Tiempo de tomar una decisión
Hubo un mundo previo a la Asignación Universal por Hijo (AUH). Planes sociales solapados, múltiples bases de datos de los beneficiarios y nula transparencia en su asignación. Tras meses de debate en el Congreso, finalmente fue aprobada por decreto en septiembre de 2009 y puesta en marcha dos meses después en casi todas las provincias. La AUH ordenó los tres programas principales que eran otorgados por los ministerios de Trabajo y Desarrollo Social, con bajos niveles de coordinación.
Este mes, la AUH cumple 12 años y los niños que nacieron aquella primavera pasaron toda su vida bajo su “protección”. Sin embargo, la pobreza infantil continúa en niveles inaceptables: más de la mitad de los menores de 14 años son pobres (Indec). Si nos adentramos en el conurbano bonaerense, el número es arrollador: 7 de cada 10 chicos son pobres.
Estudios internacionales muestran que las transferencias de dinero no mejoran la alimentación de los niños. Los datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina muestran que entre 2007 y 2011 (a fin de 2009 se implementa la AUH), la pobreza infantil cayó del 42,6% al 33,1%, pero la inseguridad alimentaria no cambió (en 2007 fue 18,7% y en 2011 fue 18,6%).
Hoy, casi la mitad de los chicos reciben ayuda alimentaria en la Argentina –el doble que en 2011–. Aun así, la inseguridad alimentaria aumentó notable y preocupantemente al 34,3%. Un fenómeno similar fue abordado por los economistas Abhijit Banjeree y Esther Duflo en su libro Poor Economics. Los ganadores del Premio Nobel plantean que las personas tienen comportamientos complejos y que una mejora en sus ingresos no redunda en una mejor alimentación. La falta de información que tienen sobre los beneficios económicos de una mejor nutrición para su futuro es uno de los factores clave de por qué las transferencias de ingresos no alcanzan para ganarle a la pobreza.
Comportamientos similares no son exclusivos de los sectores pobres. En un experimento social que realizamos exclusivamente para este artículo, evaluamos las respuestas de 200 personas que se definieron como clase media. El objetivo fue mostrar qué nivel de contención significó la AUH durante la crisis económica del Covid. A pesar de que el 54,7% de las personas con hijos menores de edad tuvieron pérdidas de ingresos durante 2020 (de los cuales la mitad las consideró importantes), no hubo un solo caso en la muestra de alguien que haya recurrido a solicitar la asistencia de la AUH. Al preguntarles por qué no lo hicieron, algunas respuestas fueron: “Prefiero trabajar más”, “por orgullo”, “perdí el empleo, cerré mi empresa, perdí todo, pero no solicité ninguna ayuda. Lo resolví como pude”.
Lo que demuestra es que la AUH no funciona como colchón para la clase media. ¿Por qué? Porque no es automática, requiere un trámite en Anses. La consecuencia atroz se vio en la cuarentena, cuando 500.000 niños se quedaron sin ningún tipo de ingreso del Estado porque sus padres habían perdido su puesto de trabajo.
Tras 12 años de AUH, la pobreza infantil está lejos de erradicarse. Es tiempo de elegir un camino: unificar las transferencias para todos los chicos en un único programa realmente universal que apunte los esfuerzos del Estado a mejorar la nutrición y la calidad educativa. Podemos repetir las mismas cifras inaceptables por los siglos de los siglos, o tomar nota de nuestros éxitos y fracasos para lograr un cambio concreto.
Economista y Magíster en Finanzas de la UBA y becario de la Universidad de Sussex