¿Todos los caminos conducen a Pekín?
Dentro de un mundo que se torna bipolar, en una América Latina desintegrada por prioridades políticas internas y externas muy diferentes, la debilitada nave argentina ingresa en aguas turbulentas
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La reciente gira presidencial ha desatado un terremoto político. Sin dudas es una de las más importantes en tiempos recientes, con definiciones de gran envergadura. Por planificación o por azar, la misma fue realizada en un delicado momento de negociaciones finales con el FMI para proveer de un mínimo de estabilidad a la economía argentina por los próximos años. Se ha cuestionado el timing del viaje (negociación con el FMI, crisis de Ucrania, boicot diplomático occidental a los Juegos Olímpicos por la situación de derechos humanos en Xingjiang) y en especial las declaraciones y los gestos presidenciales en Moscú y Pekín, dirigidos calculada o instintivamente hacia su propia coalición política doméstica, pero de inescapables consecuencias y derivaciones internacionales. El Gobierno anuncia préstamos chinos por US$23.000 millones, de los cuales una buena parte se los lleva una central nuclear, de tecnología diferente a la usada en la Argentina, que China intenta exportar por primera vez. La oposición ha exigido en el Congreso la publicidad de los instrumentos firmados, el conocimiento de los cuales posibilitará un debate más profundo.
También se acordó el apoyo al G-20 y hubo pedidos de ingreso a Brics a ambas potencias, aunque no hay consenso interno en la Argentina y el obstáculo ha sido la oposición tenaz de Brasil. La gira oscureció, incluso, otra noticia de Estado, que deberá considerarse oportunamente con toda seriedad: la invitación para ingresar a la OCDE, junto con Brasil y Perú, selecto club sobre calidad de desarrollo al que ya pertenecen en la región México, Chile, Colombia y Costa Rica.
Pero la decisión de mayor voltaje fue la adhesión a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, en inglés, IFyR en castellano). Diecinueve países de la región ya han firmado (incluso algunos con tratados de libre comercio con Estados Unidos), pero Colombia, México y Brasil no lo han hecho. Dicha iniciativa fue lanzada por Xi Jinping en septiembre de 2013. Este proyecto, que tardó en tomar forma y ha continuado evolucionando desde aquellas frases fundantes, se transformó rápidamente en el centro de la política exterior china, y será el legado personal, y la legitimación de la sabiduría y liderazgo de Xi Jinping fuera de China, como un estadista mundial. Es parte ya de la constitución de China.
China es un socio extraordinario de la Argentina. Tras la crisis de 2001, las exportaciones hacia China fueron claves en la recuperación económica del país. Aún hoy China es nuestro principal mercado, aunque tenemos déficits importantes desde hace muchos años. La centralidad de China se refleja también no solo en lo comercial sino en lo financiero. En efecto, del swap inicial, suscripto en 2009 en el contexto de la crisis desatada en Wall Street en septiembre de 2008, ampliado en varias ocasiones –incluido el anterior gobierno apenas asumir–, llegamos a la actual anormal situación en que el mismo constituye alrededor de la mitad de las reservas nominales del Banco Central. Es principalmente por estas razones que la política argentina ha mostrado un amplio consenso, con la excepción significativa de la estación del espacio profundo. La firma del IFyR, que el anterior gobierno evaluó y finalmente descartó, amenaza con quebrar ese raro consenso.
Un debate contemporáneo internacional gira en torno a la cuestión de si la actual situación internacional es una nueva Guerra Fría o si consiste en una configuración enteramente novedosa. Irrespectivamente de la posición que se tome en el análisis de semejanzas y diferencias, hay un factor que sobresale nítidamente y en el que todos están de acuerdo: el enorme poder económico chino comparado con la modesta economía de la URSS y el Pacto de Varsovia. El hecho económico chino se relaciona también con otros dos debates conexos importantes, sobre si la economía china llegará a ser –o ya es– la primera del mundo, y si Estados Unidos está o no en declinación. La respuesta a estas dos preguntas depende mucho de los indicadores que se elijan. En términos de PBI, la economía estadounidense es claramente más grande, lo mismo que si se analiza el PBI per cápita, las patentes tecnológicas aprobadas anualmente, para no hablar de su gasto en seguridad y su enorme poderío militar, todavía sin igual, aunque en determinadas áreas geográficas y tipos de armas los analistas militares norteamericanos hablan de near peer (casi par). Sin embargo, medida por purchasing power parity (PPP, paridad de poder de compra), la economía china superó ya a la de Estados Unidos en 2014, crecientemente en 5G (la controvertida Huawei) y en otras áreas de tecnología e infraestructura, como los trenes bala.
