Totalitarismo en la ex-Esma
Hablar de “muestra” es excederse en el sustantivo: el Gobierno montó una cartelería propagandística en la que se pretende imponer como “verdad histórica” la retórica sectaria del kirchnerismo
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En lo que fue el edificio de la Esma, el Gobierno no ha montado una muestra; ha montado una confesión sobre sí mismo. Anunciada bajo el título “Neoliberalismo Nunca Más”, la exhibición organizada por la secretaría de Derechos Humanos de la Nación desnuda -entre otras cosas- una concepción totalitaria y un sentido de apropiación del Estado. Pero expone también una pasmosa precariedad intelectual que se revela incapaz de argumentar y apenas llega al balbuceo panfletario.
La muestra –descripta la semana pasada en las páginas de La Nación– intenta asociar liberalismo con dictadura, y justicia con lawfare. Hace una mezcla de procesos políticos y económicos desde el 76 hasta acá y concluye, con grotesca malversación histórica, que “el neoliberalismo” implica “un retroceso de los derechos humanos”.
Hablar de “muestra” es excederse en el sustantivo. Se trata, en realidad, de una cartelería propagandística pegada sobre las paredes del Salón Silvio Frondizi, en la que se pretende imponer como “verdad histórica” la retórica sectaria del kirchnerismo. Así, se traza una línea que une a Videla con Macri, y se engloba a Menem, la Alianza y Cambiemos bajo el paraguas de una supuesta maldición neoliberal. Resultaría todo muy burdo y marginal si no expresara, en realidad, una peligrosa concepción ideológica enquistada en el poder. Lo que el Gobierno dice a través de esta iniciativa es algo que aparece en el subtexto de la muestra: la Esma “es nuestra”; los derechos humanos “son nuestros”, y también es nuestra “la verdad”, como concepto absoluto. Por lo tanto, no hay adversarios, sino enemigos. No hay valores, principios ni territorios compartidos. La democracia, que sería el gran espacio común, solo la representamos nosotros; el resto es dictadura. ¿Puede concebirse un razonamiento más antidemocrático y autoritario?
Lo de la ex-Esma no viene a mostrar nada nuevo. Tiene, sin embargo, la virtud de la confesión, que –como es sabido– releva de pruebas. Exhibe con transparencia una arquitectura conceptual que el kirchnerismo ha acentuado al ritmo de su propia radicalización. Sería un error minimizarlo o adjudicarle un mero valor anecdótico, porque esa misma visión panfletaria es la que el oficialismo intenta imponer como un catecismo en las aulas de escuelas y universidades, y también en los medios estatales, como Télam, Radio Nacional y la TV Pública. Es un relato que se reproduce en los cursos de formación docente.
Hay un vínculo directo entre la muestra de la ex-Esma y aquella profesora de La Matanza que, desquiciada y a los gritos, intentaba adoctrinar a sus alumnos. La exposición (presentada oficialmente como “una herramienta de capacitación”) incluye “visitas guiadas” que bien podrían equipararse con muchas clases y actos escolares donde se confunde enseñar con bajar línea. Así como en la ex-Esma se asocia a Macri con Videla, en muchas aulas aún se “enseña” el “caso Maldonado” como una “desaparición forzada”. Todo forma parte de una técnica ejecutada por los regímenes fascistas: repetir y repetir, con la pretensión de imponer un relato falso como verdad. El apego a los hechos se ve como un obstáculo para los propios intereses. No importa cómo hayan sido las cosas, sino cómo nos resulta más favorable contarlas. La historia se puede acomodar a la medida de las conveniencias. Se ocultará lo que haya que ocultar y se inventará lo que haya que inventar. Este es el manual con el que se ha escrito el catecismo del poder.
Detrás de toda esta fachada argumental ni siquiera hay ideología; hay especulación. Los dirigentes más dogmáticos y radicalizados del kirchnerismo no creen, en su fuero íntimo, que pueda asociarse a Macri con Videla. Pero lo dicen (y lo repiten) por oportunismo y conveniencia. Es, en todo caso, la ideología del cinismo. La misma que los lleva a callar ante atrocidades como las de Nicaragua o Venezuela. ¿Es un discurso que permea en la sociedad? Tal vez no, pero cosecha complicidades en franjas pseudoprogresistas y encubre la corrupción. Explica, además, alineamientos internacionales y embestidas desde el Estado.
