Tres experiencias útiles de Brasil para la Argentina
Jorge Luis Borges decía que “cada país tiene sus palabras, su ambiente. La amistad está hecha de una lengua en común, de esas palabras y recuerdos compartidos, referencias. Es eso que hace una Patria”. En ese sentido, independentemente de lo que digan los papeles, yo pertenezco a la “República de Colegiales”, barrio donde me crié jugando al fútbol en la calle, tras haber llegado a Buenos Aires con menos de un año de edad siendo hijo de argentinos y antes de partir a los 14 años. En los papeles, no tengo nada que ver con la Argentina, habiendo nacido en Río de Janeiro y completado mis estudios en Brasil, ahora ya a camino de los 40 años de actividad profesional como economista en dicho país. En materia afectiva, juego de local en ambos lados de la frontera. Es con esa “doble militancia” en mente y con amigos en ambos lados y, en los dos países, en cada una de las diversas grietas que existen tanto aquí como allá, que me permito la reflexión que desarrollo a continuación.
Siempre me pareció que la Argentina y Brasil se conocen muy poco. Y lo último que me gustaría es que el elogio que haré a Brasil sea entendido como una muestra de patrioterismo “verde-amarelo”. Siempre es bueno hacer hincapié en hechos como que Brasil (que no tiene a nadie en ese Olimpo) admira a los cinco Premios Nobel del vecino, adora al notable cine argentino y que en la Copa de Qatar Messi consiguió la proeza de que la mayoría de los brasileños hinchase por la Argentina en aquella final épica contra Francia. Dicho esto, me parece más o menos obvio que, en materia de éxito en la lucha contra la inflación, Brasil supera por lejos a su principal socio regional. Tal vez ahí haya algo que pueda ser útil para la etapa que viene en la Argentina. Por eso, me apuro para publicar este artículo antes de que se sepa quien es el nuevo presidente, ya que creo, humildemente, que lo que voy a tratar de explicar le puede servir al país, cualquiera sea el vencedor. Vamos al grano, entonces.
Hay tres experiencias brasileñas que puede ser bueno investigar con atención en la Argentina, para escaparle a una inflación que va a camino de orillar los 200% al año. Las describo rápidamente.
La primera es la figura de la “URV”, o sea Unidad Real de Valor. Fue un mecanismo sumamente ingenioso para crear una “moneda virtual” (no física) que servía para contratos en una etapa de transición cuando se lanzó el Plan Real de 1994, que acabó con la altísima inflación en Brasil (cerca de 50 % al mes al final de la hiperinflación). Era equivalente a un dólar, se ajustaba todos los días y permitió repactar contratos en esa nueva moneda después de una convivencia de 4 meses de la URV con la moneda antigua, que se devaluaba todos los días. Para que se tenga una idea de como funcionó, la última URV del 30 de junio fue de 2750 unidades de la moneda vieja, cuyos valores de cotización el 1° de julio fueron divididos por ese valor, para ser traducidos a la nueva moneda, no por casualidad bautizada como “real”. Así la inflación se desplomó de la noche a la mañana, sin dolarización ni traumas, aunque evidentemente en el marco de todo un amplio programa de estabilización que aquí no hay manera de explicar con mayores detalles. Fue una obra de ingeniería técnica y política, hecha em conjunto por un crack como Fernando Henrique Cardoso y un verdadero “dream team” de economistas. Vale la pena pensar si algo así podría poder ser adaptado a la Argentina.
La segunda experiencia útil fue la adopción del sistema de metas de inflación en 1999. Sé que la Argentina adoptó el esquema en 2016 y le fue muy mal, pero a la distancia mi modesta opinión es que en aquel entonces el gobierno cometió un error garrafal (cuya responsabilidad política principal cabe al expresidente Macri, por no haber evaluado bien el contexto brasileño en aquel entonces) por haber lanzado las metas en pleno ajuste de precios relativos, sin tener la menor idea de lo que resultaría de aquella explosión de precios, lo cual comprometió todo lo que vino después. Brasil tuvo el buen tino de haber lanzado el sistema recién a mediados de 1999, seis meses después de su gran devaluación, cuando ya estaba más claro hacia dónde estábamos yendo, lo cual permitió trazar metas declinantes, pero que pudieran ser perseguidas con éxito, especialmente en los primeros dos años de la experiencia, que son claves para el éxito. Valdría la pena, también en ese campo, indagar qué se puede aprender para ver como hacer las cosas y como no, si algo así se repite.
