"Todo en el Estado, todo por el Estado, nada sin el Estado"
A partir del golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930, cuando la Argentina perdió la virginidad institucional que había conservado desde la Constitución de 1853, todos los gobiernos que la condujeron, ya fueran civiles o militares, conservadores, radicales o peronistas, siguieron los mismos ciclos en su vano empeño por restablecer la estabilidad política que el país había perdido. Más allá de sus variaciones, todos estos ciclos atravesaron tres fases: la primera, la euforia proveniente del triunfo, que llevó a los gobernantes a pretender un poder excluyente a costa de una alicaída oposición; la segunda, el desgaste del gobierno a resultas del consiguiente aislamiento, que fue creciendo a medida que la oposición vencida recobraba el aliento; la tercera, el fracaso que daba lugar a la irrupción de un nuevo vencedor y de una nueva euforia, y así sucesivamente?
La pregunta que tendríamos que hacernos ahora, cuando Cristina Kirchner ha entrado en su propia fase de "euforia", es si repetirá los ciclos de sus antecesores o si, iluminada por una experiencia que ya lleva 80 años de soberbia y frustraciones, tendrá la sabiduría de reinstalar entre los argentinos la bendición de la estabilidad institucional.
La raíz de nuestros reiterados ciclos de soberbia y frustración reside en un vicio que los griegos llamaron hybris . Podríamos traducir hybris por "desmesura", esto es, por la pretensión de aquellos que se sienten poderosos de superar la condición humana. La hybris sobreviene cada vez que algún protagonista, pese a ser mortal, aspira a ser inmortal. Paradójicamente, sólo han conseguido la inmortalidad aquellos sistemas cuyos fundadores asumieron su propia mortalidad, reemplazando la hybris de la inmortalidad que pretenden los embriagados del poder por una larga sucesión de gobiernos "cortos" a los que sucederían otros gobiernos tan "cortos" como ellos en busca de un equilibrio capaz de prolongar la vigencia de la república a través del tiempo. Fundada en la Gloriosa Revolución de 1688, la monarquía parlamentaria inglesa ya lleva 323 años de vida. Fundada con la Declaración de la Independencia de 1776, la república norteamericana ha cumplido 235 años. Contra estos ejemplos señeros de duración, ¿cuántos años de vida pueden pretender los regímenes personalistas? Hugo Chávez lleva 12 años en el poder. En términos de una vida humana, es mucho. En términos de la historia, es casi nada. El dilema de Cristina en ésta su fase inicial de euforia es estirar al máximo un ciclo humanamente largo, pero históricamente corto, aunque sea a través de sus familiares, o reiniciar un ciclo humanamente corto, pero históricamente largo en adhesión al sistema republicano, como lo hicieron nuestros padres fundadores a partir de 1853.
Mussolini
La larga duración de la república fundada en 1853 se basó en que ninguno de sus presidentes pretendió rebasar los seis años consecutivos de mandato que les imponía la Constitución. Desde Urquiza, nuestros grandes presidentes, por ser "cortos", anudaron una "larga" estabilidad institucional. En 1949, sin embargo, el "primer Perón" reformó la Constitución para imponer su reelección indefinida. Aquí estamos hablando del "primer Perón" porque hubo dos en una misma persona, el primero habitado por la hybris de la euforia y el último iluminado por la experiencia que lo llevó a abrazarse con Balbín en 1973. Pero el "primer Perón" no sólo quiso prolongar su poder sin término, sino que aspiró además a controlar los medios de comunicación al cerrar en 1951 el principal diario de la época, La Prensa, y al estrangular desde el Estado la provisión de papel, dándoles un mínimo de papel a los medios independientes y muchísimo papel a los diarios oficialistas, aparte de intervenir todas las radios que por entonces compartían con la prensa gráfica la difusión de las ideas porque recién empezaba la televisión.
El propio Perón, ya en camino a la sabiduría de la experiencia, reconoció que "cuando teníamos todos los diarios en contra, ganamos, y cuando teníamos casi todos a favor, perdimos". Esta comprobación, aunque bienvenida, no anulaba el hecho de que la iniciativa anterior del caudillo para controlar los medios de comunicación hiciera pasar a su régimen de la condición de autoritario a la condición de totalitario . En tanto que un régimen es "autoritario" debido a su excesiva concentración del poder, es "totalitario" si, además de concentrar el poder, quiere que éste sea total por penetrar en la conciencia de los ciudadanos. Más allá del gobernante "autoritario", que quiere acumular poder, el gobernante "totalitario" pretende que sus gobernados "piensen" como él. El totalitarismo aspira a encerrar las conciencias en el corral del Estado. Mussolini, el creador del fascismo, definió certeramente al totalitarismo cuando sostuvo que, en él, "todo es para el Estado, todo está en el Estado y nada fuera de él o contra él".
Al pretender ahora, con la nueva ley que envió al Congreso, que la provisión del papel pase al control del Estado, ¿no podría estar franqueando Cristina el paso del "autoritarismo" al "totalitarismo"? Esta es la inquietante pregunta que hoy se plantea en la fase de la "euforia", que tienta a Cristina desde el día de su contundente victoria electoral.
Señales
Quienes temen que, impulsada por una euforia triunfalista, Cristina aspire ahora a un poder sobre la conciencia de los ciudadanos utilizan como un argumento nada deleznable que la intromisión del Gobierno en la distribución del papel de diario podría formar parte de un concepto más amplio, el de la batalla cultural que el oficialismo ha emprendido contra aquellos que no piensen como él. ¿Qué es la "batalla cultural" sino el intento de doblegar a los que no se resignan al predominio de un "pensamiento único"? ¿Y a qué se parece el proyecto de manejar desde el Estado la provisión de papel de diarios sino a un nuevo episodio de la "batalla cultural"?
Dentro del "cristinismo" hay "maximalistas" y "minimalistas" de la batalla cultural. Habrá, a partir de ahora, una pugna interna entre los maximalistas y los minimalistas del cristinismo. En el seno del Gobierno conviven a duras penas, como se sabe, los Mariotto maximalistas y los Scioli minimalistas. Unos y otros están aprendiendo ahora una vieja lección: que, cuando la oposición se diluye, brotan casi simultáneamente las tensiones "dentro" del grupo vencedor. ¿Cómo no ubicar dentro de esta ley de la vida política el explosivo discurso que acaba de pronunciar Hugo Moyano en el estadio de Huracán? Si el cristinismo se reduce al núcleo duro de La Cámpora que rodea a Cristina, el desgaste que siempre sigue a la euforia podría empezar a manifestarse con el súbito refuerzo que ha recibido Moyano de antiguos adversarios como Luis Barrionuevo, nada más que porque, al diferenciarse del "pensamiento único" que pretende La Cámpora, Moyano podría convertirse en un referente inesperado de los que hasta ayer lo censuraban.
Uno de los grandes tratadistas de la ciencia política del siglo pasado, Georg Jellinek, sostuvo que la clave para ejercer sabiamente el poder del Estado es practicar la virtud de la autolimitación. Según su consejo, el Estado, aun cuando es poderoso, debe saber autolimitarse para evitar las consecuencias de la hybris . Si un Estado poderoso no asume sus propios límites, inicia el curso del desgaste. Nuestro deseo es que Cristina sepa autolimitarse antes de que se acentúe el desgaste que acaba de anunciarse a través de Moyano.