Tras el temblor, nada en México es lo que parece
Fake news. En medio de una ciudad arrasada por el sismo, el "caso Frida Sofía" ha sido un ejemplo cruel de una crisis de la palabra que afecta al periodismo y la política por igual
Ciudad de México
En los días posteriores al terremoto del 19 de septiembre, una vez que los edificios más dañados terminaron de colapsar, la sensación que sobrevolaba distintas zonas de Ciudad de México sugería que las consecuencias de un desastre semejante serían impredecibles. Hoy esa sensación se convirtió en una certeza. El conteo de víctimas dice que hubo 370 muertos, 7289 heridos y 100 desaparecidos, pero el impacto del temblor va más allá de lo que los rescatistas y voluntarios encontraron entre los escombros.
La experiencia del sismo es múltiple y cada uno la ha vivido de una manera personal y social a la vez: la memoria singular se moldea en el recuerdo plural de tantísimas personas que de una u otra manera han sentido lo mismo. Por un lado, el susto, el agobio, la desesperación. Por el otro, un fatalismo difícil de explicar, donde se mezclan la inminencia del final, la aceptación exprés de la muerte posible, el descubrimiento de los propios límites y la urgencia por ayudar. Eso, la semana después del 19 de septiembre, que dejó a miles de personas con cicatrices en el corazón.
Ahora, a más de dos meses de distancia, ya con la cabeza puesta en otras prioridades, las evidencias de la catástrofe reciente se empeñan en acecharnos por todos lados. Nos enteramos de que un par de amigos que perdieron su hogar no encuentran dónde mudarse. Asistimos a reuniones en casas con paredes rajadas y puertas torcidas. Felicitamos al que acaba de recuperar el sueño, después de una larga lucha contra el insomnio. Corre el rumor de que varias familias volvieron a vivir en el edificio del que fueron evacuadas, ya que no tienen adónde ir. Vemos calles que no permiten el paso de automóviles, porque en cada vereda cuelgan ventanas y molduras a punto de caer. Nos topamos con una manifestación que le exige al gobierno una reconstrucción en los distritos más afectados. Y a medida que aprendemos a convivir con lo que intentamos que sea lo más parecido posible a la vida previa al temblor, el nuevo día a día nos invita a pensar que este panorama es inevitable, lógico, normal.
Sin embargo, también podría pensarse lo contrario: que, todavía obnubilados por aquello que nos sacudió en cuerpo y alma, confundimos lo normal con lo anormal. Como si la realidad estuviera fuera de foco.
Las consecuencias psicológicas del sismo se complementan con las político-sociales y suponemos que todo se arreglará por inercia o, como tantas veces en este país, no se arreglará. Así como ignoramos qué ocurrió con los 43 estudiantes presuntamente masacrados en Ayotzinapa, tampoco tenemos claro cuál era la situación legal de las 21 trabajadoras fallecidas durante el terremoto en la fábrica textil de la esquina de Bolívar y Chimalpopoca, en un edificio del centro de la ciudad que al menos desde 1992 habría presentado fallas estructurales en su construcción.
Resignados
Del mismo modo en que no nos llama la atención que el partido político en el gobierno elija a su próximo candidato presidencial con el antidemocrático método del "dedazo", tampoco nos parece nada del otro mundo que la ayuda oficial no llegue a tiempo, o que en las cuadras cerradas al tránsito aún haya montañas de escombros sin recoger. Y con la misma indignación resignada que nos genera la provocadora sonrisa de un ex gobernador preso por corrupción, nos enteramos de que la directora de la escuela Enrique Rébsamen, sobre la que pesan graves acusaciones en la construcción del inmueble en el que 19 niños y 7 adultos murieron en el temblor, no tiene ninguna intención de ofrecer las explicaciones que se le reclaman. No es que la sociedad sea indiferente; es que nada de esto sorprende en lo más mínimo.
La normalización del abuso y la injusticia en México explica la supervivencia de buena parte de su clase dirigente, pero ésa es una historia conocida. La otra normalización, aquella que aparece como un efecto colateral del último terremoto, quizás pueda ubicarse y entenderse a partir del "caso Frida Sofía", que desde el mismo día del temblor le regaló al país el espectáculo televisivo protagonizado por una niña, Frida Sofía, atrapada entre las ruinas de la escuela Enrique Rébsamen.
Cadena de supuestos
Dos días después del sismo, las mismas autoridades militares que habían alertado sobre la urgencia de buscar y retirar a la niña de un área colapsada declararon que Frida Sofía no existía. En su lugar, dijeron, había otra persona que intentaba respirar entre los muros derrumbados.
Para justificar el error se apelaba al caos natural que define a un estado de emergencia. Pero hasta ese momento y durante dos días, con el país aturdido y en shock, la poderosa cadena Televisa había transmitido minuto a minuto los dramáticos pormenores de un drama inexistente. Un rescatista afirmaba que Frida Sofía se había comunicado con él. Otro aseguraba que la niña estaba en la segunda planta del edificio, y no en el tercer nivel.