Hay que ir en estos días a la ex-Esma para entender, entre otras cosas, el conflicto por el Consejo de la Magistratura. Detrás de las tensiones políticas e institucionales se esconde esta concepción totalitaria. Si el adversario es enemigo, ¿cómo no lo va a ser un poder independiente como la Corte? Si nosotros, al haber sido ungidos por el voto popular, somos los dueños de la democracia, de la verdad y del Estado, ¿cómo se atreven un juez o un tribunal a contradecirnos o marcarnos límites? Además de absolutista, parece una lógica muy rudimentaria. Y lo es. También eso queda claro en la Esma: no hay sofisticación ni sutileza conceptual. Todo es tosco, pero, a la vez, brutal.
El problema adquiere una dimensión mayor cuando esa lógica excede los límites de la secta para contaminar otros territorios de la política, la academia y la Justicia. La manipulación del Nunca Más (al que el kirchnerismo, en verdad, jamás había adherido hasta que lo encontró “redituable”) no se hace en los locales de La Cámpora, sino en un espacio público, como es el Museo de la Memoria. ¿Cuántas instituciones salieron a cuestionar esa malversación del Estado? El partido oficialista avala en silencio; la locuaz portavoz del Gobierno no dice nada; Justicia Legítima aprueba con simpatía; los rectores universitarios miran para otro lado, y las asociaciones profesionales prefieren no meterse.
Ese relato sesgado, arbitrario y oportunista ha colonizado diversos ámbitos, entre ellos los de la educación. Cuando el fanatismo entra en las aulas, no solo se traiciona un compromiso ético con la pluralidad; se siembra, además, la semilla de la intolerancia. Sin caer en tremendismos, no pueden ignorarse los riesgos de un ideologismo que nubla la razón.
El colombiano Juan Gabriel Vásquez –que será, en pocos días, uno de los grandes invitados a la Feria del Libro de Buenos Aires– cuenta en su última novela, Volver la vista atrás, un episodio escalofriante, que bien podría tomarse como una advertencia de los extremos a los que conducen las ideas totalitarias. Ocurre en los años 60 en la China de la Revolución Cultural: “El profesor de Dibujo, al que todos los alumnos querían, había comenzado a discutir en su clase el concepto de aerodinámica. De eso estaba hablando cuando comparó espontáneamente el MiG soviético, un avión de combate concebido en 1939, con el F-4 Phantom II, que Estados Unidos había puesto en servicio en 1960. Los dos aviones, el soviético y el norteamericano, habían participado en la Guerra de Vietnam, pero el profesor no tenía por qué pensar en esas implicaciones cuando elogió el diseño del Phantom II y se atrevió a decir que era mejor. En la clase se hizo un silencio incómodo. ‘Pero es el avión del enemigo’, dijo un alumno al cabo de un instante. ‘Sí, lo es –se defendió el profesor–; pero el diseño es mejor. Por ejemplo, es más rápido’. Un murmullo de desaprobación se hizo cada vez más fuerte. Y fue cuando un alumno dijo: ‘Si prefiere las armas del enemigo, enemigo será’. ‘¡Traidor!’, gritó una voz, y luego otra: ‘¡Contrarrevolucionario!’”. La escena termina cuando los estudiantes, convertidos en una turba feroz, patean el cuerpo vulnerable del profesor de Dibujo, indefenso en el suelo.
Tal vez parezca ajena, y hasta quizás inverosímil, pero si el linchamiento lo imaginamos a través de las redes sociales, la escena empieza a resultar más familiar. Se conecta, después de todo, con una lógica que hoy está exhibida en la muestra de la ex-Esma: la de “traidor” y “enemigo”; la del dogma por encima de los argumentos, y el relato por encima de los hechos. A uno de los cerebros del kirchnerismo, Carlos Zannini, no le dicen “el Chino” por sus ojos rasgados, sino por su reconocida admiración, en los años 60, de la China en la que pasaban esas cosas. Hoy, en muchas escuelas y universidades argentinas, los principios de la aerodinámica también están silenciados bajo el griterío de la docencia militante. Quizás haya, sin embargo, un dato auspicioso: muchos alumnos quieren menos panfleto y más aerodinámica. A la profesora de La Matanza, después de todo, la denunció un estudiante.
Frente a los horrores del pasado, cualquier cosa que hoy ocurra en la ex-Esma parece menor. Y es razonable, por supuesto, porque allí habita el recuerdo de la peor tragedia argentina. Precisamente por eso debemos ponernos en guardia ante cualquier germen totalitario. Defender la diversidad y el pluralismo es una forma de honrar una memoria histórica que, mal que le pese al sectarismo, debería ser un espacio común. El Nunca Más fue un compromiso con la democracia, no una bandera al servicio del poder de turno.