Tiempo de linchamientos
No se requieren pruebas, identidades confirmadas, acusación ni defensa
Definición del linchamiento, también conocido como Ley de Lynch: ante la comisión de un delito, un grupo de ciudadanos atrapa al delincuente, le impone la pena de muerte y la ejecuta en el lugar, sin juicio formal, por cualquier medio a su alcance: golpes, patadas, garrotazos o la horca en la rama de un árbol. Se le dio su nombre en recuerdo del juez de Virginia, Charles Lynch (1746-1796), que aparentemente impulsó o convalidó este recurso. En su tiempo se lo consideró un procedimiento eficaz para defender a la sociedad de quienes atentaban contra la seguridad y el progreso de sus semejantes. Otros lo han considerado siempre un retroceso hacia la barbarie, que entrega la vida humana a una turba vengativa y desbordada.
El linchamiento ha existido siempre y no es más que una variante del asesinato. Por ejemplo, el jefe y maestro del joven oficial José de San Martín, el General Solano, fue linchado en Cádiz por una turba que lo consideraba complaciente ante los franceses de la invasión napoleónica, en 1809. San Martín conservó para toda la vida un profundo rechazo por las muchedumbres descontroladas. También fue linchado el comerciante español Martín de Alzaga, héroe de la reconquista junto a Liniers en 1806, que luego cayó en desgracia ante el sector jacobino de la Revolución de Mayo, encabezado por Mariano Moreno.
Estos episodios suelen presentarse durante las convulsiones sociales, cuando la ira popular estalla de modo desordenado e impreciso
Toda vez que se aplica la pena de muerte sin juicio previo, ni siquiera sumarísimo, y que los juzgadores se convierten al mismo tiempo en ejecutores, se verifica un linchamiento. No se requieren pruebas, identidades confirmadas, acusación y defensa, ni los demás procedimientos de un tribunal. Estos episodios suelen presentarse durante las convulsiones sociales, cuando la ira popular estalla de modo desordenado e impreciso y se abalanza contra minorías especiales, supuestas "enemigas del pueblo". Pueden ser los agiotistas, los especuladores, los prestamistas, los usureros, los violadores, los asaltantes, los carteristas. Existe siempre un grupo inicial, iracundo, que cree detectar a un enemigo, y lo rodea con furia. Luego se acercan otros que no saben de qué se trata, pero se adhieren a la ejecución. Así se ha ahorcado a negros que, supuestamente, habían "ofendido" a una chica blanca en el Sur de USA, así se ha maltratado o asesinado a ciudadanos judíos en la Alemania, así quemaron vivas a las brujas en al País Vasco o en las tribus ranqueles, y en otras circunstancias. El linchamiento tiene su historia.
A veces, la turba sólo pretende dar una paliza al ladrón o molestador de señoritas y el encono se convierte en sadismo: se comete entonces el peor de los asesinatos, amparado por la ventaja numérica. Es cierto que la gente sólo pretendía escarmentar al ladrón, "para que aprenda", pero toda turbamulta tiene su dinámica propia y a veces desborda la voluntad original de los integrantes.
Algunos esperan que estos escarmientos produzcan miedo en los ladrones. Quieren que el delincuente experimente el mismo pavor que hoy sufre cualquier ciudadano al salir de su casa, convencido de que en la calle le ocurrirá un robo, un asalto o algo peor. Existe la creencia de que golpeándolos, se logrará frenar el desarrollo de distintos delitos. Aunque puede ocurrir que, al sentirse amenazados, los delincuentes opten por armarse hasta los dientes y proceder con más saña.
Los Lynch
En cuanto a los Lynch, son una antigua y vastísima familia irlandesa. Este año, los Lynch de todo el mundo se reúnen en el Lynch Castle de Galway. Entre los Lynch argentinos, que son muchísimos, cabe mencionar al escritor Benito Lynch (1885-1951), que publicó Los Caranchos de la Florida, El Inglés de los güesos, Raquela y otros textos. También a Francisco Lynch, militar argentino nacido en 1795, de larga y valiente carrera. El pintor Justo Lynch (1870-1953) y el también pintor y escritor Ventura Lynch. Existe una población llamada Lynch en el partido de San Martín, provincia de Buenos Aires.
