Todos los candidatos contra la corrupción
La gente se escandaliza con los casos graves de corrupción. Ocurre en la Argentina, pero también en España, Brasil y muchas partes del mundo. "¿Para eso pagamos impuestos, para eso los elegimos?", decimos indignados. Simultáneamente, nos embarga una sensación de bienestar, casi soterrada: a diferencia de esas personas de baja calaña, nosotros podemos andar con la cabeza en alto porque estamos limpios, ajenos a ese submundo donde políticos, empresarios poderosos, policías o servicios de inteligencia se embarran las manos y se apropian de los dineros de todos.
Sin embargo, la indignación no basta para cambiar nada. Y tampoco sirve sentirnos distintos de quienes delinquen. En nuestra sociedad, existe una fuerte tendencia a vivir al margen de la ley y a desconocerla en función de las conveniencias propias. Aunque en algunos países esto se manifieste con mucha mayor frecuencia que en otros, se trata de una tendencia humana, visceral: al fin y al cabo, la ley no es más que una pauta de convivencia que intenta civilizarnos e impedir que prime el poder del más fuerte, de los que manejan la riqueza o el territorio, de los más audaces o canallas, de los más salvajes. Sin ley, el Estado de Derecho democrático es una ficción.
Según una encuesta reciente de Poliarquía, el 79% de los argentinos cree vivir en un país donde no se respetan la Constitución ni las leyes; el 74% cree que los políticos son quienes más violan las normas, seguidos por la policía, 52%; los funcionarios, 42%, y "la gente", 39%; un 43% afirma que no tiene problemas en violar la ley. La encuesta puede ser parcial e incompleta, pero, sin duda, marca una tendencia que pocos discuten y que requiere, con urgencia, un profundo cambio cultural. Una de las dificultades para alcanzar el consenso para un cambio radica en que la honestidad no representa un verdadero valor para nosotros. En otras palabras: la corrupción nos indigna, pero no lo suficiente como para pasar a la acción.
La corrupción se conjuga con el desprecio a la ley y con la justificación de su incumplimiento, sobre todo entre quienes ocupan posiciones privilegiadas. No es casual que las estimaciones sobre fortunas de argentinos ocultas en el extranjero -es decir, no declaradas al fisco- oscilen entre 200.000 y 300.000 millones de dólares. Otro penoso récord nacional en proporción a nuestra población. Basta preguntarse sobre los efectos de recuperar capitales fugados de semejante magnitud en nuestra economía. Sin embargo, la lucha contra la corrupción no tiene el encanto suficiente como para movilizarnos y sólo se ocupan del tema las ONG especializadas, mientras brilla por su ausencia en la campaña electoral.
Una hipótesis que podría explicar la forma en que suelen licuarse las iniciativas en este sentido podría ser el hecho de que la corrupción no tiene signo ideológico, no es "de izquierda" ni "de derecha", no demoniza a un grupo fácilmente definible, sino que yace al acecho de oportunidades a todo lo largo y lo ancho del tejido social. Tal vez sea por esto que, aunque todos los partidos políticos y sectores sociales condenan la corrupción, aunque nadie postula el desprecio a la ley, durante las más de tres décadas transcurridas desde la recuperación de la democracia no hemos logrado consensos amplios que permitan adoptar medidas efectivas tendientes a enfrentarla con éxito.
En un contexto donde el respeto por las normas carece de estímulos y su violación pocas veces es sancionada, el problema se agrava cada día. Sin embargo, no figura como prioritario en la agenda pública, salvo cuando se lo usa para descalificar al oponente. No hay propuestas de medidas concretas que contribuyan a la transparencia, a la igualdad de oportunidades, al castigo a quienes se apropian de lo público, a la responsabilidad por la gestión dolosa o culposa de los funcionarios, a terminar con el manejo secreto de fondos y rendir cuentas en todos los ámbitos de la función estatal.
En medio de este panorama, celebramos y acompañamos la reciente movida ciudadana "Todos los candidatos contra la corrupción", iniciada en la plataforma Change.org (https://www.change.org/p/los-ciudadanos-argentinos-pedí-a-los-candidatos-que-se-comprometan-a-sancionar-medidas-anticorrupción#petition-letter), en la que se pide que todos los candidatos a las próximas elecciones presidenciales se comprometan a sancionar, en caso de resultar electos, tres importantes medidas anticorrupción en los primeros 100 días de gobierno.
Para lograr el mayor consenso posible, la iniciativa intenta no ser demasiado ambiciosa. Apunta a cuestiones indispensables para combatir y prevenir la corrupción: 1) garantizar el acceso a la información pública en todos los niveles, nacional, provincial y municipal, y en los tres poderes del Estado; 2) limitar al mínimo la asignación de fondos reservados; 3) promover la figura del arrepentido, fundamental para romper la complicidad mafiosa y penetrar los mecanismos corruptos.
El texto de la iniciativa subraya que no conlleva crítica a ningún gobierno o partido determinado. Parte de la premisa de que la corrupción es un problema colectivo que no podrá resolverse sin un amplio acuerdo y al margen de cualquier resultado electoral.
La indignación de nada sirve sin acción. Es preciso que la sociedad, sus partidos políticos y sus organizaciones sociales comiencen por consensuar algunas medidas esenciales y las establezcan como un objetivo común. Comprometernos con esta iniciativa puede marcar el inicio de un proceso en la dirección acertada, algo que nos convoque a cumplir con la ley como pauta fundante, más allá de nuestras legítimas diferencias y de nuestra necesaria diversidad.
¿Morirá también esta iniciativa sin que nadie la llore? ¿Cuántos argentinos están dispuestos a dedicar tres o cuatro minutos a sumar su firma a esta petición? Y, lo que es más importante: ¿cuántas figuras públicas se sumarán? ¿Cuántos candidatos presidenciales? Un futuro mejor está a la vuelta de la esquina: bastaría que todos los candidatos se comprometieran y que los ciudadanos, luego, exijamos que cumplan el compromiso asumido. Eso no resolverá todos nuestros problemas, pero por lo menos habremos dado un paso hacia adelante y podremos enorgullecernos de ello.