Tres lecciones de un comicio en tres actos
Las distintas vueltas y sus particularidades, la implementación del voto electrónico y el rol de las encuestas: algunas enseñanzas de la elección porteña
La ciudad de Buenos Aires eligió su sexto jefe de Gobierno, en las elecciones más largas y complejas de administrar de su breve historia autonómica. Tres lecciones dejó esta pieza teatral en tres actos.
ACTO 1: Psicoanalizados y vuelteros
El distrito con la mayor tasa de psicoanalizados del país es el que tiene más vueltas. Distinta de las 23 provincias, la ciudad de Buenos Aires tiene tres vueltas electorales. Combina elecciones primarias obligatorias para todos los cargos con una segunda vuelta (ahora tercera) cuando ningún candidato logra convencer a la mitad más uno de los votantes.
La primera lección del debut de las tres vueltas es que cada elección tiene una especificidad propia. Al igual que un acto de una obra de teatro, se desarrolla con autonomía relativa.
El primer acto (las PASO) ordenó a los postulantes, achicó el elenco (de los 30 precandidatos sólo quedaron 5) y le dio pistas al electorado sobre la obra y sus posibles desenlaces. El segundo acto exigió mostrar las adhesiones fuertes y testear si eran mayoritarias. No lo fueron, por lo que llegó el tercer acto, que pidió a la platea el voto por el candidato que menos le disgusta (es decir, alentó el comportamiento estratégico).
Las elecciones porteñas dejan un aprendizaje clave de cara al proceso presidencial, en el que podría haber tres actos por primera vez: las estrategias electorales deben ser distintas ante cada vuelta. El candidato de ECO, Martín Lousteau, fue quien mejor lo entendió.
¿Significa esto que los porteños somos volátiles, diferentes al electorado del resto del país? No, la evolución de la distribución territorial en el interior del distrito muestra una gran consistencia ideológica en el tiempo, pese a que las etiquetas partidarias fluctúan mucho. Dice el terapeuta que no somos volátiles; somos sofisticados.
ACTO 2: Entre el código electoral y el código fuente
La ciudad desafió la máxima de que un sistema electrónico de votación debe introducirse de forma gradual. Hizo una implementación completa para dos millones de votantes y en muy escaso tiempo. Salió airosa. La elección se desarrolló normalmente, los votantes aceptaron el cambio y el ausentismo no parece haber aumentado por el temor a las nuevas tecnologías. Pero el excepcionalismo porteño no pudo sortear otra máxima, segunda lección de estos comicios: implementar un sistema electrónico requiere combinar amplios consensos políticos con capacidades técnicas. De lo contrario, se mina la confianza de los partidos políticos.
Las capacidades técnicas son necesarias para desarrollar el sistema o para auditarlo, si lo provee un externo. Recomiendan los manuales: "Terceriza sólo lo que mejor sabes hacer, porque únicamente así podrás controlarlo". Y la máxima rige también en la administración electoral. Tanto los partidos políticos como los especialistas en informática manifestaron dudas sobre la seguridad del sistema. Y eso puso en evidencia la aún escasa especialización técnica de la Justicia Electoral porteña y desnudó un déficit todavía más importante: la vulnerabilidad de los apoyos políticos al nuevo sistema de votación, resultado del escaso involucramiento de la Legislatura en la decisión. La implementación del voto electrónico terminó siendo un proceso altamente judicializado. Cuanto mayor es la participación y la discusión partidaria de los sistemas electorales, mayor es su legitimidad.
ACTO 3: El margen de error ético de las encuestas
La elección del domingo pasado desafió los pronósticos de las encuestas y planteó dudas sobre si serán una buena guía para la elección presidencial. La variabilidad de las estimaciones es muy pronunciada, según surge de La Borra, iniciativa de varias colegas en el blog de Andy Tow para monitorear y analizar encuestas de elecciones nacionales y provinciales de 2015 publicadas en medios digitales (http:/andytow.com/blog/borra/).
Aunque en varios países los estudios de opinión pública no acertaron últimamente los resultados de las elecciones, en esta ocasión el cuestionamiento no fue técnico, sino ético.
El juego de las encuestas involucra, por lo menos, a tres actores: a quien la encarga, a quien la realiza y a quien la publica. Los tres son relevantes para entender el problema y pensar soluciones. Para asegurar mínimos estándares de calidad y honestidad en la difusión de este tipo de información, hay dos alternativas, ya sea centradas en el Estado o en la sociedad.
El primer modelo exige ciertas reglas de difusión y establece sanciones estrictas para quien incumple. El segundo modelo, en cambio, propicia el control social, por ejemplo a partir de que las encuestadoras, los medios y organizaciones del tercer sector desarrollen mecanismos para garantizar la calidad de los estudios. Este modelo funciona cuando equivocar un resultado en forma sistemática afecta la reputación de quien hizo la encuesta o la publicó.
La regulación argentina no es ni chicha ni limonada. El control estatal es extremadamente débil: hay un registro de encuestadoras donde debe publicarse una ficha técnica de cada estudio y la sanción por no hacerlo es… ¡no formar parte de ese registro en la próxima elección! Tampoco hay algún esquema de autorregulación. Así, la tercera lección es que la regulación actual es insuficiente. El modelo del control social parece ser el más sustentable en el tiempo, pero requiere de cambios en las prácticas de los tres actores.
La obra tuvo buena respuesta en la taquilla –votó el 72% del electorado– con un público fiel que en su mayoría permaneció en la sala hasta el final del tercer acto. Un interesante aporte a la cartelera electoral porteña.