Super Mario Bros, The Last of Us y la obsesión pop por los hongos
La exitosa adaptación al cine y TV de dos populares videojuegos esconde varias coincidencias y el auge de la micofilia
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La película más taquillera del momento y la serie del año tienen varios aspectos en común, además de haber sacudido la taquilla de cine y el rating de la TV.
Super Mario Bros, estrenada la última semana, ya se convirtió en el suceso cinematográfico de la temporada a nivel global, además de batir récords en sus primeros días en cartel.
The Last of Us, cuya primera temporada terminó semanas atrás, se apuntó como un fenómeno televisivo desde la pantalla de HBO: superó los 8 millones de espectadores en Estados Unidos y se instaló como el show más visto en la historia de HBO Max en Europa y América Latina.
Ambas son, en lo más evidente, exitosas adaptaciones de dos simbólicos videojuegos, con una amplia brecha generacional de estilos y hasta consolas: desde el saltarín Super Mario, creado por Nintendo en 1984, al apocalíptico juego de aventuras lanzado por Sony durante la década pasada en el dominio de PlayStation.
Además, en ambas se pusieron en juego poderosas alianzas creativas. El film protagonizado por los hermanos plomeros de Brooklyn combina perfiles complementarios como el productor Shigeru Miyamoto (desarrollador de videojuegos como Mario y Donkey Kong, entre otros, y alto ejecutivo de Nintendo en aquellos 80) con el estudio Illumination de Chis Meledandri (responsables de la saga Minions y Villano Favorito), a los que se suman creador y director de la animación exaltada infantil Jóvenes titanes en acción.
En The Last of Us, la mirada creativa de Neil Druckmann (parte de la empresa Naughty Dog que creó el videojuego original) con el reconocido Craig Mazin (responsable de la miniserie Chernobyl, también para HBO) a los que se suman el actor Pedro Pascal y la actriz Bella Ramsay como protagonistas, y la música de Gustavo Santaolalla (también en el juego).
Pero hay un rasgo menos evidente, igualmente contemporáneo en las coincidencias: la fascinación por los hongos.
La micofilia pop no es novedosa y acompaña a la cultura popular desde hace décadas (de Lewis Carroll a la música psicodélica, al menos), pero vive hoy un auge que sintoniza, también, con tendencias médicas, alimenticias, filosóficas y hasta cosmovisiones.
Algo de eso pudo verse también en la más reciente edición del festival SXSW, en Texas, donde no solo disertó uno de los micólogos más famosos del mundo, Paul Stamets (en cuyo honor acaba de bautizarse una especie fúngica el mes pasado), sino que se presentaron instalaciones basadas en hongos en el marco de investigaciones y discusiones de autorización legal, especialmente en temas de salud mental y tratamientos con microdosis. Menos vinculado con las alucinaciones, y más con el descubrimiento de secretos asiáticos y americanos en la relación con este reino que escapa y excede a la clasificación convencional entre animales y vegetales. Cientos de miles de especies entre las que las levaduras, el moho, o las setas comestibles son los más populares y la penicilina su derivado médico más célebre.
Sucede algo curioso en el tándem que va desde el Mushroom Kingdom, el reino ficcional de Super Mario Bros, y los múltiples personajes animados de hongos de la saga de los hermanos Mario y Luigi, al peligroso cordyceps que amenaza a la humanidad en The Last of Us, algo que va de cierta fascinación lúdica al temor por lo desconocido.
De hecho, el fenómeno hongos en la cultura actual aparece como el exacto reverso del omnipresente asunto mediático de la inteligencia artificial: mientras el hombre trata de crear máquinas que simulen capacidades mentales, descubre la potencialidad de redes microscópicas con capacidades “mágicas” que generan mucho más que sorpresa.
En tiempos de inmediatez, los hongos aportan una temporalidad suprahumana, de magnitudes geológicas (preexisten a casi todas las demás especies) y, en pleno antropoceno, exhiben una “inteligencia natural” para la creación, la supervivencia, la regeneración…
Como detalla una voz femenina en primera persona del plural al comienzo del documental Fantastic Fungi (disponible en Netflix): “Trajimos la vida. Estamos en todas partes. Somos la sabiduría de mil millones de años…”.
Y mientras el mundo se deslumbra por la capacidad de las máquinas de responder a un chat en lenguaje natural, las redes de comunicación profunda e imperceptible entre las plantas a través de los hongos fascina a los micófilos.
La analogía ya existe: se habla de “Wood wide web” para estudiar ese extensísimo mapa de nodos que conecta a los árboles de manera subterránea.
“El desafío que tenemos hoy es entender el lenguaje de la naturaleza”, desarrolla Paul Stamets, convertido en la figura de esta fase de la cultura fúngica.
“Creo que la naturaleza es inteligente. Que no tengamos la habilidad de comunicarnos con ella, no niega su inteligencia: habla de nuestra incapacidad para lograr comunicarnos”.