¿Todavía existen los dandis? Manuel Belgrano, el precursor
El dandismo fue un estilo de vida –y de relación con la vestimenta– al que adhirió el creador de la Bandera, y cuyo influjo sigue presente
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En un contexto atiborrado de prendas globalizadas, incluso en algunos casos de poca calidad y dudosa procedencia, vale la pena, más que nunca, insistir en el arte del vestir, la nobleza de los materiales y el modo artesanal de confeccionar la ropa. Nada más oportuno que hacerlo en el marco del Día de la Bandera, dado que el valor histórico de Manuel Belgrano no puede circunscribirse solamente a sus acciones ni tampoco a sus ideas. Hay que decirlo: el prócer de la patria también se distinguió por su apariencia, sobre todo por sus modales y su vestimenta.
En ese sentido es Daniel Balmaceda quien lo subraya en Qué tenían puesto. La moda en la historia argentina, el texto donde aborda cómo fue usado y qué expresó el indumento de los personajes que trascendieron social y políticamente. Y el caso de Belgrano, además, resulta paradigmático, porque sus atavíos coincidieron con la caracterización que tuvieron los denominados dandis (del anglosajón dandy) de la época.
El dandismo –que se remonta a finales del siglo XVIII, con su apogeo en el XIX– desde el vamos tuvo que ver con el buen atuendo y el especial esmero que los hombres dedicaban a su presencia estética. Su máximo exponente fue George Brummell, joven británico, compinche del príncipe de Gales, que legitimó la sintaxis vestimentaria del dandi, con énfasis en la chaqueta oscura abreviada en el frente, a la altura de la cintura, los pantalones angostos y la corbata o pañuelo anudado.
Brummell no solo fue el más refinado de todos, sino el encargado de establecer el dress code de ese tiempo. Y lo cierto es que fue tal el impacto que tuvo que, con el paso de los años, su modo trascendió el mero hecho del vestir y el dandismo devino en una forma de estar en el mundo. Basta considerar que logró llamar la atención de figuras centrales de la cultura –Charles Baudelaire y Oscar Wilde, entre otros–siendo revisitada y reversionada hasta el presente.
Los nuestros
Ahora bien, respecto de la figura de Belgrano y según admite Balmaceda, hubo un hecho clave a partir del cual el prócer adoptó los rasgos típicos de esa configuración, aunque interpelado por la escena local. El cambio surgió cuando viajó acompañado de Bernardino Rivadavia en una misión diplomática al Viejo Continente. Allí, específicamente en Inglaterra, concretó su primer encuentro con ese estilo de vida. ¿Qué características tuvo su vestuario desde ese momento? Usó “calzones”, pantalones de lino en colores claros, bien ajustados, para que fuera posible ponerlos dentro de la bota; camisa blanca de cuello alto; cravat de gasa o seda en el mismo tono, y levita de paño azul. Pero eso no fue todo, porque para ser un dandi que se preciara de tal, también e ineludiblemente debió tener otros recaudos en torno a la belleza: Belgrano se mostraba muy bien afeitado y solía llevar el peinado a la titus, con rizos y patillas largas, aunque las de él nunca fueron demasiado tupidas, aclara Balmaceda.
Y por esas características –que el historiador advierte al contemplar el retrato expuesto en el Museo Municipal Dámaso Arce de Olavarría, en la provincia de Buenos Aires– además recibió comentarios de sus propios contemporáneos: el comerciante tucumano José Celedonio Balbín lo observó como un “hombre de talento cultivado, de maneras finas y elegantes”, y el general José María Paz reconoció que al retornar a estos lares sus modos eran algo aristocráticos y “vestía como un elegante de París o de Londres”.
También sobre la vestimenta de Belgrano, aunque yendo todavía más atrás en el tiempo, se expresa Rosana Leonardi. La titular de Historia del Diseño de Indumentaria y Textil en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (UBA) menciona que ya en los textos de viajeros como el de Alexander Gillespie se solía afirmar que desde las invasiones inglesas fueron los varones más jóvenes quienes adoptaron con beneplácito el traje inglés. “Nuestro patriota en cuestión fue uno de ellos”, señala. “Don Manuel vivió entre 1770 y 1820, momentos en los cuales la categoría de dandy refería a un hombre muy bien vestido (con las tipologías de moda), a un burgués seguro de sí mismo”, ahonda. En esa línea, Leonardi considera que Belgrano fue un moderno, con ideas revolucionarias como, por ejemplo, sus largos pasajes sobre la necesidad de la educación de las mujeres.
