Tras el derroche, la conciencia sobre el desperdicio
Por primera vez en muchos años aflora a la conciencia pública la noción de desperdicio. El presidente Macri ha tratado de promover el ahorro haciendo notar que no tiene sentido mantener la calefacción tan alta como para que en nuestras casas parezca que estamos en verano. Esta nueva conciencia sobre el desperdicio proviene, sin embargo, de la escasez de energía y la dificultad para mantener la demanda del invierno.
Pero hay razones más profundas en la noción de desperdicio. Según ellas, aunque se pudiera pagar, y hubiera suficientes gas y energía, no deberían usarse esos recursos sin medida. Al menos hay dos poderosas razones ambientales que lo indican. Una, que el consumo innecesario de energía agota un recurso que no es renovable; la otra, que las emanaciones de dióxido de carbono resultantes de la combustión del gas y el petróleo están calentando el planeta de un modo que será perjudicial, no sólo para nuestros hijos y nietos, sino también para nosotros.
Pero hay todavía una razón más sensible e inmediata. Es que en la noción de derroche está implícito el respeto por la necesidad de los demás. Así lo entendía la Madre Teresa de Calcuta cuando decía: “Lo que escandaliza no es que haya ricos y pobres, sino el desperdicio”.
La noción de desperdicio parece nueva para nosotros, después de doce años de derroche. Porque el populismo que se utilizó con ricos y pobres como herramienta electoral consistió en subvencionar el gasto. En lugar de promover el ahorro y el trabajo, se promocionaron con inconmovible convicción el gasto y el descanso. Lo ilustran también los feriados multiplicados al extremo en vacaciones puente.
El derroche no se consumó en el subsidio al consumo de los pobres, porque los pobres consumieron la menor parte. Ese porcentaje de la población, que llegó hasta un 30% según las lecturas independientes, no consumió más que el restante 70%, sino mucho menos.
El subsidio a la carne, instrumentalizado en las limitaciones a su exportación, fue mayor para quienes consumieron mayor cantidad y los cortes más caros. El subsidio a la electricidad y el gas fue mayor para quienes tenían más propiedades de mayor superficie, pobladas de tantos más aparatos eléctricos. También fue mayor para las industrias del turismo, el entretenimiento y el juego. El subsidio a los viajes aéreos, sabemos ahora, fue para los viajes al exterior, no los viajes domésticos, según revelan las recientes auditorías de Aerolíneas Argentinas. Incluso así, quienes vuelan son en su mayoría personas de ingresos medianos y altos. El atraso cambiario subsidió el turismo al exterior, pero de nada sirvió a los tres deciles más pobres de la población. La mayor parte del subsidio al fútbol fue también para ese 70% más numeroso de la población. Llevado a un extremo, es fácil entender que ningún beneficio pudo obtener de esos subsidios al consumo quien no tenía electricidad ni gas.
En resumen, los subsidios al consumo y el ocio fueron a parar en su mayor parte al 70% de la población que no era la más pobre. Ese 70% recibió probablemente más del 90% de los subsidios al consumo. Esto quiere decir que los subsidios al consumo de la última década, al contrario de lo que se piensa y se dice con bastante frecuencia, constituyeron una redistribución regresiva del ingreso. Eso quedó disimulado porque la bonanza económica, el llamado viento de cola, permitió ofrecer mayores subsidios a la pobreza que en tiempos anteriores. Pero debemos pensar que incluso la clase media de menores ingresos, que paga impuestos, puede haber contribuido a pagar parte de los subsidios entregados a los estratos más acomodados de la población.
Ese derroche es el que terminó por limitar el verdadero auxilio a la indigencia y la pobreza, carcomiendo los montos de la pensión universal por hijo, las pensiones y las jubilaciones y permitiendo el deterioro de servicios públicos vitales, notoriamente los trenes.
En la misma noción de desperdicio hay un principio moral, la idea de que nada es gratuito y todo bien debe ser cuidado. En la noción ambiental del desperdicio, esos bienes difusos, los recursos naturales, los alimentos y el agua, los océanos y el aire, no sólo deben ser cuidados. Tarde o temprano, comprenderemos que inevitablemente también deben ser compartidos.
Arquitecto y profesor universitario