Tres milagros paganos por el Mundial
Ya habíamos sido derrotados por Arabia Saudita. Nuevamente parecía que el destino de infortunio nos preparaba las maletas, que sería un regreso sin gloria, igual al de frustraciones anteriores.
Aun así, surgieron indicios entre el pueblo futbolero y el que se suma y sigue a la Selección en los grandes momentos, que hicieron crecer la idea del éxito más allá del triunfo deportivo.
Tres pinceladas de fe, dibujadas en tres gestos increíbles que daban por tierra cualquier idea triunfalista. Tres momentos, tres pequeños gestos que cobraron estatura e inmensidad.
Días atrás, en la esquina de Caagauazú y Andalgalá, en el porteño barrio de Liniers, la señora María Cristina se sobresaltó. Miraba una película, ajena al épico instante en el que los muchachos de Scaloni derrotaban a Polonia. “No miro los partidos porque me pongo muy nerviosa, pero ante tanto alboroto de alegría, salí a la calle con mi banderita”, contó la hoy famosa Abuela la la la, que no tiene nietos de sangre, pero fue la abuela cábala de Qatar.
Sus vecinos en la esquina, enfervorizados por el triunfo, cantaban el que se transformaría en el hit mundial, “Muchachos”. Cuando la vieron llegar, la recibieron con una versión improvisada del tema “Go west”, de los Pet Shop Boys, cantando el abuela la la la. Un milagro de fe pagana nacido entre las tenues esperanzas del éxito final.
De allí en más, cada partido hizo tronar la cábala hecha canción y el día del triunfo final, los chicos en distintos barrios se llegaron hasta algunos geriátricos a cantarle a los abuelos imposibilitados del festejo callejero. Otro milagro que hizo que gente mayor se sintiera, gracias las voces de jóvenes dispuestos a ir a cantarles, parte del calor inigualable que brinda un gesto amigo en la soledad del encierro durante la vejez.
El tercer milagro se vivió ya concretado el triunfo sobre Francia, en la esquina de Salguero y Libertador, en plena Recoleta, cuando un muchacho se quitó la camiseta de la Selección y se la regaló a un cartonero descalzo y con el torso desnudo, que rompió en llanto por la emoción del gesto y la alegría de todos los que se iban acercando a compartir ese momento con él y su benefactor circunstancial. Se compartieron las dos cosas, el triunfo de la Scaloneta y sus lágrimas por sentirse parte, por salir de la invisible trampa de no ser nadie entre tantos que pasaban y, en ese instante mágico y eterno, formar parte entre abrazos y sonrisas del colectivo argentino de la celebración.
Esto también somos. Un pueblo capaz de tener instantes fulminantes de solidaridad, pero que al mismo tiempo deberemos aprender que necesitamos, como el agua o el oxígeno para sobrevivir, como país, que para para el progreso se requiere una idea para mantener en el tiempo, constantemente, sin distracciones ni atajos, ni espejitos de colores. Para que esa idea se transforme en un plan, en un proyecto de ida hacia el país que fuimos y que podremos volver a ser si nos sacamos de encima el oscurantismo facilista de ser brillantes improvisando, de ser los mejores en el arte falso de atarlo con alambre y del “vamos viendo”. Si volvemos al país del esfuerzo, de la meritocracia, de la cultura del trabajo, de la excelencia académica, sacándonos el yugo de los docentes del paro crónico y la matonería a flor de piel. Si nos imponemos saltando los obstáculos y las trampas que el populismo nos ofrece. Si vamos desplegando nuestras alas de libertad por sobre la incultura de los planes sociales que atrofian a sus beneficiarios, a los que podríamos mejor llamarlos maleficiarios, con las disculpas por el neologismo. Maleficiarios porque son víctimas del maleficio populista y no gozan más que de un beneficio engañoso que los ancla en la pobreza.
Hay un país que fuimos pero que está al alcance de la mano si sabemos mirar con alguna dedicación, en detalle.
Los muchachos que acaban de llevarnos al éxtasis y a la gloria en Qatar son un espejo de perseverancia, dedicación al trabajo y determinación para buscar un objetivo, que podríamos imitar en otros rubros.
Los tres pequeñísimos milagros paganos de esta historia aun más pequeña que aquí les comparto son también, a la luz de tantos aturdimientos y mensajes vacíos cotidianos, una lucesita de solidaridad espontánea que, mantenida en el tiempo, nos ayudará a crecer . Tratar de no ser víctimas de nuestros propios justificativos miserables cuando nos decimos que todo está mal. Entonces, como está todo repodrido, yo también aporto para que siga peor. El famoso “a esto no lo cambia nadie”, detrás del cual escondo mi complicidad con el desastre. Un sálvese quien pueda que, entre otras patologías sociales que sufrimos los argentinos, nos trajo hasta aquí.
Al mirar, maravillada, la inmensa marea humana que rodea al Obelisco, al monumento a la bandera y que impregna de alegría cada rincón del país, pensé que esta energía colectiva efímera podemos repetirla y hacerla permanente para salir de los infinitos cepos, para derrotar los agobiantes mecanismos que usan hoy como estrategia para hacer de nuestros chicos ignorantes en escuelas mediocres.
Usemos esta energía del festejo merecido que desahoga, transformándola en fuerza para decirle basta a la asfixia impositiva y a la máquina de impedir, para volver al rumbo del mérito que de como resultado el premio.
Las atajadas del Dibu, los goles heroicos de la Pulga y de Fideo, son méritos de ellos que nosotros disfrutamos como propios, con justa razón, por derecho propio, pero con esfuerzo ajeno. Nosotros alentamos mientras ellos ponen todo. Ahora nosotros también tenemos que darle duro, poner todo en cada pelota dividida que nos toque jugar, darle con fervor al entrenamiento, ponernos objetivos altos sin pensar en que la magia nos sacará de la postración que ayudamos a crear.
Nosotros, como país, tenemos en el horizonte un desafío. Tenemos un Qatar cada día que nos espera. Un mundial cotidiano que jugamos estemos o no entrenados, pero que allí está. La final será a cancha llena para derrotar o seguir siendo derrotados por la inflación, la pobreza, la demagogia.
La diáspora argentina, con sus festejos lejanos, nos mostró otra cara dolorosa del país, y sintió por unos días el calor de la selección de Messi, frente al frio indiferente que los obligó a partir para tratar de dejar atrás la noche oscura del relato populista.
Brillante triunfo de la Scaloneta. Brillante porvenir nos espera si lo construimos desde hoy, sin perder más tiempo, mientras disfrutamos el dulce sabor de la Copa del Mundo. ¡Salud!
Directora ILAPYC (Instituto Latiniamericano Paz y Ciudadania)