Terminó la Alianza en el Gobierno
LA Alianza ha caducado como experiencia de gobierno en la noche del jadeante viernes. Pero lo que la reemplaza ahora es, forzosamente, una transición entre el viejo orden, que ya no existe, y el nuevo orden que no se construyó aún. Falta descubrir todavía cómo será la ingeniería política que sostendrá -o no- a Ricardo López Murphy y a su pétrea decisión de hundir el bisturí hasta el fondo.
Fernando de la Rúa se mece entre Domingo Cavallo y alguna de las distintas vertientes del peronismo; hasta ahora, todas las fórmulas imaginadas por sus desorientados hombres tienen cierta dosis de incompatibilidad. La política argentina entró en un ciclo de intensa atomización del poder, sea cual fuere el origen y la legitimidad de éste.
Raúl Alfonsín y Carlos Alvarez están, técnicamente, fuera del Gobierno, pero no es cierto que se hayan propuesto esa decisión de manera tan explícita. Más bien fueron sobrepasados y conducidos por la marea interna de sus partidos.
De hecho, el ex vicepresidente anunció, a las 19 del viernes, que sólo se iría del Gobierno el ministro de Desarrollo Social, su amigo Marcos Makón, que es también su actual nexo con Cavallo; una hora y media después todos los funcionarios del Frepaso habían abandonado la administración.
Más aún: el jueves instruyó a sus partidarios para que esperaran que otros dieran cuenta de la salud política de López Murphy: ¿para qué sumarse a un crimen anunciado?, parecía sostener.
En la media tarde del viernes, Alfonsín le ordenó al interventor del PAMI, Federico Polak, su viejo amigo, que no creara más problemas que los que el Gobierno podía resistir. Dos horas más tarde, dos ministros radicales de la extrema confianza de Alfonsín, Federico Storani y Hugo Juri, iniciaban el rosario de renuncias que aún no concluyó.
De la Rúa ha quedado sólo con el delarruismo; éste era un antiguo plan de su círculo más íntimo (su hijo Antonio, Santibañes, Patricia Bullrich, Colombo, Nosiglia y Carlos Becerra) preparado para cuando llegaran los tiempos de gloria del Presidente. Sólo el ministro de Defensa, Jaunarena, quedó con el cargo sin militar en ese entorno, formado por amateurs de la política en gran medida.
Ni Nosiglia ni Becerra están entre los inexpertos, pero ellos parecen elegir siempre la cercanía del poder ante cualquier otra alternativa. Mostraron desconcierto en las últimas horas y le deslizaron al Presidente informaciones equivocadas sobre la reacción política. Los otros ministros (como el canciller Rodríguez Giavarini o el titular de Salud, Lombardo) pertenecen al delarruismo histórico.
Nosiglia nunca creyó en la Alianza; en los últimos días llegó a coaligarse con Leopoldo Moreau para discutir con Storani y con el delarruista Rafael Pascual sobre la inconveniencia de continuar con la política aliancista. Estaba el Presidente en medio de esa discusión y Pascual lo calló a Nosiglia cuando le pidió que le demostrara que el radicalismo como partido es más que la Alianza frente a la sociedad .
Pero la gloria presidencial no llegó. Rodeado sólo por tales figuras, al Presidente le será imposible la construcción de una política eficiente; está impedido, virtualmente, de arrancarle una sola decisión al Congreso.
El nombre de Domingo Cavallo se mencionó más en las horas recientes que el del propio López Murphy. Cavallo ha callado (sólo anduvo pregonando la necesidad de un "discurso optimista" por todos lados); confía en su destino y en su poder inminente con la convicción de los viejos marxistas cuando creían que la historia terminaría, inexorable, posándose al lado de ellos.
Hablar de Cavallo como presidente del Banco Central es ya tan viejo como analizar la revolución del 30. Un gobierno que tuvo la increíble capacidad política de licuar en un mes el blindaje de cerca de 40.000 millones de dólares, y de desgastar en una semana el prestigio edificado durante 20 años por López Murphy, necesita cada día que pasa de actos más grandes y audaces para asegurar su subsistencia.
Cavallo tiene un viejo proyecto político que consiste en convertirse en superministro de un gobierno con la coalición reconstruida; siempre creyó que Alvarez debía volver a la administración (lo propuso como jefe de Gabinete) para que el gobierno de De la Rúa pudiera volver a empezar. Ahora le agregaría, además, la necesidad de un pacto mínimo de gobernabilidad con los tres gobernadores peronistas.
Ese plan tiene la desventaja de que el ala alfonsinista del radicalismo podría combatirlo, aunque en las últimas horas se aseguró que Alfonsín no le pondrá a De la Rúa ningún obstáculo para que pueda salir de la ratonera donde está. Disentimos con el modelo de concentración y exclusión de Cavallo, que siempre repetirá, dijo uno de los hombres más cercanos al jefe radical.
Por primera vez desde que se fue de la vicepresidencia, Alvarez comentó entre íntimos ese proyecto de Cavallo y no descartó que él pudiera volver al Gobierno. ¿Estás dispuesto a volver con Cavallo? , le preguntó uno de sus amigos. No lo sé. Veremos, respondió en la tarde bamboleante del viernes.
El otro proyecto de coalición contempla al peronismo y tiene el respaldo de Santibañes, Nosiglia, Bullrich y Colombo, además del omnipresente hijo presidencial. Desde el punto de vista parlamentario, es tal vez el plan más certero porque el peronismo tiene la mayoría del Senado y un poderoso bloque de diputados.
Su problema es que no existen referentes válidos del justicialismo en condiciones de disciplinarlo. El menemismo tiene poco y nada para ofrecer (un par de senadores y una quincena de diputados), y a los tres gobernadores los separan intereses contradictorios; creen, además, que les corresponderá el turno de poder que se aproxima, y, encima, tampoco deciden sobre los bloques parlamentarios, que se mueven en permanente estado de asamblea.
Los delarruistas más racionales (Rodríguez Giavarini, entre ellos) le llevaron ayer al Presidente el consejo de que comience a suturar cuanto antes las heridas con su partido. Es cierto que De la Rúa tuvo un conflicto con sus aliados frepasistas, pero antes lo tuvo con el propio radicalismo.
Nunca había soportado como presidente, por ejemplo, la carga de agresión verbal que le asestaron algunos de sus correligionarios en la noche del jueves último. El peor entre ellos fue el gobernador chaqueño, Angel Rozas, que lo zamarreó, ante la presencia azorada de De la Rúa, al jefe del Gabinete; acusó a Colombo de mentirle al Presidente cuando le aseguraba que los gobernadores peronistas lo apoyarían.
También Rozas formuló malos presagios para el destino presidencial si el Gobierno se dejaba llevar por las muy duras recetas de López Murphy. Rozas tiene la lengua encendida y está en condiciones de competir con el ministro de Economía por la descripción más dantesca del Apocalipsis.
Storani y los delarruistas Nicolás Gallo y Pascual, una de las mezclas políticas más raras que haya dado la historia de estas horas, pujaron vanamente para que López Murphy suavizara su cirugía. Necesitamos un poco de aire, le suplicaron poco antes de fracasar. Lo próximo que explicó Storani fue su renuncia ante el Presidente, quien lo untó de elogios empalagosos hasta que el ya ex ministro cortó el diálogo: Sí, sí, pero nunca me tuviste confianza, se vengó.
Muy cerca de ellos, López Murphy había decidido vivir o morir envuelto en las banderas de su fe.