Travestido y con otros nombres, el monstruo antisemita sigue vivo
En la década de 1940, una importante cantidad de congresales y funcionarios norteamericanos, junto a varios grupos nazis, organizaron un complot para derrocar al gobierno de los Estados Unidos, instalar una dictadura fascista e impedir la intervención de su Ejército en la Segunda Guerra Mundial.
Tal vez, como tantos otros, yo creía que la novela de Philip Roth La conjura contra América, en la que Charles Lindbergh gana la presidencia y el país asume abiertas posiciones antisemitas, había sido un mero ejercicio ficcional. Luego de conocer la historia que revela la periodista Rachel Maddow en su reciente podcast ULTRA, aquello que parecía un juego imaginativo se muestra como una aterradora realidad que podría haber pasado si esta conspiración hubiera triunfado.
Suele ser un lugar común la noción de que la Argentina fue un refugio de nazis. Sin embargo, una vez derrotados, jerarcas, científicos y asesinos se desparramaron por todo el planeta como ratas por tirante. Las grandes potencias de entonces, la URSS y los Estados Unidos, se llevaron a los “mejores”. A nosotros nos llegó parte del resto. La versión oficial de la historia enalteció la lucha norteamericana contra el nazismo y su participación en la Segunda Guerra Mundial y, aunque en gran medida fue así, ese país no fue el único baluarte ni fue homogénea la voluntad de intervenir. El relato autoglorificador invisibilizó la gesta del Ejército Rojo, artífice del retroceso de la Wehrmacht en la recuperación de los territorios conquistados del este, que inició el camino hacia la derrota nazi.
En ULTRA, Maddow reseña el complot planeado durante la Segunda Guerra Mundial por grupos de ultraderecha, gobernadores y miembros de ambas cámaras del Congreso de los EE.UU. para instalar un gobierno fascista al estilo de Hitler o Mussolini. El plan estaba orquestado por el agente nazi George Sylvester Viereck, que proveía las conexiones, el material de propaganda y el dinero para solventar el golpe militar que venía directa o indirectamente de Alemania.
A modo de thriller político desgrana en ocho episodios la historia de esta red conspirativa cuyos primeros indicios se remontan a 1940. El Departamento de Justicia no reaccionó con la debida fuerza entonces, pero cuando dio curso a las denuncias en 1944 la amenaza fue evidente y las conexiones de importantes miembros del gobierno fueron flagrantes. Treinta fascistas y ultraderechistas fueron acusados y juzgados en lo que se llamó el Gran Juicio de Sedición (The Great Sedition Trial).
Se piensa hoy que haberlo hecho de modo colectivo fue una de las razones por las que no pudo llegar a buen término. Treinta acusados y sus treinta abogados defensores, todos juntos en la sala, hicieron imposible la consecución de las sesiones de modo pacífico. Las constantes interrupciones vociferantes terminaron en batallas campales que el juez no pudo contener ni ordenar. Luego de seis meses de sesiones encendidas y confusas, y a pesar de la fuerte evidencia con los cientos de documentos y testimonios presentados por la acusación, el súbito fallecimiento del juez Edward Eicher, supuestamente a raíz de un masivo ataque cardíaco, determinó la suspensión del juicio. Todos los sediciosos evadieron la Justicia y el caso fue guardado en el fondo de algún cajón a la espera de un nuevo juicio. Nunca sucedió.
Aunque los acusados quedaron en libertad, la democracia norteamericana pudo ponerle freno al intento golpista, pero la historia del Gran Juicio de Sedición, que ha permanecido oculta hasta ahora, revela la capacidad de borrar ciertas cosas de las historias oficiales y el peligro de la tergiversación ideológica consecuente.
En 1940, fueron arrestados diecisiete miembros del Frente Cristiano, grupo dirigido por el padre Charles Coughlin, figura mediática muy popular en la radio de entonces. Abiertamente antisemita, unos años antes declaró “elijo el camino del fascismo” y luego de la Kristallnacht en 1938 dijo al aire que los judíos se lo merecían. Arengaba a tomar las armas contra el gobierno y llevó a sus seguidores a múltiples manifestaciones que terminaron en acciones callejeras violentas.
Los diecisiete detenidos planeaban asesinar a doce miembros del Congreso y hacer estallar varios edificios públicos. El plan era provocar la reacción de antifascistas y comunistas, forzar la intervención de la Guardia Civil que, unida al Frente Cristiano, desencadenaría una guerra civil. Se allanaría de este modo el camino para el golpe y la instalación de un gobierno militar fascista. Contaban con un importante arsenal de ametralladoras y bombas robadas y, a pesar de los testimonios y de la documentación probatoria del complot, el juicio naufragó y el Departamento de Justicia no pudo mantenerlos detenidos.
Pocos años más tarde, en plena Guerra Mundial, el mismo Frente Cristiano que persistía en sus objetivos se unió a otros grupos fascistas organizados al modo nazi que tramaban complots paralelos. Uno de los más importantes fue el de las Camisas Plateadas, uniforme que seguía el modelo de las camisas pardas nazis y las negras fascistas, liderado por William Dudley Pelley, “honrado de ser el Adolf Hitler estadounidense” (sic). Desde el sur de California, uno de sus planes era encontrar a los veinte judíos más destacados de Hollywood, incluidos ejecutivos de estudios, actores y artistas, colgarlos de postes de luz y fusilarlos.
Todo esto y mucho más es lo que cuenta Maddow en su potente podcast. Juzgar a los complotados fue un gesto valiente, pero el Departamento de Justicia y los fiscales no se habían hecho demasiadas ilusiones, puesto que los cargos de sedición son difíciles de probar y, fundamentalmente, sabían contra qué poderes luchaban. Innumerables obstáculos, sesiones imposibles por las continuas interrupciones, gritos y demostraciones, recursos y presentaciones de improcedencia frenaron y finalmente interrumpieron el juicio. Cientos de miles de folios quedaron archivados y finalmente olvidados.
Aunque Maddow no lo menciona en el podcast, uno se pregunta cuánto del eslogan nacionalista que usa Donald Trump, Primero América, se relaciona con el instalado por Wilson en 1916, usado por el Ku Klux Klan en 1920 y retomado por el America First Committee. Travestidos de supremacistas blancos y otras denominaciones con las mismas ideas y propósitos, consideran que el Gran Juicio de Sedición fue un show político orquestado por los judíos del American Jewish Committee, de la Anti Difamation League y de la Bnai Brith para impedir la lucha de los patriotas anticomunistas. El monstruo antisemita sigue vivo.