Tras un año de vivir con lo inesperado, la importancia de no confinar los sentimientos
Que los niños jueguen lo que sienten, que los adolescentes balbuceen lo que sus ojos muestran y que los adultos hablemos claramente de aquello que nuestro cuerpo lleva consigo
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Llevamos un año y medio viviendo en un escenario de inquietante incertidumbre. Nuestra vida familiar cambió. Padres, madres e hijos pasamos a estar más tiempo en casa y la realidad de la convivencia nos llevó a relacionarnos desde una intensidad emocional única.
Vivimos atravesados por el miedo a los contagios, por la impotencia ante las frustraciones, el enojo o la tristeza ante las pérdidas, por la desesperanza al ver lo extensa que se torna la pandemia o por la sorpresa que los profundos cambios nos han generado. En este entramado de emociones de padres e hijos, se construye el clima emocional familiar.
El momento nos envuelve a todos, pero ¿qué necesitamos hacer con las emociones en un contexto de pandemia? ¡A algunos nos cuesta tanto su expresión!, pero cuando logramos transmitir un sentimiento ante alguien que nos cuida y nos protege, ante una figura que nos acepta con empatía, nuestras vivencias se regulan, se hacen tolerables. Las emociones, al ser comprendidas, son una guía valiosa para nuestra mente y pueden ayudarnos mucho en la toma de decisiones.
No confinemos las emociones. Que los niños jueguen lo que sienten, que los adolescentes balbuceen lo que sus ojos muestran y que los adultos hablemos claramente de aquello que nuestro cuerpo lleva consigo.
¿Cómo hacemos los padres y las madres para que nuestros hijos puedan expresar sus sentimientos? Algunos de nosotros lo intentamos con preguntas, pero muchas veces no logramos la conexión, quizás porque ellos sienten que nuestro modo de preguntar es invasivo o les provoca vergüenza.
Propongo que los adultos expresemos nuestros sentimientos, porque el acto de ver a un padre o a una madre hablar de lo suyo les da a los hijos la fuerza necesaria para lanzarse a lo incierto que les puede resultar mostrarse vulnerables
Propongo que los adultos expresemos nuestros sentimientos, porque el acto de ver a un padre o a una madre hablar de lo suyo les da a los hijos la fuerza necesaria para lanzarse a lo incierto que les puede resultar mostrarse vulnerables. Siempre teniendo en cuenta que sean emociones que un hijo o una hija puedan escuchar en función de su edad, es una forma de mostrarles lo que implica vivir una vida conectado con uno mismo. La capacidad de expresarles a los demás nuestro sentir y, al mismo tiempo, ser para el otro alguien que lo puede contener, son dos grandes factores de prevención de la depresión o los trastornos de ansiedad. En palabras de Edith Eger, psicóloga húngara, sobreviviente de Auschwitz: “lo contrario de la depresión es la expresión. Es imposible curar lo que no se siente”.
Quizás hoy necesitemos gritar la impotencia o sonreír con ganas para agradecer por lo que tenemos o patear la tierra por el enojo que nos han dejado algunas pérdidas, o confiar y mirar el mundo con ojos iluminados o llorar el desamparo o, quizás, pedir con humildad algunos abrazos. No guardemos lo que sentimos por estar aguantando hasta que todo pase. A los que somos expertos en soportar en silencio, nos está resultando un peso grande esta realidad tan demandante.
El mundo ha cambiado y nosotros con él. Vendrán tiempos nuevos, busquemos palabras nuevas que nos permitan sentir compañía en el camino. Busquemos al otro. En casa, en una hoja, en una llamada, en un lienzo, acerquémonos a ese que puede estar ahí. Y seamos al mismo tiempo compañía para los demás. Que el hogar sea un refugio, un lugar en el que cada uno se sienta respetado y cuidado. Un lugar que nos dé la fuerza para salir con confianza a conquistar nuestros deseos en tiempos en los que el mundo, de a poco, empieza a abrirse.