Y si la autora de Porteñas ideales. Indumentaria y Belleza (Buenos Aires, 1800-1830) propone una mirada extendida en la historia, reconoce que fue al periodista, escritor, militar y político Lucio. V. Mansilla a quien mejor le cuadró la denominación acuñada por Jules Barbey D’Aurevilly en el célebre Du dandysme et de George Brummell. Es que, de acuerdo con esa concepción, el dandi además fue un sujeto exótico que no siempre utilizó la “última moda”, sino que impuso una manera de vestir y de comportarse. “El uso del negro y el terciopelo, fueron, sobre todo en Europa, los emblemas de los dandis –reflexiona–, actitud que también se puede asociar al romanticismo tardío de la década del 40″.
Además, Mansilla inspiró El dandy argentino, novela de Daniel Sorín que reconstruye el regreso de Lucio V. a esta tierra después del derrotero que lo llevó a visitar Constantinopla, Delhi y Edimburgo entre otras ciudades del mundo. Mansilla desembarcó con inédito aire chic: levita larga y abotonada, pantalón estrecho y sombrero alto de copa puntiaguda. “Las miradas confusas de los que esperaban en el muelle vieron bajar por primera vez a un dandy en estas playas”, identifica Sorín.
A través del tiempo
Al haber tomado tanta relevancia, no existen dudas que, hoy en día, la noción de dandi es sinónimo de elegancia. De hecho, es muy frecuente escuchar que por su modo de andar, su ropa o sus maneras, una persona es o al menos pretende ser uno de ellos. A su vez, tal y como los dandis del siglo XIX viajaron simbólicamente con su impronta hasta el presente, el término que los define también se trasladó a través del tiempo. A eso hace referencia Giuseppe Scaraffia en su Diccionario del dandi, libro donde además de hacer un racconto del origen, desglosa las modificaciones que acontecieron desde los comienzos –con Brummell a la cabeza– para luego aggiornarse en el XX.
“Artificiosidad”, “belleza”, “coleccionismo”, “misterio”: esas, entre otras palabras, son las que emplea Scaraffia en su glosario de estilo para contar detalladamente de qué se trata y cómo se conforma el arquetipo del dandi. Las mismas que aún persisten en la caracterización de los que se atreven y tienen intenciones miméticas con esos personajes que atravesaron la historia.
Ese es el caso del bonaerense Santiago Pellegrini, quien se autodenomina “dandy millennial” en las redes sociales y procura imitar los usos y costumbres de aquellos que se salieron de la corriente y no se ajustaron ni mucho menos consumieron las tendencias fashion que imperaron en su tiempo. “Desde chico me llamó la atención la vestimenta y la música de aquellas épocas”, confiesa. “Me sentí súper identificado y a gusto al ver esas imágenes”, añade el joven de 29 años, que ya lleva una década haciendo culto al outfit que ostenta a diario por las calles de Vicente López.
Es frecuente verlo a Pellegrini arriba del colectivo, en bicicleta o generando la atención de los transeúntes que le piden fotos y consejos de vestuario. “A los 18 hice el gran cambio y decidí abandonar toda la ropa contemporánea y volcarme de lleno a una moda vintage de principios de siglo”, explica sobre su decisión estética. “Al inicio no fue nada fácil y aún me cuesta conseguirla, pero con las donaciones de vecinos y gente que me va conociendo voy ampliando mi guardarropa”, comenta. ¿Qué le resultó atractivo? “El porte y la elegancia que otorgan las prendas y accesorios de antaño; la calidad era otra, se hacían las cosas para que duraran toda la vida, no como ahora que es todo descartable”, explica. “Tengo algunas de más de 100 años y siguen como el primer día, y así seguirán por 100 años más”, concluye.