Tomás Saraceno: un eslabón entre el cielo y la tierra
El artista tucumano experimentará durante un año en la Argentina con el Proyecto Aeroceno, una cruza única entre arte, ciencia y tecnología
PURMAMARCA.- Atrás queda la maravilla del cerro de los Siete Colores y la quebrada de Humahuaca, Patrimonio de la Humanidad. Por delante, la blanca superficie iridiscente de las Salinas Grandes. Éste es el territorio elegido para lanzar las "esculturas solares" de Tomás Saraceno, primer paso del ambicioso Proyecto Aeroceno Argentina, que durante el próximo año desarrollarán la Fundación Aeroceno y el CCK.
Somos un grupo ecléctico de artistas, amigos, curadores y críticos, fascinados con la filosofía de un proyecto que nació en 2015. Presentado en el Grand Palais y el Palais de Tokyo durante la Conferencia sobre Cambio Climático de las Naciones Unidas en París, Aeroceno recoge las grandes ilusiones de Saraceno por crear y vivir en un mundo mejor.
Sintoniza, también, con la deuda impaga que la humanidad tiene con el planeta. Y logra, de una manera natural y gozosa, reunir en torno del mismo sueño a gente de disciplinas diferentes con ilusiones parecidas para volar con el sol, sin combustibles fósiles. Ésta es la clave que permite entender la obra de Saraceno: una cruza de arte, ciencia y tecnología con una cuota infinita de confianza y pasión.
"He vuelto después de quince años a Buenos Aires y estoy contento. Creo que la espera valió la pena", dijo Saraceno, con su estilo de palabras austeras, en la apertura de la muestra en la galería Ruth Benzacar de Villa Crespo. La exposición está ligada directamente a los universos en red que creó el artista tucumano para la 53a Bienal de Venecia dirigida por Daniel Birnbaum. Completa, también, el trípode del regreso con gloria, junto con las arañas laboriosas del Museo de Arte Moderno y el Aeroceno in progress del CCK.
Una red universal
Las obras expuestas por Orly Benzacar y Mora Bacal en el generoso espacio de la calle Ramírez de Velasco muestran nuevas versiones y variantes de la instalación que le dio visibilidad internacional en "la madre de las bienales": una red de tensores dispuestos como si fuera una imagen del universo. De diversos tamaños y formatos, seducen por la levedad consistente con que ocupan el espacio.
Desde Venecia, como Marco Polo, Saraceno conquistó el mundo. Estuvo en Art Basel, en ARCO y en la terraza del Museo Metropolitano de Nueva York con sus planetas flotantes, suspendidos en el aire. Flotar, volar, compartir, sumar y soñar son acciones que se repiten en la galaxia del argentino radicado en Berlín.
Tomás Saraceno nació en Tucumán, creció en San Luis, se graduó de arquitecto en la Universidad de Buenos Aires y se fue a Europa en 2002, cuando la peor de las crisis azotaba la Argentina y él soñaba con un mundo mejor.
Ahora mismo ha bajado del avión que lo trajo de Jujuy, listo para volar a Matera, la ciudad italiana elegida como capital cultural de Europa 2019. Ya tiene en mente una nueva obra que celebrará la unión en la diversidad. Antes, en el segundo semestre de 2018, montará su megamuestra en el Palais de Tokyo. Serán 10.000 metros cuadrados para que Saraceno exponga trabajos recientes, incluida una obra gestada durante el proyecto Aeroceno Argentina. Desafío y consagración.
Como sus socias, las arañas laboriosas, quiere tejer una tela universal y resistente con miles de hilos anudados en todas partes. Las arañas sociales de la especie argentina Parawixia bistriata tejieron cuarenta millones de hilos y crearon la materia de esa muestra onírica, bella e irrepetible que está en el Moderno, impulsada por su directora, Victoria Noorthoorn.
Cambiar las reglas
En la última curva del camino que va a Susques, tras cruzar un desfiladero de montañas talladas, aparecen las Salinas Grandes. Allá vamos a lanzar ocho globos del proyecto Aeroceno. Están listos en el baúl de la combi los kits Explorer diseñados por el Equipo Saraceno para este proyecto que arrancó en Jujuy y seguirá en todo el país. En cada kit, además del globo, están los cuatro volúmenes del manual de instrucciones; el periódico Aerocene; radios y cámaras de registro; guantes y una cuerda para amarrarlo.
"Tata Inti se llama de ahora en más", dice Saraceno sobre la "escultura solar" que cabe en una mochila más chica que la de una campera Uniqlo. Un minuto después ajusta los tiempos de vuelo y recibe a los chicos de la Escuela de las Salinas jujeñas.
Espectadores y actores de este primer paso de Aeroceno Argentina parecen rendir un homenaje a la Pachamama en el mes de su celebración y la del Éxodo Jujeño. Lógica cartesiana: todo el proyecto es un homenaje a la tierra. Imaginar vuelos libres de combustibles fósiles, respetar los tiempos de la naturaleza y abrazar, como a una Biblia, los mandatos del clima.
Joaquín Ezcurra, Martín Bonadeo, Maxi Bellmann, Guido Ignati, Pío Torroja, Inés Leyba y Agustina de Ganay ajustan los detalles para cumplir el plan de vuelo hacia el cielo azul profundo, con el globo solar negro para levantar la temperatura. Fue realizado en ripstop, una tela livianísima llegada de Corea del Sur que logra hacer posible lo imposible: volar sin quemar combustible, sin contaminar el medio ambiente.
Aerocene tiene mucho camino por recorrer, pero ya es una acción visible desde el mundo del arte para cambiar las estrategias en el uso actual de la energía. Allá vamos con Sven Steudte, un joven de veinticinco años de origen sueco, que vive en Berlín y ha dictado clases en Cambridge. Es hermético en su discurso pero genial al conectar piezas, engranajes, cables y cámaras del proyecto Aeroceno. Además de volar, enseña.
El globo volará con el sol y llevará colgados de sus extremos sensores de altura y temperatura, y una cámara de registro con el mundo a sus pies, que hacen de la escultura aérea un centro de información, una escultural base de datos.
Si todo sale bien, los globos volarán en el Salar de 12.000 hectáreas, a 3100 metros sobre el nivel del mar, custodiado por los pueblos originarios.
No hay una gota de viento, el sol pega impiadoso y comienza la acción. Es la hora señalada... ¿Volarán los Aerocenos?
Volaron.
Solemnes, livianos, cambiantes, se elevan hacia el cielo sin nubes. Mientras voy soltando el hilo del carretel casi eterno, la energía está entre mis manos. Esa fuerza que tira hacia arriba no es un motor fuera de borda. Es el sol. En menos de una hora, el maravilloso espectáculo son los ocho globos Tata Inti impulsados por esa ecuación perfecta de temperatura caliente en el interior y fría en el exterior.
¿Quién es Saraceno? ¿Un artista? ¿Un soñador decidido a cambiar las reglas del juego?
Es todo esto. O, al menos, es lo que por ahora sabemos de él.