Todos los credos son, en el fondo, propiedad de todos
Gandhi decía que las religiones son parte de la herencia colectiva de la humanidad; en esta perspectiva, es posible aprender de las ideas ajenas
Soy agnóstico. El creyente cree y el ateo rechaza. El agnóstico, en cambio, es quien no sabe o no se decide. Le interesan las preguntas religiosas pero no cree tener certezas como para decir qué es cierto o falso. Tal vez el agnóstico se vuelve más creyente cuando su avión entra en zona de turbulencia (es mi caso), pero con los pies firmes sobre la tierra vuelve a su postura de falta de certezas.
Creyentes y ateos, además de certezas, tienen otra cosa en común: suelen encerrarse en una visión del mundo más bien pequeña. En contraste, el agnóstico quiere abrirse, relacionarse en vez de aislarse. Propongo entonces que adoptemos una actitud de apertura agnóstica.
La postura correcta hacia otras religiones no es la tolerancia. Tolerar las creencias del otro implica creer que son equivocadas, lo cual es arrogante y condescendiente. Respeto es mejor, pero todavía tiene un dejo de distancia: puedo respetar una creencia pero no tener ningún interés por comprenderla o aprender de ella.
Muchas veces pensamos las religiones como compartimentos estancos, como si el adepto a una religión no pudiera tomar ideas y prácticas de otra sin sentirse (o que otros lo hagan sentir) culpable. Gandhi tenía otro punto de vista: todas las religiones son parte de la herencia colectiva de la humanidad y son, por ende, propiedad de todos. En este sentido, Gandhi nos acerca un nuevo camino de humildad y apertura, en el que no solo se está dispuesto a respetar, sino a aprender de las ideas ajenas como una herramienta para mejorar la propia vida.
Su postura puede parecer utópica, pero no lo es. En Elogio de la duda. Cómo tener convicciones sin convertirse en un fanático (2009), los sociólogos Peter Berger y Anton Zijderveld resaltan que durante gran parte de la historia los seres humanos vivimos en comunidades homogéneas en las que teníamos las mismas ideas sobre el mundo. Hoy en día, sin embargo, cada vez más gente vive en grandes ciudades y está en constante e inevitable contacto con distintas creencias y costumbres. En un mundo con más migración, educación, redes sociales y espacios de trabajo compartido, vivimos más expuestos a una variedad de valores.
En este contexto, se da un fenómeno que la sociología del conocimiento llama "contaminación cognitiva" y que supone que cuando las personas dialogan, influyen en el pensamiento del otro. Cuando uno conoce al otro es más difícil que piense que sus valores son perversos o insensatos, y hasta puede que se empiece a cuestionar la verdad absoluta de su propia visión de la realidad. Esto lleva a un cambio radical en los valores y en la cultura: empieza a pesar menos el "accidente del destino" y más la libre elección del individuo.
No sorprende que en partes crecientes del mundo la identidad religiosa se elija y sea parte de un proyecto de desarrollo vital del individuo. En Estados Unidos, por ejemplo, se habla de "preferencia religiosa". La palabra "preferencia" sugiere que nadie está obligado a ser católico, judío o musulmán. La religión deja de ser consecuencia del contexto en el que uno nace y empieza a ser algo que se elige. Así, nos encontramos con personas que toman la comunión y practican yoga, o creen en la reencarnación, comen kosher y leen la poesía sufí del misticismo islámico.
Resulta que el experimentalismo del cual hablaba Gandhi está ahí; falta el paso de hacerlo de manera consciente, de reconocer que no heredamos religión sino que también la construimos y que se puede, por qué no, imaginar un futuro no solo de naciones sino de personas multirreligiosas. Personas que en sus cuerpos y sus vidas derriben los muros que separan las religiones y hacen posibles los fundamentalismos. Personas que encarnen un futuro religioso distinto. ¿Por qué hemos de suponer que la historia religiosa de la humanidad está terminada? Quien sabe, tal vez acá estén los cimientos de una nueva revelación.