Por último, el tercer case para mirar es la excelente experiencia de “construcción institucional” (“institutional building”) que se hizo en Brasil con la autonomía del Banco Central, una entidad con su prestigio muy afectado en los años de nuestra inflación alocada y hoy una de las mejores instituciones del país, junto con otras como la Cancillería del Itamaraty, las Secretarías de Ingresos y del Tesoro con su burocracia weberiana, o la Embrapa, clave para la revolución agrícola brasileña de los últimos 25 años. Allí hubo toda una inversión em cuadros técnicos de diversos gobiernos, desde el de Fernando Henrique Cardoso, pasando por Lula y llegando hasta la aprobación formal de una excelente y fundamental Ley de Autonomía en el gobierno Bolsonaro, respetada rigurosamente por el tercer gobierno de Lula.
Aunque en los últimos dos casos no se trató de innovaciones propiamente dichas (ya que Brasil se aprovechó de otras experiencias previas de inflation target y de leyes de autonomía de la Autoridad Monetaria) siempre puede ser más útil mirar lo que pasó en el vecino (con el cual el intercambio de ideas debería ser mucho más fluido, por cuestiones idiosincráticas y de proximidad física) que estudiar los casos de países que no tienen nada que ver con la Argentina.
En esos tres ejemplos, hubo cuatro rasgos en común:
1) el liderazgo político de personas muy hábiles en su relación con el Congreso, especialmente de Fernando Henrique Cardoso, pero también de Lula en su momento y de Michel Temer, que dejó el tema listo para ser aprobado por Bolsonaro al final del gobierno de aquél, en 2018;
2) la estrecha colaboración entre los políticos y funcionarios de carrera, especialmente del Tesoro y del Banco Central, debidamente respetados por su expertise específica, en el marco de una plena comprensión de la riqueza técnica que se encuentra en áreas clave de la administración pública, lo cual va en la dirección opuesta a la corriente que cree que quien trabaja para el Estado es, por definición, un vago;
3) la búsqueda incesante, si no de consensos, de amplias mayorías, lo cual implicó una especie de delicado “juego de pinzas” entre la “seducción” del liderazgo político con una paciencia infinita, combinada con la capacidad de argumentación y de persuasión de los equipos técnicos;
4) la comprensión de que estaban en juego políticas de Estado y no de gobierno, que se estaban plasmando para, de ahí en adelante, ser asumidas como propias por el país como un todo y no por la corriente política A o B, lo que significa una dedicación intensa al esfuerzo de alcanzar mayorías convincentes, en lugar de “atropellar” a parte de la sociedad, cosa que años después puede obligar a dar un giro de 180 grados, si quien estaba en la oposición regresa al gobierno.
El lector ya debe haber entendido el mensaje: en las elecciones, a veces la dinámica lleva a elegir entre polos opuestos, pero a la larga, para que el país avance, se debe caminar hacia el centro, entender diferentes puntos de vista, respetar al adversario, convencer sin gritar, dialogar mucho y construir mayorías sólidas que resistan al paso del tempo. Con todos los defectos de una democracia imperfecta, Brasil es un buen caso de un país que supo seguir un camino que hace que hoy la inflación prevista para 2024 sea entre 3 y 4 %, con un sistema de metas de inflación consolidado que ya lleva 25 años y con un presidente del Banco Central que es una de las personas más respetadas en el ámbito de la economía. No es poco para un país que, hace 30 años, tenía el ánimo por el piso.
Por último, una “provocación intelectual”. En las postrimerías de la vieja Europa, al final de la Guerra Fría, cuando se empezó a hablar del proceso que culminó en la creación del euro, algunos países adoptaron como referencia monetaria al marco alemán, lo cual tenía sentido en aquel momento histórico. Haciendo quizás una mala comparación, si la Argentina - por voluntad propia- decide abandonar el peso o, alternativamente, permitir una coexistencia legal con otra moneda, ¿por qué no pensar en el real para cumplir ese papel? Es obvio que el real no es el dólar, pero también es obvio que tiene mucho más sentido vincularse a una moneda (buena) de un país con quienes se comparten ciertas características del ciclo económico, que con otra de un país que queda del otro lado del mundo y que a la Argentina en caso de necesidad no le va a dar “ni la hora”. Al fin y al cabo, sólo el prejuicio explicaría la resistencia a encarar con seriedad los esfuerzos de un país como Brasil que, pese a todos los tropezones que dio, en cierta forma supo graduarse con cierto mérito entre las economías que, monetariamente, hoy son bastante sólidas. Un punto para pensar.
Investigador de la Fundación Getúlio Vargas