Todo queda en familia
El 7 de este mes se cumplió un siglo y medio del nacimiento de Marie Curie, la primera mujer en ocupar un puesto en la Sorbona y en ganar un Premio Nobel, y la primera persona en ganar dos de estas distinciones en distintas disciplinas.
Su vida fue singular por donde se la mire. Encontró en Pierre un esposo y compañero extraordinario, que compartió con ella su primer Nobel. A juzgar por los resultados, también hizo un gran trabajo como madre: Irene, su hija mayor, ganó otro Nobel, y Eva fue escritora y concertista de piano. Marie hasta se animó a desafiar la pacatería de su época y vivir un amour fou con el matemático francés Paul Langevin, casado y padre de cuatro hijos.
En 1911, cinco años después de la muerte de Pierre, al enterarse por un puñado de cartas flamígeras de que Marie y Paul se reunían diariamente en un departamento parisino, la esposa de Langevin llegó a amenazarla de muerte.
La historia desató la ira de la prensa y la sociedad locales: la acusaron de rompehogares y reclamaron su expulsión del país, cuenta Françoise Giraud en Curie, una mujer honorable (Argos Vergara, 1982)
Ocurre que en todas las familias se cuecen habas y los linajes científicos no son la excepción. Es lo que ocurrió con los Bernouilli, célebres físicos y matemáticos suizos que reinaron en los círculos académicos de Basilea. Durante 105 años, la titularidad de la cátedra de matemática de esa ciudad fue ostentada por alguien con ese apellido y hasta mediados del siglo XX siempre hubo un Bernouilli ocupando una cátedra.
El iniciador de la estirpe fue Jakob, también maestro del padre de Euler (que sería un superlativo matemático, físico, astrónomo, arquitecto y músico) y del mismo árbol genealógico nacieron unos diez matemáticos brillantes.
Pero parece que en el seno de este nido de águilas intelectuales no faltaban las rencillas. Muchas, por disputas científicas. A Johann, su hermano, se lo acusó de ser competitivo y fanfarrón, de trenzarse en peleas familiares y de atribuirse hallazgos de otros. Este llegó al extremo de echar de su casa a su propio hijo, Daniel, por haberle "birlado" un premio por el que Johann también competía. Las diferencias entre hermanos llegaron a tal punto que Jakob hizo un testamento donde prohibía expresamente que se le mostraran a Johann sus papeles de trabajo.
Einstein, por su parte, tampoco fue un marido ni un padre ejemplar. En la biografía que le dedica Walter Isaacson (Penguin Random House Mondadori, 2014), este destaca que jamás llegó a conocer a su primera hija, Lieserl, nacida antes de que él y Mileva se casaran. Nunca habló de ella públicamente ni reconoció su existencia, ni se conserva ninguna alusión a ella en toda su correspondencia, con la excepción de unas cuantas cartas que permanecerían ocultas hasta 1986, cuando fueron descubiertas en sus archivos. Además, no fue particularmente afectuoso con sus hijos varones. Cuando el mayor, Hans Albert, a los quince años le anunció que había decidido ser ingeniero, aquel le contestó: "Me parece una idea repugnante".
Luego de ese intercambio se distanciaron hasta que, en el mismo instituto en el que habían estudiado su padre y su madre, Hans Albert se graduó de ingeniero como el primero de su clase. A su otro hijo, Eduard, afectado de esquizofrenia y tratado con electrochoques, no volvería a verlo después de que quedó internado en una institución psiquiátrica.
En fin, se acercan las Fiestas y dentro de algunas semanas volveremos a reunirnos a la luz de los fuegos artificiales que revive cada año el fin del calendario. Probablemente todo transcurra a las mil maravillas. Pero puede suceder que, por los caprichos de las tramas afectivas, se deslicen, entre las fisuras que deja la alegría de cotillón, un par de nimiedades emocionales del pasado aún sin resolver. No importa. Recordemos siempre que ocurre hasta en las mejores familias.