Tiempo de responsabilidad
No fue una PASO. Ni siquiera una primera vuelta. El experimento electoral, que se presuponía preliminar, ha resultado en una elección definitiva. Tanto que las próximas elecciones se presentan para el Frente de Todos, más que como un simple trámite, como la oportunidad para dar una vuelta triunfal completa a la cancha política.
La diferencia de votos es enorme. No fue prevista ni siquiera por los operadores más caricaturescos de la oposición. Si hubo voto vergüenza, fue al revés. Y quizás ha sido más bien voto venganza, silencioso y letal. No se votó solo por la vuelta de un pasado comparativamente mejor. Se votó contra un presente tremendo. El voto peronista se reeditó y sumó a los votantes de clase media que la situación económica dejó desamparados. Una crisis devastadora que afortunadamente no se convirtió en estallido -y roguemos para que siga encausada-, enmarcada en un contexto internacional de vacas flacas. El factor externo ha sido siempre decisivo para la Argentina, y lo fue también en el hecho de que el Frente para la Victoria perdiera las elecciones en 2009 y 2015.
En su recrudecimiento no le fueron a la saga los errores garrafales cometidos por la anterior administración y por este gobierno, aunque uno por persistir en la dirección equivocada y este por no darse cuenta de que emprender el camino correcto no lo era todo.
El presidente Mauricio Macri y su núcleo más íntimo de colaboradores creyeron que eran los protagonistas de una etapa superior histórica que venía a jubilar al pasado. Y resulta que, por obra y gracia de la democracia, ellos son hoy el pasado. Un simple episodio más en la convulsionada historia argentina. El big data y la parafernalia del marketing político no pudieron contra la mufa social. Tanta sofisticación no era necesaria. Con solo abrir la ventana de la Casa Rosada los funcionarios hubieran podido escuchar los lamentos de una población castigada por la malaria económica.
El Gobierno equivocó el diagnóstico cuando asumió. Subestimó la situación y sobrestimó sus capacidades. Se cerró soberbio sobre su nucleolo de dirección, casi tanto como su predecesor. Error que repitió en las elecciones en las que jugaba su reelección. Por cierto, no tuvo las interminables cadenas nacionales, los cánticos adolescentes de La Cámpora ni la estética prepotente del kirchnerismo. Tampoco cayó preso del realismo mágico populista y tuvo el apoyo de una coalición sacrificada que lo apoyó siempre aunque no estuviera convencida de la metodología CEO y le marcara sus errores.
El camino era el correcto (quizá no había otro). Pero Macri no quiso, no pudo y no supo cómo revertir la situación social tremenda de vastos sectores de la población.
Una sola cosa queda por verse: el peronismo se hizo del gobierno siempre tras el infierno de un estallido al que contribuyó echándole nafta, en 1989 y en 2001. El país "se abarató" tras las crisis, las demandas sociales cayeron, pero la pobreza estructural aumentó irrefrenablemente. La responsabilidad tanto de los que salen como de los que vienen será evitar un nuevo cataclismo colaborando íntimamente en la transición que acaba de empezar. De repetirse esa situación fatal, la Argentina ya no quedará desfigurada, sino que será algo muy diferente de lo que fue. Un país en donde el progreso era un futuro posible para cada uno de los habitantes de buena voluntad que quisieran vivir en su tierra.