Thoreau, el filósofo del inconformismo
Inspirador. De derecha a izquierda, distintas propuestas políticas recuperan hoy las ideas del pensador de la "desobediencia civil"
"No es mi presidente." Cuando en noviembre del año pasado muchos de los opositores a Donald Trump empezaron a hacer circular esa consigna a través de las redes sociales y de las calles de Estados Unidos, sabían que estaban evocando a Henry Thoreau (1817-1862). También lo saben los libertarios de derecha promercado, que ven en las líneas escritas por el pensador norteamericano una legitimación de sus argumentos contra el cobro de impuestos por parte del Estado benefactor.
Tampoco pueden evitar citar a Thoreau los promotores de estrategias pedagógicas centradas en una relación estrecha de los niños con la naturaleza al estilo de las forest schools desbordantes de hipsters. Ni quienes estimulan el protagonismo de la filosofía en la esfera pública, refractario a la lógica endogámica de la academia norteamericana. Allí están también el anarquismo feminista inspirado en Emma Goldman y el movimiento por los derechos civiles encabezado por Martin Luther King. Además, por supuesto, de la militancia ecologista.
A doscientos años de su nacimiento resulta inevitable preguntarse: ¿qué es lo que hace que tradiciones tan distintas busquen legitimarse en un pensador como Thoreau? ¿Su idea de "desobediencia civil" como resistencia a la ley cuando ésta resulta inmoral puede aplicarse a acciones políticas tan diversas?
Concord, Massachusetts. Es en ese pueblo emblemático cercano a Boston donde nace y despliega gran parte de sus ideas Thoreau. Es allí también donde escribieron sus contemporáneos Ralph Waldo Emerson, Louisa May Alcott y Nathaniel Hawthorne, y donde en 1775 estalló la primera batalla de la Revolución Americana. El autor de Walden (1854), Sobre la desobediencia civil (1849) y Una vida sin principios (1863) -recientemente editado en la Argentina por Godot- cursó estudios formales en la Universidad de Harvard, pero también se nutrió de lecturas y experiencias tan diversas como John Stuart Mill, Charles Darwin, la práctica de yoga, Thomas Carlyle, la jardinería o Alexander von Humboldt.
Decir que Thoreau encarna -como Emerson, Amos Bronson Alcott y Margaret Fuller- los principios del trascendentalismo norteamericano implica evocar la diversidad de tradiciones que se enlazan allí -romanticismo, escepticismo, idealismo alemán e hinduismo- para fundar tanto su creencia en la bondad inherente de las personas y de la naturaleza como la valorización de la intuición subjetiva sobre lo empírico y de la experiencia espiritual sobre el intelectualismo. Individualistas y a la vez humanistas, los trascendentalistas hicieron del ensayo un arma intelectual poderosa. En el caso de Thoreau se trató de un instrumento destinado a objetar la esclavitud, la guerra entre Estados Unidos y México y el consumismo, y a promover el ascetismo, formas alternativas de educación y la desobediencia al orden estatal cuando resulta injusto.
Poética y mística
No es casual entonces que haya sido un filósofo ecléctico como Stanley Cavell - que se atrevió a volver su mirada sobre cuestiones como el cine de Hollywood- el responsable de haber rescatado los aspectos filosóficos de la obra de Thoreau sin necesidad de diluir su dimensión poética y mística. Los sentidos de Walden (1972) construyó un argumento ineludible a la hora de sacar a la luz el modo en que el autor de Una vida sin principios despliega de manera fatalmente original su discusión sobre la libertad. Paul Standish -discípulo de Cavell y profesor de Filosofía de la Educación en University College London- asegura: "Thoreau fue efectivamente un profeta, un poeta, un educador, un literato, pero es clave insistir en la dimensión filosófica de su pensamiento. Y esto tiene que ver con su modo de entender la educación. Lo que él tenía en mente es que la educación no debía socializarnos meramente, sino perturbarnos para así poder pensar algo nuevo. Y éste es un proceso de toda la vida. Debemos dejarnos perturbar para salir de nuestro conformismo complaciente, estimulándonos a desafiar nuestra sociedad, porque eso es exactamente lo que una buena sociedad necesita".
Es probablemente debido a esta misma perturbación que el cineasta argentino Benjamín Naishtat -director de Historia del miedo y de El movimiento- se interesó por el pensamiento de Thoreau a tal punto que dedicó la escritura de una tesis a su relación con el cine de John Cassavetes. "Thoreau -señala- traza una crítica feroz al estilo de vida urbano y a la modernidad en general, y lo hace con mucha gracia, alternando consideraciones metafísicas con ocurrencias poéticas que rozan la pureza de los haiku. Con el tiempo terminé conjugando la admiración por el Walden y por la libertad poética de Thoreau con mi fanatismo por John Cassavetes. Como en los trascendentalistas, la experiencia funciona allí casi como una refutación de la tradición. Su cine se construye desde la experiencia y no desde la representación simbólica: a menudo las escenas funcionan por acumulación de estados físicos y poco importa lo que se dice, incluso si se habla mucho. Como Thoreau, Cassavetes era ante todo un autodidacta, un humanista y un inconformista rabioso."
"Tranquila desesperación"
Mientras Sobre la desobediencia civil despliega un argumento acerca de la legitimidad de no pagar impuestos a un Estado esclavista, Walden registra los dos años, dos meses y dos días que Thoreau pasó aislado sobre la orilla de la laguna en un bosque cercano a Concord. Pero no se trató de encontrar un retiro idílico, sino de buscar en ese contacto con el orden natural algo nuevo para transmitir. Es así como en los últimos años las relecturas dirigidas hacia los textos de Thoreau se focalizaron en su valoración de la naturaleza. Según aclara Naishtat: "Thoreau fue un adelantado en sus concepciones ambientalistas. Ya en 1854 profetiza la tensión entre la modernidad técnica y la naturaleza. Su rechazo a la alienación urbana y su apología de la claridad encontrada en solitarias caminatas matinales o en la observación de las estrellas ciertamente recobran otra dimensión en la actual era de la hipercomunicación. Thoreau promueve entre otras cosas la desmitificación del trabajo y la producción como valores supremos, cuando hoy ni siquiera los líderes más progresistas se animarían a eso".
El bosque que rodea la laguna Walden está hoy preservado y se ha transformado en un espacio destinado a actividades en honor a Thoreau. Luce igual que en los daguerrotipos de la famosa edición ilustrada de 1902. Allí está la reproducción exacta de su cabaña. Hay abundante venta de memorabilia y una gran colección de las distintas ediciones de sus libros. Standish lamenta que esa evocación disuelva la dimensión más experimental de su vida: "Thoreau abogó en contra de la guerra con México. Protestó contra la esclavitud. Pasó una noche en la cárcel. Anticipa la pobreza de aspectos de la cultura americana, las grandes desigualdades, las distintas formas de explotación y el criptocolonialismo. Aboga contra las operaciones de los grandes bancos y denuncia la represión a los pueblos originarios de Estados Unidos. De hecho, habla del tipo de esclavitud que produce la prosperidad norteamericana donde la gente vive ?vidas en tranquila desesperación' ". Y es tal vez esa misma vitalidad inconformista y en un punto inaprehensible de Thoreau, capaz de desbordar toda lógica museística, la que habilita el arco de disputas actuales sobre su pensamiento.ß
UNA VIDA SIN PRINCIPIOS. Henry Thoreau, Ediciones Godot. Traducción de Macarena Solís