Tres años de papado
Tras cumplirse tres años del papado de Francisco, el comienzo de un nuevo año amerita un balance y análisis de su gestión, una mirada retrospectiva de lo actuado por el Sumo Pontífice argentino y el impacto alcanzado en su feligresía y en el mundo.
"Nunca hubo relaciones tan cálidas como las presentes entre judíos y católicos. El papa Francisco insufló un espíritu nuevo en el corazón de su religión y la confianza en los miembros de otras religiones, que han brindado a nuestro mundo esperanza, modestia y humanismo." Estas palabras, parte de la dedicatoria que Shimon Peres escribió en el libro que me obsequió por mi ayuda a la realización del Acto por la Paz de 2014 en el Vaticano, sintetizan sin lugar a dudas el pensamiento de muchos hombres y mujeres preocupados por la paz.
Conceptos semejantes son expresados por los líderes de las diferentes denominaciones cristianas, tradiciones islámicas, al igual que los demás credos y cosmovisiones surgidos en el seno de la gran familia humana. El diálogo en su sentido más amplio y profundo caracterizó estos tres primeros años del papado de Francisco.
Ingentes fueron también, y siguen siendo, sus esfuerzos por erradicar los vicios y descarríos que afectan a su propia Iglesia. En el campo político bregó intensamente por aportar un mensaje de paz, cordura y sensibilidad en muchas latitudes del mundo. Se puede estar más o menos de acuerdo con algunos aspectos de sus criterios sobre cómo resolver el problema de los refugiados que llegan a Europa. Pero es imposible no coincidir con su clamor por dar una respuesta inmediata y digna a estos miles de sufrientes, producto de la miseria espiritual de otros. Ser indiferente a su sufrimiento es blasfemar a Dios, es erradicar todo concepto de humanismo de la realidad terrenal. Y él recordó esto con sus palabras y gestos a una humanidad frecuentemente indiferente al dolor y el sufrimiento.
Sus aportes por la recreación del vínculo entre los Estados Unidos y Cuba quedarán en la historia como uno de sus grandes logros. Más allá de todos los puntos conflictivos que persisten, los canales de diálogo instaurados son la única forma de hallar fórmulas para su superación.
En sus viajes a México y Estados Unidos, hubo múltiples aspectos que fueron criticados. Es que cada uno de sus movimientos y dichos deben mantener un equilibrio entre expectativas, pujas, rivalidades y puntos de vista antagónicos, que es sumamente complejo sustentar. Pero su clamor por la indiferencia, la discriminación, la banalización de la existencia del otro, junto a sus condenas al narcotráfico, trata de personas, esclavitud en todas sus expresiones, seguirán resonando por siempre, aun habiéndose superado dichos flagelos.
El hecho de que el Papa sea argentino hace trascender, a nivel mundial, ciertas características de nuestro ser. Hijo de inmigrantes, formado y educado en nuestro país, desarrolló su personalidad y espiritualidad en nuestro medio. Fue elegido por virtudes propias y otras adquiridas a través de su entorno familiar y de todo lo positivo que le brindó el pueblo al que pertenece. Es a través de Bergoglio que se le dio al pueblo argentino la posibilidad de inscribir un mensaje en la historia universal. La memoria de todos aquellos que dieron lo mejor de sí por instaurar los valores que hacen a nuestra identidad argentina nos convoca en este peculiar momento.
Puede resultar extraño que un rabino escriba acerca del quehacer del Papa. Hay tres razones que conllevaron a ello. La primera la definió Andrea Riccardi, el creador de la Comunidad Sant'Egidio y uno de los intelectuales católicos más relevantes del presente. La primera vez que nos encontramos me dijo: "El diálogo interreligioso que mantiene usted con el Papa es muy especial. No se basa en la fluidez y simpatía para el intercambio y análisis de cuestiones religiosas en particular y de la vida en general, sino en un diálogo que se sustenta en una profunda amistad".
La segunda razón es la senda que el documento Nostra Aetate -del que se cumplió hace unos meses el medio siglo de su aprobación- abrió para el encuentro profundo entre católicos y judíos.
El mundo en el que vivimos se transforma aceleradamente en una gran aldea. El desarrollo de los medios de comunicación permite el acercamiento entre sociedades e individuos que se encuentran en latitudes muy distantes el uno del otro. Aquellos que ocupan un lugar de liderazgo pueden transformarse rápidamente en paradigmas para multitudes. El real triunfo de Francisco será que su mensaje de misericordia, justicia y humildad pueda trascender entre todos los habitantes de la "aldea". La religiosidad judía, al igual que la de otros credos, será impactada por la católica, y viceversa. Las sociedades cerradas, que no saben abrirse en un diálogo sincero, enferman a sus miembros y entran en conflicto con sus vecinos. Un mundo de gente que luche por depurar su identidad aceptando el desafío de contrastarla con las múltiples culturas, a fin de mejorar la propia, es el reto del presente y del futuro. El bienestar de cada uno depende cada vez más del de su vecino. En la empresa de instaurar con más énfasis los valores espirituales que conllevan a dicho bienestar deben hallarse mancomunados todos los líderes de las diferentes religiones.
En hebreo el verbo "rezar" es una conjugación reflexiva del verbo "juzgar". Es que al juzgar, analizar y realizar un balance de lo actuado por uno, comienza el proceso que nos acerca a Aquel a quien debemos rendir cuentas de nuestras acciones. Sirva todo lo positivo vertido aquí como respuesta al pedido infaltablemente recurrente de mi querido amigo, en cada uno de sus mensajes, que no me olvide de rezar por él.
El autor es rector del Seminario Rabínico Latinoamericano M. T. Meyer y rabino de la comunidad Benei Tikva