Lentamente comienza a entenderse en América Latina y el Caribe que algo ha cambiado definitivamente en la actitud de Estados Unidos hacia China y en consecuencia hacia las crecientes relaciones de China con la región. El mismo comenzó con el “pívot” de la administración Obama hacia el espacio geopolítico ahora llamado “Indo-Pacifico”. La publicación de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional en diciembre de 2017, al principio de la administración Trump, profundizó este giro, que fue seguido pronto por una intensa guerra comercial con China, que deparó pocos resultados. Varios altos funcionarios –Rex Tillerson, Mike Pompeo, John Bolton– declararon que la Doctrina Monroe estaba más viva que nunca. También ocurrieron la suspensión ad limine de la Asamblea General del BID, pautada para marzo de 2019 en Chengdu y la designación de un presidente estadounidense por primera vez en la historia de la institución, violando reglas no escritas que se habían respetado siempre en forma escrupulosa, también con la cuestión china en mente. Cuando Panamá (26/7/2017), República Dominicana (1/5/2018) y El Salvador (21/8/ 2018), en decisiones soberanas, decidieron desconocer la legitimidad de Taiwán y reconocer diplomáticamente a la República Popular China, Estados Unidos retiró inmediatamente los embajadores en esos países. A poco de asumir, en marzo de 2021, la administración Biden hizo pública una Interim Strategic Guidance (guía estratégica provisoria), documento estratégico que se adelantó a la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (NSS, cuya demorada publicación estamos esperando), en la cual continúa apuntando a China (y subsidiariamente a Rusia) como rival estratégico de Estados Unidos.
En Washington existe desde hace tiempo un consenso político estructural sobre China. La reciente propuesta bipartidista presentada en el Senado, ordenando al Departamento de Estado y de Defensa una Estrategia de Seguridad Hemisférica en 180 días, más allá de la suerte que corra, es el último capítulo de una evolución que lleva años. También la Unión Europea, tratando de contrarrestar políticas nacionales muy diferenciadas (de nuestros socios históricos, España no ha firmado IFyR, pero Italia sí, el único miembro del G-7), produjo su propio reporte estratégico sobre China y declaró, el 12 de marzo de 2019, que China “es un competidor económico estratégico que persigue el liderazgo tecnológico y un rival sistémico que promueve modelos alternativos de gobernanza”.
Al principio de la administración Trump, pareció que regresaba la política norteamericana de principios del siglo XX, de “palos” y “zanahorias”. Sin embargo, los incentivos positivos (las zanahorias) han tenido dificultad en desarrollarse con rapidez, como para empardar el acelerado crecimiento chino en la región. La administración Trump propuso tardíamente la iniciativa América Crece. La administración Biden ha propuesto internamente Build Back Better, y también, junto con el G-7 en junio 2021, la iniciativa de Build Back Better World (B3W, construyamos nuevamente mejor).
Un aspecto clave, nuevo, del Interim Report de la administración Biden, es la afirmación de que la democracia está amenazada, tanto domésticamente como internacionalmente. La reciente conferencia internacional sobre la democracia convocada por el presidente Biden (a la que la Argentina fue invitada) es hija de esa visión. Y fuimos invitados por los valores en común que tenemos con Estados Unidos, empezando por la Constitución y casi 40 años de democracia y compromiso con los derechos humanos. Pero ¿puede haber una unidad de las democracias del mundo en repliegue cuando en el mismo Estados Unidos se vivieron circunstancias antidemocráticas graves, que llegaron al paroxismo con el ataque al Congreso del 5 de enero de 2021? Menuda tarea interna tiene Estados Unidos. E, internacionalmente, el soft power de Estados Unidos ha sido dañado en forma profunda.
La ventana de oportunidad, de mayor espacio de maniobra de política exterior, y la baja de los costos del ejercicio de mayores grados de autonomía, que se abrió con el fin de la Guerra Fría, se ha cerrado para siempre, para la mayoría de los países. Un mundo tornándose bipolar, con muy probable reemergencia de esferas de influencia, en el que se traba el multilateralismo, y que crecientemente amenaza con funcionar como un juego de suma cero. En una América Latina muy desintegrada por prioridades políticas internas y externas muy diferentes, la debilitada nave argentina ingresa en aguas turbulentas.
Doctor en Relaciones Internacionales, Georgetown University