Tragedia teñida de ingenuidad
Sobre Charlotte, de David Foenkinos
La anécdota es bien conocida. El hombre llega a la exposición, husmea un poco, hasta que se topa con una escalera que está ubicada en el centro de la sala: allá arriba hay una obra mínima, que sólo puede ser observada de cerca. Sube entonces los peldaños de la escalera, toma la lupa que han colgado a un lado, y descubre que la revelación consiste, apenas, en una palabra. La palabra es "Sí", el hombre es John Lennon y es uno de los momentos clave del siglo XX porque el nombre de la artista es Yoko Ono. La anécdota se completa con el músico asegurando, tiempo después, que si la palabra hubiese sido "No" él habría huido de inmediato…
Quizá no sea casual que David Foenkinos (París, 1974) se declare "fan incondicional" de Lennon (sobre quien escribió una novela, Lennon, supuesta "biografía definitiva"). El episodio antes narrado prueba que los genios pueden ser impunemente pueriles. Ese mismo registro, de una solemnidad que sólo puede resultar ingenua o vacía, es el que domina Charlotte, la última novela del francés, una ingenuidad que ni la tragedia de la pobre Charlotte Salomon –la real, pero también la de su novela– puede disimular. Y desde luego no lo es que el momento clave de la novela, en el que la protagonista conoce al hombre que se volverá su obsesión, esté signado por aquella misma palabra, puesta en relieve. "¿Así que estudia Bellas Artes?", pregunta el tal Alfred. "Sí. Sí: es la primera palabra que le dice a ese hombre".
La última novela de Foenkinos está basada en la vida de Charlotte Salomon, una joven artista alemana asesinada en Auschwitz en 1943, estando embarazada (murió en las cámaras de gas). En verdad, Foenkinos utiliza como columna vertebral la obra en la que Salomon trabajó durante sus últimos años, titulada "¿Vida? ¿O teatro?", una suerte de testamento, una ópera en la que se entremezclan la pintura, la música y la literatura. Parece como si esa obra, o más precisamente la posibilidad de perderse en ella, le hubiese permitido a Salomon aislarse no sólo de la muerte cada vez más inminente sino también de una larga saga de suicidios que se llevó a la mayoría de las mujeres de la familia, incluidas su madre y su abuela. Foenkinos retoma los eslabones más significativos de esa siniestra cadena y luego se concentra en la vida de Charlotte, una vida casi imposible de vivir a no ser por ese antídoto que es la pulsión artística, y acaso la intuición de la genialidad.
Tal vez el mayor acierto esté en el modo en que el mismo Foenkinos se inmiscuye en el relato, desde el presente, yendo y viniendo sin ningún aviso, lo que imprime a la obra un sesgo documental. Una distancia que al mismo tiempo atenúa la ferocidad y vuelve más palpable ese pasado que no deja de resultarnos remoto, inverosímil, sin duda porque nunca podemos terminar de aceptar que el ser humano haya sido capaz de tanto.
Por otro lado, resulta curiosa la decisión de Foenkinos de optar por la forma del verso, o más bien ese punto aparte constante que no permite enlazar una frase con otra. Algo que el autor concibió como una necesidad, un modo de respirar dentro de una historia que todo el tiempo corta el aliento. El efecto es el contrario, sin embargo: cada frase, cada instancia, tiene una relevancia superlativa. No necesariamente le juega en contra, pero el problema central de la novela, lo que hace que fracase rotundamente, es el estilo, el modo en que se elige interpretar esa realidad. Algunos ejemplos: "El diccionario a veces es púdico. Como si también él se asustase del dolor". Más tarde: "La libertad es el lema de los supervivientes". Y luego: "¿Puede confesarse a sí misma que se siente artista? Artista […] Las palabras no siempre necesitan un destino". No hay horror que no se diluya, así, en las pueriles pero fatales trampas que a veces tiende la literatura.
CHARLOTTE. David Foenkinos. Alfaguara.Trad.: M. T. Gallego Urrutia. 208 páginas, $ 179