Los Lynch argentinos se remontan a los orígenes de la inmigración irlandesa. Se asegura que los primeros habitantes de este origen vinieron a nuestro país con las invasiones inglesas (1806-1807) ya que eran súbditos británicos de origen humilde y de confesión católica, por lo cual se los enrolaba –digamos- a patadas. Una vez que llegaron aquí, desertaron de las filas de William Beresford y se acriollaron sin vueltas. Entre los más célebres está el original personaje que fue Pedro Campbell: había olvidado su lengua madre y se expresaba como cualquier gaucho. Fue caudillo federal y –dicen- capitán de malones indios. Ya en el siglo XIX, numerosos irlandeses se afincaron en el campo argentino. Otro conocido miembro del linaje Lynch es Ernesto "Che" Guevara, cuyo padre llevaba los apellidos Guevara Lynch y poseía una gran casa quinta en San Isidro.
Volviendo al comienzo: sin duda, todo linchamiento es un retroceso de la civilización, lo mismo que el escrache (linchamiento atenuado) y otros fenómenos menos feroces, pero bien conocidos por la gente de nuestro tiempo.
En cuanto a la solución de este grave problema, las noticias nos ofrecen algunas pistas. Según una encuesta de Ipsos Mora y Araujo, el 63 por ciento de los opinantes justifica los linchamientos y un 50 por ciento aprueba directamente que los ciudadanos ataquen a los ladrones. En este perfil se destacan los jóvenes y los pobres: no es raro. Los jóvenes tienen una marcada inclinación por la nocturnidad, sea a través de las discotecas, sea por los festivales de rock, y basta un interrogatorio a los jóvenes de nuestra propia familia para saber que todos han sido asaltados por un celular, un par de zapatillas, una campera o un billete de 50 pesos. Por eso resulta muy común la frase: "Ya no se puede salir". En cuanto a los pobres, es lógico que se muestren decididos a castigar personalmente al ladrón, ya que las barriadas humildes suelen ser aguantaderos de delincuentes. Las primeras víctimas son los vecinos directos de estos criminales, que se instalan en las villas, muy convenientes por su estructura ilegal y la ausencia de control policial.
El caso Giuliani
En este tiempo se habla del ex alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani. Es célebre por su notable manejo de la criminalidad. En 1994, al iniciar su gestión, había en la ciudad 2000 asesinatos anuales. Cuando terminó, en 2001, habían bajado a 950. En esta ciudad admirable pero, en aquella época, terrorífica, la fórmula del éxito fue llamada tolerancia cero, que algunos confunden con "mano dura". No tiene nada que ver. Se trata de una propuesta de la psicología social. Las personas, los autos, los edificios, los trenes, las paredes, las casas, son respetados por el vándalo desconocido cuando están cuidados. El césped cortado, los vidrios intactos, los autos lavados, la gente vestida con decoro, los policías mirando atentamente la calle, todo suma. No se tolera que un zanguango rompa un vidrio: la autoridad debe arrestarlo y multarlo como contraventor. De lo contrario, pronto ese individuo cometerá males mayores. El propio Giuliani se atreve a sugerir a la Argentina que eleve las penas en un (eventual) nuevo Código Penal. Usando la jerga del beisbol, dice: "Tres strikes y estás out". O sea, tres delitos y te toca prisión perpetua. No 25 años. Perpetua.
Mientras cerramos este artículo, leemos que el gobierno de Dilma Rouseff acaba de "pacificar" militarmente la última favela descontrolada de Río de Janeiro, la Maré. Quieren, con el Mundial, tener una fiesta en paz y en orden.