Medios de todo el mundo dieron la información como verdadera y exhibieron la cuenta regresiva de un salvataje que tenía mucho de agonía en vivo. Al dolor y la confusión causada por el sismo se sumaba la histeria televisiva, replicada de manera interminable por las redes sociales, que diseminaban más tristeza y desinformación a una situación en la que la verdad, al igual que ocurría antes del sismo, comenzaba a evaporarse. ¿Quién era el responsable de inventar la historia de Frida Sofía? ¿Qué interés podía tener Televisa en montar un reality show en el medio de la catástrofe? ¿Y cómo era posible que un ejemplo tan prototípico de fake news se expandiera por todo el planeta sin que nadie en ninguna empresa periodística se hubiera tomado el trabajo de verificar la información?
Los analistas de medios han revisado los detalles del "caso Frida Sofía" y muchas de sus explicaciones resultan lúcidas y pertinentes. En el sitio Clases de Periodismo, la periodista peruana Esther Vargas enumeró algunos de los errores de la cobertura de Televisa, como dar por veraz todas las declaraciones oficiales, no buscar a los padres de la niña inexistente o fascinarse por los ingredientes sentimentales de la historia. También destacó que la antipatía popular contra el ADN político de Televisa, muy cercano a las necesidades informativas del Estado, asignó culpas excluyentes a los periodistas y editores de la cadena sin tener en cuenta las condiciones en las que trabajaban.
"Éste no es solo un tema de Televisa -concluye Vargas-, y deberíamos ser honestos a la hora de poner las cartas sobre la mesa y revisar toda la información que circuló." En una línea parecida, Diego Salazar señaló en The New York Times que el equívoco se reforzó gracias al cliché informativo por el cual todo lo que es en directo es más creíble que aquello donde interviene la mediación del periodista. "En directo pueden presenciarse y hasta narrarse hechos -escribe-, pero verificarlos o contextualizarlos se hace extremadamente difícil."
Sin chequear
Como bien recuerda Salazar, el valor agregado del periodismo no consiste sólo en conseguir la primicia o llegar primero a los lugares de los hechos, sino en ofrecer información confiable y veraz. Televisa y algunos otros medios compitieron por obtener las imágenes y los testimonios más contundentes, no aquellos cuya veracidad hubiera sido confirmada. Y en una situación de emergencia, en la que los rescatistas se enteraban de lo que ocurría al mismo tiempo que los televidentes, la cobertura periodística privilegió competir con la ansiedad "en vivo" de las redes sociales a aportar lo que debía distinguirla, es decir, información de calidad.
Tal vez el ejemplo más rotundo de ese error fue el tratamiento que los medios le dieron al presunto hallazgo en directo de cuerpos atrapados, que revelaban su presencia por las señales de temperatura detectadas entre los escombros. Como algunos rescatistas aclararon en el transcurso de las búsquedas, las señales de temperatura pueden aparecer por muchos factores que no siempre indican la existencia de un cuerpo humano. Los llamados "falsos positivos" son normales durante un rescate, pero la carrera por la primicia periodística no iba a detenerse en ese detalle. Y mientras tanto, del otro lado, la audiencia se entretenía con el relato de la esperanza en el momento más apropiado para creer que la vida todavía era posible en el brutal paisaje de angustia, muerte y destrucción en el que se había convertido la capital del país.
Doble muro
Salazar y Vargas coinciden en que el descrédito social del trabajo periodístico (y más aún si proviene de Televisa) influyó en la suposición, errada y compartida por los periodistas y la audiencia, de que toda transmisión en vivo es más veraz que un informe editado. Para el público, la intervención del periodista equivale a manipulación, recorte y sumisión a poderes políticos que siempre ocultan algo. Por lo tanto, en el "caso Frida Sofía" habría dos relatos a la vista: uno, el de Televisa, que se apuró en contar una telenovela en vivo más que a informar con rigor; y otro, el de la crítica ideológica a Televisa, en la que la cadena antepone sus compromisos políticos a la veracidad de la información. En ese doble muro, donde conviven la crisis del periodismo y la ceguera politizada de la opinión pública, ¿por dónde podría filtrarse la verdad?
A más de dos meses del temblor y del "caso Frida Sofía", las conclusiones que revelan este episodio tal vez sean mucho peores que el simple rechazo a la lógica periodística.
Hoy sabemos que no hubo ninguna Frida Sofía, pero sí 19 chicos muertos en una escuela mal construida y una directora que goza de impunidad, entre otros casos -como el de la fábrica textil de Bolívar y Chimalpopoca- donde la justicia se hace esperar. Lo curioso es que en este horizonte de injusticia perenne, donde la indignación se resigna y nada se arregla, nos sentimos cómodos. En este espectáculo nada nos sorprende. Y si no sorprende es porque resulta más o menos normal.
Pero quizá la lección del sismo y del "caso Frida Sofía" sea lo opuesto: la prueba de que la realidad es ese sacudón capaz de derrumbar todas nuestras certezas. Y que muchas veces no es ella la que está fuera de foco, sino nosotros.