestra Excéntricos y súper ilustrados, que tuvo lugar el año pasado en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Son fotografías sobre peinados muy elaborados.
En un mueble colmado de trofeos y medallas, cada trofeo es una recompensa; no se trata de ganar a otro, sino de mejorar uno mismo. Todo está presentado en el trofeo plástico, cosa que nos deja con cierta duda sobre la calidad de lo logrado.
En la pared contigua se ve una enredadera artificial intervenida. Trabajé sobre largas tiras de potus plásticos, pero a falta de plasticidad estética me vi forzada a pintarlos de manera casi expresionista, donde cada hoja se presenta como una pintura. Esa enredadera es la antesala al “Olimpo” que tuvo lugar en la inauguración, donde se realizó una performance en la cual dos mujeres de pieles cobrizas y vestidos de reminiscencia griega y peinados de esfinges, por definirlo de alguna manera, estaban en el descanso de la escalera. Ahí habitaban ellas, eran dos ninfas, estado de equilibrio y armonía.
¿Podrías comentar tu experiencia con las performances de Dixit el año pasado y la de este año en el CCK?
Fueron dos acciones que involucraban la intimidad y la participación del espectador, pero cada una con un formato completamente diferente. En Oasis, de Dixit en 2016, nada indicaba que yo era artista ni que eso que estuviera sucediendo fuese una performance. Me paraba cerca de la alfombra de bienvenida, obra de Ivana Vollaro, y esperaba a que la gente se agrupara a leer el texto “Sólo consiguen un oasis aquellos que se bancan el desierto”.
Cuando las personas se acercaban, les decía que esa frase fue sin duda la inspiración de la muestra y que sin embargo también me cautivaba otra frase de Peralta Ramos, la que decía “Tengo algo adentro que se llama el coso”. Ahí me despachaba a describir mi coso y luego preguntaba si podrían describir el de ellos. Cada uno se tomó el trabajo y la libertad de hablar de su coso, en el medio de una feria, en el medio de una muestra en el borde de una obra que era una alfombra. El desafío que me propusieron Lara Marmor, Sebastián Vidal Mackinson y Federico Baeza (los tres curadores de Dixit en 2016) fue hacer una performance en el contexto de una muestra institucional. Decidí hacer algo personal, una experiencia intimista, donde en cada encuentro que tenía con los visitantes se lograba algo sincero.
En Correspondencia, en el CCK, armé una instalación en el ingreso, en dos de los grandes mobiliarios utilizados originalmente por el correo. En uno de ellos realicé una instalación con todo lo necesario para preparar el boceto de una carta: instrucciones, manuales de diferentes tipos de cartas, diccionarios, libros relacionados con la correspondencia, papel y biromes. Dejé en la mesa los materiales posibles para que cada uno escribiera el boceto de su carta. Después, las personas pasaban a otra mesa, donde se encontraban máquinas de escribir y hojas membretadas para escribir la carta. Finalmente, la colocaban en un sobre y se la entregaban a Maxi Turco, que ofició de cartero.
Correspondencia estaba ideada para una gran cantidad de público, era una acción para todos, de máxima visibilidad y participación. Las cartas se convertían por momentos en chats, pseudohaikus, comentarios, tatuajes, todas las formas y modos del lenguaje forzados al membrete. La sala del correo volvió a tener un zumbido constante. Se escribieron 223 cartas en dos días.
¿Cuál es el atributo del arte contemporáneo que más te interesa?
Creo que tiene varios atributos. Aquellos que a mí me interesan son hacernos ver las cosas desde otro lugar y hacernos dudar de lo que pensamos y repensarlo. Ponernos en otro lugar es preguntarnos cosas, ya sea sobre nosotros, nuestro entorno, la sociedad, lo vincular, lo enigmático; cualquier pregunta es bienvenida a la hora de poner en funcionamiento otra manera de pensar, de ver aquello que a simple vista es inentendible y después va decantando. Eso genera nuevas preguntas y a la vez nuevas maneras de reflexionar. Es alimento para la curiosidad y la duda, el conocimiento y la magia.