Toque de queda a la credibilidad
La idea está dando vueltas por los despachos oficiales: suena con fuerza la posibilidad de instaurar una especie de "toque de queda sanitario" o de "volver a paralizar todo" con el fin de contrarrestar la suba de casos de Covid-19 que se presentaron en los últimos días.
"Si hay que tomar alguna decisión, la vamos a anunciar la semana que viene", dijo el gobernador Axel Kicillof. La idea está, pero la decisión se dilata. Además, un "toque de queda" suena a una decisión con aroma a manu militari, no sería un lugar cómodo en el que el Gobierno desearía estar. Ni siquiera un relato épico bien construido encuadraría en esa situación.
Un toque de queda, por definición, es una medida de gobierno que, en situación de guerra o en circunstancias extraordinarias, prohíbe la libre circulación de la población civil por la calle a partir de una hora determinada. Se trata de una medida demasiado antipática que durante la pandemia se ha tomado en otros países europeos y latinoamericanos, siendo el caso más cercano el de Chile, pero que también ya se adoptaron parcialmente en algunas ciudades del interior del país.
Pero el problema que enfrenta el Gobierno para implementar una medida tan extrema con alcance nacional o al menos en el AMBA, es la falta de credibilidad. El mismo presidente que organizó el velatorio de Diego Maradona, sabiendo que convocaría a cerca de un millón de personas subestimando los riesgos de contagio que todo médico epidemiólogo supo alertar o que realiza actividades partidarias, donde abundan los abrazos y la falta de distanciamiento, y que luego se muestran en redes sociales, hoy no cuenta con la creencia necesaria para adoptar una medida de estas características. Su palabra está averiada porque nunca fue acompañada por sus propias acciones.
Además, si ponen en práctica una especie de "toque de queda", en el Gobierno saben que la desobediencia civil estará inmediatamente en las calles y que, para hacer cumplir esa medida, deberá apelar necesariamente a las fuerzas de seguridad, algo que no es nuevo. De hecho, los organismos de control estatal, como el INADI o la Secretaría de Derechos Humanos, miraron para otro lado cuando se produjeron decenas de abusos y violaciones a los derechos humanos y civiles producto del accionar de las fuerzas de seguridad en muchas provincias que, paradójicamente, fueron señaladas como ejemplo por el presidente. Formosa, Tucumán y Santiago del Estero son el mejor ejemplo.
La situación está complicada para los funcionarios. Saben que no podrían pedirle un manso acatamiento a nuevas restricciones a la misma sociedad que creyó y cumplió con las primeras medidas adoptadas, al punto de ver afectada delicadamente su economía, y que obtuvo como recompensa una de las peores gestiones sanitarias contra la pandemia del mundo; con una interminable e inexplicable cuarentena que solo arrojó resultados negativos y, también, el aprovechamiento de esa inmovilidad social para avanzar con una reforma judicial o la revisión del traslado de jueces que comprometían con sus investigaciones judiciales a los suyos.
Por otra parte ¿Cuánto tardará la sociedad en suponer que un nuevo encierro será necesario para poder aprobar la reforma judicial en la Cámara de Diputados durante el verano?
Apuntar a los jóvenes para no hablar de ajuste y privilegios. "Los que más se descuidan son nuestros jóvenes, sé que para muchos ir a bailar o jugar al fútbol con los amigos es lindo. Todo es lindo, salvo que haya un virus en el medio que nos esté contagiando", dijo el Presidente sin inmutarse, teniendo en cuenta que hablaba de los mismos jóvenes a los que alejó de la escuela durante meses o a los que se convocó a despedir al ídolo popular con el fin de sacar tajada política del evento popular. También, muchos de ellos son los mismos jóvenes a los que se les celebra que marchen, por caso, por la ley del aborto. Pero se los critica si se reúnen en la playa. Todas incoherencias, reproches, ninguna comprensión, mucho menos una autocrítica.
Mientras Fernández cargaba responsabilidades en los jóvenes, firmaba su primer decreto de 2021 promulgando la nueva ley de movilidad jubilatoria, uno de los ajustes más feroces que sufrió el sector previsional. Acompañó el momento utilizando una estrategia de comunicación muy remanida: instalar un nuevo tema en agenda para ocultar la importancia de otro: "Hablemos de la irresponsabilidad de los jóvenes antes que del ajuste a los haberes jubilatorios".
Fernández olvidó lo lejos que quedó su promesa de aumentar un 20% las jubilaciones "con la plata de las Leliq", según decía antes de asumir. No cumplió, no aumentó y concretó una reducción histórica de los ingresos de los jubilados, hasta se dio el lujo de ponerle a su discurso una dosis de justicia al ajuste sobre uno de los sectores más vulnerables de la población. Cómo si cargar el relato de heroísmo hiciera más tolerante la herida sobre el bolsillo de cada jubilado.
Eso sí, no dijo nada sobre el fallo del Juez Ezequiel Pérez Nami, que dispuso que la vicepresidenta cobrará dos jubilaciones de expresidente -la de ella y la de su marido-, y un retroactivo de unos 100 millones de pesos, más el sueldo por el cargo que ocupa, que ubica sus ingresos en algo así como 100 jubilaciones mínimas. Y no es Cristina Fernández de Kirchner una persona falta de recursos, ella misma reconoció que amasó una fortuna siendo una abogada exitosa. En fin, no hubo épica para justificar la no apelación de estos ingresos de privilegio, pero tampoco vergüenza para rechazarlos.
Mientras se espera que lleguen los 10 millones de dosis de la aún polémica vacuna Sputnik V, prometidas para el verano, y desde el gobierno se habla de la posibilidad de volver a "paralizar todo", comienza a palparse una suerte de irritación social en un vasto sector de la sociedad, mucho más que en cualquier otro momento.
Esta latente rebeldía no solo podría despertar por la incomodidad que esas decisiones generarían en la población sino porque cada vez cuesta más creerle al Presidente, que sigue empeñado en relatar un partido que se parece muy poco al que los argentinos estamos jugando.